viernes, 16 de octubre de 2009

La vida tiene que vivirse hoy: Un manifiesto vital y personal

Frederick Edwords*

Cuando se escucha la palabra humanismo, se piensa en aquella filosofía explicada minuciosamente en documentos llamados «Manifiestos», una filosofía crítica de la religión tradicional que defiende la razón, la ciencia y las libertades ciudadanas. Lo que con frecuencia no se piensa es que es una filosofía de la alegría, la realización personal y la liberación emocional. Sin embargo el humanismo es todas estas cosas. Que el centro de discusión del humanismo ha sido en su mayor parte sobre los manifiestos es desafortunado, ya que dicha discusión oculta el humanismo vital y personal que significa tanto en las vidas individuales de mucha gente.

En las Iglesias tradicionales es una práctica común escoger un versículo de las Escrituras y elaborar en base a él un sermón. Los humanistas están en ventaja aquí ya que no necesitan limitar su fuente material a un único libro. Los humanistas pueden tomar de todas las grandes obras humanistas de la antigüedad clásica o incluso de publicaciones modernas. Sin embargo, tomo mi texto de los Diálogos de Lucio Anneo Séneca, un filósofo y hombre del estado romano. En particular de su ensayo intitulado «La brevedad de la vida». Si me fuera a dirigir a la obra en la manera bíblica, creo que citaría mi texto de los Diálogos 10: Cap. 1, verso 1. Aquí:

«La mayoría de los mortales se queja amargamente de la malevolencia de la naturaleza, porque nacemos en tan breve lapso de vida, ya que incluso este espacio se nos ha garantizado se precipita tan rápida y repentinamente que todos, excepto unos poquísimos, encuentran la vida al final justo cuando ellos están listos para vivirla».

Las quejas de que la vida es demasiado breve son hoy en día tan comunes como lo fueron en la época de Séneca. Con frecuencia nos lamentamos de que no hay suficientes horas en el día para hacer las cosas que queremos. Encontramos que debemos dormir la tercera de nuestra vida y, en una semana normal, trabajar cerca de otro tercio. Vemos esto cuando dejamos un tercio para nosotros mismos. Pero éste rápidamente se consume por otras obligaciones de la vida: con la familia, el partido político, el mantenimiento del hogar, el pago de las deudas y un número considerable de cosas menores que no vale la pena mencionar. Y así parece que el don de la vida no tiene realmente reservado mucho tiempo para nosotros.

Sin embargo, a pesar del hecho de que la vida del ciudadano romano promedio estaba llena de obligaciones similares, Séneca tuvo la audacia de declarar: «la vida que recibimos no es breve», pero la hacemos así, tampoco tenemos carencia de ella, sino que las desperdiciamos». Y añadió: «nuestra vida es suficientemente prolongada si la ordenamos apropiadamente».

Leyendo estas palabras hoy en día, uno tiende a pesar que su autor está a punto de lanzar una diatriba sobre la administración del tiempo con el fin de procurarse un arsenal de técnicas elegantes para arremeter mas acción a cada minuto. Llamo a eso el acercamiento a la vida tipo camión compactador de basura.

Acostumbraba a tratar de vivir de esa manera. A los tempranos veintes acostumbraba a oír las exitosas grabaciones de Earl Nightingale. Me aconsejaba hacer una lista cada mañana, antes que la familia se levantase, de las seis cosas mas importantes Ud. tenía que hacer en el día. Y aunque esto no era una mala práctica al principio de un día de negocios, se podía llegar muy lejos. En verdad yo lo hacía: acostumbraba a mantener un diario de mis metas diarias y anotaba cuán bien lo había hecho cada día. Traté de repartir cada momento de mi tiempo para incrementar mi «eficiencia». Mi consejo a mí mismo en uno de esos apuntes del diario muestra cuanto hice al extremo. «Vive sin descanso», escribí.

Esto no, sin embargo, es lo que Séneca tenía en mente. El estaba interesado en los valores y las prioridades de la vida. El estaba instando a sus lectores a reconsiderar sus metas, a revalorarse ellos mismos, y dar a las cosas verdaderamente importantes el tiempo que merecían.

Cuando miramos a nuestro alrededor, vemos a mucha gente viviendo la vida en lo que podría llamarse «plan de pago diferido». Los niños comúnmente dicen «sólo espera hasta que crezca». Los estudiantes no pueden esperar hasta que acaben la escuela y dejen la casa para que puedan empezar a vivir como les gusta. Cuando los jóvenes se citan, ansían el momento de casarse. Entonces serán felices. Cuando se casan anhelan tener su propia casa. Entonces serán felices. Cuando llega el invierno ansían la primavera, o el día que podrán mudarse a California. Si tienen niños dicen «cuando los niños crezcan y dejen el hogar entonces seremos capaces de hacer lo que queremos. Por supuesto, aún hay trabajo por hacer. Así es que anhelan el retiro como el tiempo para vivir.

Séneca denuncia esta actitud en el lenguaje más fuerte: «¿No te avergüenzas de reservar para ti mismo sólo el resto de la vida», dice, «y poner aparte sólo aquel tiempo que no puede ser dedicado a otro asunto?... ¡Que tonta pérdida de la mortalidad aplazar los planes saludables al quinto y al sexto año, e intentar empezar la vida en un punto en que no todo ha sido logrado aún!».

Podemos vivir ahora cada día. Debemos encontrar nuestro significado y alegría en este momento, no en algún otro. ¡No esperes por la felicidad, créala! Porque la ironía es, cuando llega el retiro, que la gente tiende a mirar atrás y maravillarse en lo que se convirtieron los «buenos tiempos». El remedio, entonces, es recordar siempre que hoy es el día que tú estarás nostálgico acerca de mañana. Estos son los «buenos viejos días». Hazlos buenos antes de que te hagan viejo.

Es divertido cuán a menudo recuerdo los «buenos viejos días» de mi pasado. Sin embargo, fueron los momentos que yo estaba ansioso de abandonar. No me gustaba lo que estaba haciendo, así que sentí que los buenos tiempos era todo lo tenía que ir por adelante. Muy bien, los buenos tiempos para mí están en el tiempo presente, pero podrían haber estado para mi atrás entonces, también, y tan agradables como los recordaba, si entonces hubiera tenido la filosofía de vida que tengo ahora.

Posponer la felicidad, no obstante, no es el único problema. Además perdemos mucho de nuestras vidas buscando ganar la aprobación de los demás. Vivimos nuestras vidas para otros, no hay una forma caritativa que podría traer felicidad mutua, si no en una forma servil, colocando nuestra felicidad en sus manos. Con frecuencia nos preocupamos acerca de lo que otros podrían pensar y decir de nosotros.

Esto es un gran problema en la adolescencia y lo fue para mí. Por toda la secundaria iba anotando mis pasos sociales en falso e ignorando mis éxitos. Mis errores y desconciertos se aferraron a mi mente y agotaron mis esfuerzos hasta caer rendido. Alrededor de mi cabeza repetía las escenas desagradables como si fuera un obra de teatro y estaba tratando de memorizar las líneas de todos. Imaginé que todos los demás tenían una buena memoria como yo cuando se trataba de las cosas que había hecho mal. Estoy seguro que, bajo cualquier pretexto, podría haber enumerado mis mayores y últimas estupideces a cualquiera que pudiera haber preguntado. Y ese esfuerzo de memorización fue exitoso, en un sentido. Aún hoy puedo recordar algunas de aquellas tonterías de la secundaria -aunque los recuerdos ya no llevan más ell impacto emocional y el insulto a mi autoestima que una vez tuvieron-.

Tal es la medida que uno puede preocuparse acerca de lo que otra gente piensa. Sobre esto el filósofo romano Dio Crisóstomo declaró:

«Gracias a la divinidad no entendemos el lenguaje de los cuervos, las grajillas, los grillos, las ranas y los cerdos. De otra manera probablemente nos preocuparíamos acerca de lo que piensas también. Sin embargo, ¿cuánta gente parece más estúpida que los sapos y las grajillas? ¿Eso hace alguna diferencia para nosotros? No. Permitimos que lo que nos dicen nos desconcierte y vuelva nuestras vidas completamente miserables».

El emperador romano Marco Aurelio sugirió una manera de evitar este problema. En sus Meditaciones escribió:

«Observen constantemente quienes son aquellos cuya aprobación buscan ustedes, y por cuáles principios se seguían. Porque si buscan las fuentes de sus opiniones y apetitos, no condenarán aquellas ofensas que profieren ni desearán la aprobación que retienen».

En otro lado añadió que uno no debe de escuchar las opiniones de toda la gente, sino sólo aquellas que podemos respetar.

Por supuesto, hay además aquellos que buscamos impresionar, incluso estar con ellos, y competir en su contra. ¿Cuánto de nuestras vidas les permitimos que nos roben? ¿Y entre cuánto de tal gente cada uno de nosotros distribuye su vida? Séneca afirma:

«La gente no permite a nadie que se apropie de sus bienes, y ellos se precipitan a las peleas y los golpes si hay incluso la disputa más ligera acerca de los límites de su propiedad, sin embargo permiten a otros invadir su vida -mejor dicho, ellos mismos introducen en ella a aquellos que eventualmente la poseerán».

Al principio de mis veintes, hubo bastante gente a quién quería impresionar. Tuve que descubrir el camino difícil que impresionar a alguien no es un asunto de una sola tentativa. Usted no puede hacer sólo una inversión en una impresión única positiva y luego continuar con sus asuntos. Usted siente que tiene que seguir impresionando a esta gente. Al menos, esa era la manera en que funcionaba para mí. No sólo quise mantener en alto su aprecio, sino que sentí que tenía que mantener constantemente mi nivel. Como el personal de Eastern Airlines, sentí que tenía que ganar mis alas cada día.

Y hubo gente con la que yo estaba en continua competencia también, o que yo incluso quise estar. Los diarios que guardaba en esa época están llenas de referencias a tal gente, lo cual algunas veces me sorprende ¡por la vida que realmente los diarios estaban registrando!

En efecto, entonces, nuestros esfuerzos de vivir nuestras vidas según la medida de otros nos aleja de nosotros mismos. Así, debemos escoger con cuidado las normas según las cuales deseamos vivir y los protagonistas que deseamos seguir. Si vamos a encontrar la vida breve, esto es evidencia que hemos elegido equivocadamente y debemos replantear nuestras metas y quizás aún nuestros valores. Es muy fácil, después de una comienzo prometedor, llegar a apartarse y perder de vista nuestras razones para hacer lo que hacemos. Las cosas que fueron, al principios, medios para fines valiosos, pueden llegar hacer fines en sí mismos. Pero estos no son nuestros fines, los fines con los que empezamos. Son fines que nos alejan de nosotros mismos y volvemos al tiempo que realmente gastamos en nosotros mismos más y más corto.

Haríamos bien en echar una mirada a nuestras vidas. ¿Somos seducidos por deseos irrelevantes, estamos ocupados en tareas inútiles, siempre inmersos en algo nuevo, en vez de encontrar una meta firme, o gastando el tiempo en escapar y en evitar hacer frente a nuestros problemas? La revaloración periódica de dónde estamos es el seguro contra la pérdida de vista de lo que realmente queremos.

Otra fuente del sentimiento de que la vida es breve es el tiempo perdido en preocupación, miedo y ansiedad. Una ironía aquí es que en el mismo momento en que estamos logrando nuestras metas o teniendo la vida que buscamos, el pensamiento angustiante nos asalta, «¿Cuanto tiempo durará esto último?». Nos preguntamos si no podríamos todos desaparecer en alguna calamidad. Los felizmente casados pueden preguntarse si el divorcio algún día arruinará todo. Los ricos pueden preocuparse de la bancarrota. Cualquier cosa que sea, puede perderse y esta toma de conciencia puede causar que algunos fracasen en disfrutar el logro del momento.

Sé de una mujer que se preocupaba de que ella nunca podría ser capaz de tener hijos, pero cuando quedó embarazada ella se preocupaba acerca del mal parto y la deformidad. Cuando la criatura nació se preocupaba de que muriera en la cuna, cuando el niño fue mayor, se preocupaba acerca de las heridas o un posible secuestro. Cualquiera de estas cosas puede sucederle a una persona, es verdad. Pero algo más puede pasarle también, todo puede salir bien. Ya que uno no tiene control sobre todos los factores externos, entonces el mejor proceder es disfrutar el embarazo por lo que es, disfrutar la nueva vida por lo que es, disfrutar el crecimiento del niño por su propia causa, etc. Pueden tomarse precauciones, pero la vida tiene que vivirse ahora.

Ya que la ansiedad sobre el futuro nos roba el presente, así también lo hace la culpa con el pasado. Todos los seres humanos cometen errores, algunos intencionales, algunos accidentales. Pero la culpa y el remordimiento no son productivos y con frecuencia son anti productivos. Si hemos actuado equivocadamente, debemos buscar qué acción podemos tomar para remediar el problema o enmendar las cosas. Si nada puede ser hecho, debemos tratar de aprender lo que podamos de la experiencia para así evitar repetirlo en el futuro. Pero nunca es productivo empantanarse en nuestra propia auto conmiseración, condenarnos, castigarnos o seguir el resto de nuestras vidas como si fuéramos indignos.

No obstante, muchos hacemos esto. Si no fuera así, las religiones orientadas a la culpa, como el cristianismo conservador, no serían populares. En tiempos del Antiguo Testamento, la culpa colectiva de la tribu estaba simbólicamente colocada en una cabra y la víctima propiciatoria era enviada a la floresta, pero con la llegada del cristianismo, Cristo se convirtió en la víctima propiciatoria por los pecados del individuo. Su muerte tenía que liberar a todos aquellos que creían en la culpa de sus actos pasados. Los «salvos» se concebían a sí mismos como «lavados en la sangre sin mancha de Cristo», y completamente perdonados de sus transgresiones.

Esta clase de sacrificios es una versión intelectualizada de un esquema primitivo para la expiación de la culpa. Tanto los humanos han vivido en sociedades que con frecuencia han buscado inventar tales esquemas. La culpa es una emoción tal dolorosa y desorientadora que la sociedad no puede funcionar si se le permite que prevalezca libremente.

Sin embargo, tales esquemas de expiación de la culpa no logran ningún bien real. Lo equivocado sigue siendo hecho. Esto deja a la persona pensante en una dilema. Ya que ningún ritual puede borrar la actual acción equivocada ¿debe la persona pensante seguir sintiéndose culpable?

Muchos dirían que sí. Pero esto haría a la persona pensante menos eficaz que aquel que tiene un esquema supersticioso. De pronto los fines gemelos de honestidad con uno mismo y de vida racional parecen extraños.

Pero no lo son. La conciencia inicial de acción equivocada nos recuerda nuestro error. Pero tales sentimientos no son fines en sí mismos. Son estímulos para producir acción. Dicha acción puede servir para remediar lo que puede ser remediado o para actuar en el futuro de modo que se evite una acción repetida. Pero una vez que la acción apropiada es realizada o se resuelve establecerla, no hay nada más que necesite hacerse. Y si se tiene la sensación de estar actuando equivocadamente acerca de algo que no es realmente equivocado, entonces el proceder apropiado es la auto-reeducación, no la acción remediadora o resolución.

Pero piense cuanta gente desperdicia su vida en repetir inútilmente los errores del pasado. Y aquellos no pueden encarar sus errores honradamente, y no tienen esquemas expiación de culpa en que puedan creer, con frecuencia requieren de la represión y otros esfuerzos para olvidar lo que hicieron. Tales acciones pueden distraer a uno de una búsqueda significativa de las metas de uno tanto como puede la culpa sincera. El pasado no tiene que olvidarse ni ser acentuado, sino que tiene que ser aprendido en función a una vida mejor en el presente y el futuro.

En consideración al uso del tiempo, el pasado, el presente y el futuro, Séneca escribió:

«¿Se ha pasado algún tiempo por alto? Esto es algo que uno acepta por recuerdo. ¿Está presente el tiempo? Esto es algo que uno usa. ¿Está todavía por venir? Esto es algo que uno anticipa. Uno hace la vida larga al combinar todos los tiempos en uno. Pero aquellos que olvidan el pasado, descuidan el presente, y temen por el futuro que tenga una vida que es muy breve y problemática».

Encuentro esta observación de Séneca bastante adecuada. Hoy puedo estar en una situación potencialmente aburrida, como esperar sólo en el paradero del autobús, sin estar aburrido. Aunque no hay nada en el presente que pueda hacer, puedo contemplar mi pasado, planear mi futuro, o ambos. Esto hace que el tiempo marche rápidamente, sin embargo, paradójicamente, hace mi vida más larga.

Que esta vida es todo y es suficiente es una sentencia humanista. Cruzaremos este camino pero sólo una vez y no hay ningún paraíso garantizado esperando justo más allá de la tumba. Este es nuestro único intento. Pero las posibilidades de esta vida son suficientes para dar sentido a nuestra existencia. Porque es en el contexto de esta vida que amamos, reímos, experimentamos la naturaleza, perseguimos metas y disfrutamos el triunfo. Y para disfrutar mejor estas cosas cultivamos el coraje, manejamos la adversidad y nos levantamos de las cenizas del fracaso.

Ya que ésta es la única vida que fomenta todos nuestros valores y búsquedas, es imperativo que construyamos nuestra vida, que establezcamos metas que sean nuestras metas y que busquemos disfrutar el momento actual, incluso cuando todo no es como hemos deseado. Al hacer esto, y al planear cada día como si fuera el último no anhelaremos ni temeremos el mañana. En cambio, el mañana se convertirá en un bono extra para una vida ya realizada. Y el pasado no nos obsesionará, sino más bien será nuestro maestro en nuestro esfuerzo por vivir mejor hoy.

Al dar conferencias sobre varios aspectos del humanismo, con frecuencia he sido confrontado por el predicador de salvación que me ofrece la famosa apuesta de Pascal. Se me ha dicho eso por no creer en una vida después de ésta y tomarme un gran riesgo. Porque si hay realmente una vida posterior a ésta, la pasaré por alto. Pero si creo, y no la hay, no pierdo nada. Así que en interés de una estrategia de inversión sensata, debo convertirme en creyente.

Hay muchas cosas equivocadas con esta apuesta. Pero la única que me concierne en este contexto es el hecho que la propuesta no es una estrategia de inversión sensata. Porque si se invierte tiempo y energía en creer en la salvación, seguir las reglas y los rituales diseñados para garantizar la salvación, expiar la culpa de manera que conduzca a la salvación, asociarse con otros que hablan sólo de la salvación, y buscar convertir a otros para comprometerlos en actividades similares, ¿cuánto de la vida está siendo vivida como se desea?

Varios años atrás, conocí a una joven mujer que vivió su vida de esa forma. Nada que pude decir o hacer parecía tener efecto. Ella constantemente trataba de vivir según las normas religiosas, dudando de su propia salvación, rezando por sus culpas, manteniendo la compañía de gente que reforzaba estas ideas, y, ocasionalmente, tratando de esparcir su fe a otros. Nunca vi a un ser humano torturado más emocionalmente que esta mujer. Aquí la religión se convirtió en una fijación, no la póliza de «seguro contra el fuego» que la apuesta de Pascal parecía implicar. Esta clase de religión, o cualquier clase, no es algo que Ud. hace una vez y entonces se guarda. Es un compromiso de vida. Así que hace una diferencia de este mundo cuando escoge aceptar o rechazar una creencia como ésta.

Como Ud. puede ver, la creencia activa en una vida posterior puede servir como un drenaje tremendo en su tiempo y puede apartarlo de vivir la vida buena aquí y ahora. Demasiados hemos encontrado esto muy tarde. Los ex-fundamentalistas frecuentemente lamentan los años sacrificados. Eso puede llevarlos a un esfuerzo frenético por recuperar el tiempo perdido. Cuando un artículo de los Fundamentalistas Anónimos, una organización para ex-fundamentalistas, apareció en un número de la revista Penthouse, la respuesta positiva de los ex-fundamentalistas fue contundente, ya que muchísimos estaban leyendo la revista para alcanzar algo de la vida que habían perdido.

El precio que los humanos pagan al adherirse a falsas creencias, devoción a líderes carismáticos y compromiso en movimientos de masa fanáticos es asombroso. Séneca pudo haber tenido en mente a tal gente cuando escribió:

«¡Gastan su vida en tenerla lista para vivirla! Elaboran sus propósitos mirando al futuro distante; sin embargo, el aplazamiento es el más grande desperdicio de la vida: les priva de cada día que viene, les arrebata el presente al prometerles algo posterior. El mayor obstáculo para vivir es la expectación que depende del mañana y desperdicia el hoy».

El humanismo, de otro lado, es la filosofía para el presente, para el mundo de aquí y ahora de nuestros sentidos y aspiraciones. Es una filosofía que coloca la vida primero, la muerte al final. Es una filosofía que encuentra el disfrute en una flor primaveral o el estruendo de las olas en la playa, en un encuentro humano momentáneo o en el ronroneo de un gatito. Es una filosofía de metas con propósito, ocupaciones significativas y altas aspiraciones. Es una filosofía de la interrelación humana, el amor y la familia.

¿Cómo es posible todo esto? ¿Cómo puede mezclar los placeres del hedonista, las aspiraciones del visionario, el propio interés del individuo y el compromiso con la familia? Porque todas éstas son tendencias humanas naturales, y el humanismo se adapta a la forma de ser de los humanos en todos sus diversos aspectos. Es una filosofía que encuentra esta vida larga y significativa, y lo hace así porque exige a la gente a vivir de manera apropiada a su naturaleza. Nada necesita distraer al humanista de la empresa de vivir completamente, de amar completamente, de compartir completamente y de seguir metas que den propósito y significado a la existencia de uno.

Así, de esa forma, la apuesta de Pascal puede invertirse. Puesto que tenemos más evidencia del aquí y el ahora que la que probablemente tengamos de lo postrero, ¿por qué no asumir que esta vida es todo lo que hay y vivirla completamente?. Si esto es correcto, Ud. habrá vivido una vida larga y dichosa. Pero si hay otra cosa más allá de la tumba, entonces ¡Ud. puede esperar que un bono celestial le llegará también!

Recientemente, cuando expresé estas ideas en un foro público, pregunté si mi filosofía no era también egoísta. ¿Estaba, en mis esfuerzos de gozar una larga vida yo mismo, ignorando a otra gente que podría no ser tan afortunada? ¿No estaba simplemente expresando las ideas de la «generación Yo»?

No obstante, como he observado, esta filosofía apela a nuestra naturaleza, y hay más en nuestra naturaleza que el deseo por el placer personal. Además obtenemos logro personal al hacer la diferencia en el mundo, tratando de ayudar a otros y tratando de resolver las desigualdades e injusticias en el mundo. Los humanos son seres sociales. Si eso no fuera así, ninguna sociedad benéfica pública podría sobrevivir. La gente realizada es aquella que hace verdaderamente suyos sus causas sociales y otros propósitos . Los escogen cuidadosamente y los revaloran periódicamente, evitando de ese modo que el altruismo se convierta en esclavitud.

Me gustaría concluir con una de las piezas de poesía más humanistas que ha llegado hasta nosotros desde tiempos antiguos. Su fuente es la antigua India y es llamada El saludo del alba. Si tuviésemos que saludar cada día con palabras como éstas, nunca tendríamos tiempo de quejarnos que la vida es breve. Estaríamos demasiado ocupados viviendo nuestro humanismo.

¡Mira este día!

Porque es la vida, la misma vida de la vida,

En su breve curso

Yacen todas las verdades y realidades de tu existencia:

El éxtasis del crecimiento

La gloria de la acción

El esplendor del logro

Porque el ayer no es sino un sueño

Y el mañana es sólo una visión,

Pero el hoy bien vivido hace de cada ayer un sueño de felicidad

Y cada mañana una visión de esperanza.

¡Mira bien, por lo tanto, este día!

Tal es el saludo del alba.

(Publicado originalmente en inglés en la revista Religious Humanism, número de otoño de 1986. Traducción al castellano de M. A. Paz y Miño de la página web de la American Humanist Association para Eupraxophia n. 2, Lima Perú).

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