viernes, 16 de octubre de 2009

LA VIDA HUMANA: ¿CUAL ES SU SENTIDO?

M.A. Paz y Miño

En la vida hay dos clases de personas: las que saben entenderla y las que no lo comprenden. Los primeros viven, los segundos agonizan viviendo. A. Solano

Transcurre el hombre su vida razonando sobre el pasado, lamentando el presente y temiendo el porvenir. Conde de Rivarol

Uno no reconoce los momentos realmente importantes en la vida hasta que es demasiado tarde. A. Christie

Miedo, esperanza y error. En estas tres palabras se encierra la vida del hombre. Ibsen

La vida de los seres humanos es parecida y a la vez muy diferente a la de los otros animales. Como seres vivos necesitamos nutrirnos y reproducirnos pero nuestra conducta básicamente es aprendida. En ese sentido podemos aprender cualquier tipo de comportamiento, sea destructivo o constructivo. Y claro está los demás animales también son capaces de destrucción (canibalesca) de sus propios congéneres. Sin embargo, como seres capaces de razonar somos muy conscientes de la finitud de nuestras capacidades, de nuestras posibilidades, de nuestras propias existencias. Y al mismo tiempo sabemos no sólo de nuestras virtudes sino también de nuestros defectos, de nuestras verdades y mentiras. Lo ideal e idóneo sería ser adiestrados y enseñados desde muy temprano en los grandes problemas de la vida, o en todo caso aprender de nuestros errores y equivocaciones. Desgraciadamente general y normalmente no es así. Aprendemos dura y severamente a través de la experiencia, torpemente seguimos cayendo en el yerro. Nos complace dañar a otros, hablar mal de ellos, no mejorar como personas, dejamos de hacer el bien que podemos hacer, no compartimos lo que tenemos, nos duele que a otros les vaya mejor que a nosotros, malgastamos nuestro tiempo en necedades, discusiones vanas y relaciones infructuosas y hasta perjudiciales, engañamos o nos engañan, no vivimos la vida realmente como es, vivimos engañados pensando que el verdadero mundo está más allá de esta vida, nos acostumbramos a una serie de ritos mágicos y supersticiosos pensando que así nos irá mejor, dejamos de ser felices pudiéndolo ser, etc., etc. Nuestra vida finalmente puede transcurrir más desgraciada que dichosamente al fin y al cabo. Pero téngase presente que no basta la voluntad propia ni la ajena. Siempre hay otras circunstancias sociales y naturales que nadie puede controlar.

El (sin)sentido de la existencia del hombre

Si los hombres no siempre pueden conseguir que la historia tenga sentido, siempre pueden actuar de tal forma que sus vidas propias lo tengan. A. Camus

La vida no tiene sentido sino el que le doy. J.-P. Sartre

Después de todo, la gente vive sólo porque no tiene razón alguna para morir. Shokei Ooka

El primer problema básico de la existencia humana es el de su supervivencia. Una vez que se le ha resuelto -total, parcial o mínimamente- o mientras se lo intenta resolver los seres humanos pueden interrogarse por cuestiones que trascienden su vida meramente material. Es decir, cuando nuestros pensamientos no se ocupan demasiado en la comida, el vestido y/o la vivienda -en cómo obtener dinero para estas y otras cosas- podemos darnos un tiempo -o el lujo- de preguntarnos por asuntos tales como la existencia de Dios, de un alma inmortal y el sentido de la existencia del hombre. De los dos primeros temas se ocupa la metafísica clásica y el tercero la antropología filosófica (1). Analicemos el título de esta sección de este pretendido escrito filosófico. Tenemos en él tres palabras o nociones fundamentales: sentido, vida y humana. Por sentido queremos decir significación, finalidad, meta, propósito; por vida entendemos un tipo peculiar de organización material (2) (o de “estar ahí” en terminología heideggeriana) (3) estructurada básicamente por unidades llamadas células -a su vez conformadas químicamente por lípidos, proteínas y carbohidratos (4)- cuyas características fundamentales son la capacidad de asimilar las sustancias de su entorno, procesarlas y desecharlas que no necesita (metabolismo), duplicarse o procrearse (reproducción) y de responder a los estímulos que dimanan de su medio ambiente en determinada forma (irritabilidad); finalmente, por humana estamos especificando aún más el tipo de materia viviente pues nos estamos refiriendo a un tipo de mamíferos primates, antropoides, catarrinos y homínidos pertenecientes a la especie homo sapiens (que sabe o piensa, o mejor dicho homo brutalis por su marcada tendencia a la estupidez y la maldad) caracterizada por:

-su mínima o casi nula instintividad -salvo por la succión materna por parte de sus crías y por los movimientos musculares durante el orgasmo sexual-, pero con grado muy superior de conciencia debido a su singular desarrollo cerebral (5), -situación que le permite ordenar, clasificar y usar lo captado, por medio de los sentidos (los estímulos del medio), a través del pensamiento y así ser más inteligente que el resto de mamíferos, -un alto grado de creatividad (capacidad de crear cultura) y destructividad (innecesario placer sádico), -y de transformación de su hábitat en una manera extraordinaria como no lo puede realizar ninguna otra especie viviente sobre el planeta.

Hasta aquí solamente una mera descripción, un simple análisis de las palabras sentido, vida, y humana. Pero, ¿cuál es la finalidad o el propósito de nuestra existencia?, ¿habrá algún sentido especial por el cual existe nuestra especie?, ¿o acaso no lo hay?, ¿cómo saberlo? Nuestra vida puede tener momentos de intenso o simple gozo: el darnos cuenta de la belleza de la naturaleza, de una flor, de un insecto o un mamífero, de las estrellas o el arco iris, el sentimiento de inmenso cariño que podemos experimentar por alguien -o viceversa- (con clímax sexual o sin él), el tener hijos y educarlos, el enseñar al que no sabe, el guiar al confundido, el gozar de una deliciosa comida, el aprender algo nuevo, el satisfacer inquietudes, el responder preguntas, el sanar al enfermo, el luchar por lo que se cree, el crear con nuestras propias manos o intelectualmente, el hacer y gozar el arte, el transcribir nuestros pensamientos al papel o a una computadora, el jugar, el practicar deportes, el dormir sin remordimientos ni tormentos, el soñar despierto, el cumplir alguna simple meta...Todos estos ejemplos pueden constituir el “sentido” en algún momento o en la mayor parte de la existencia de alguien. A la vez, de manera contrapuesta y contraria, hay quienes pueden encontrar significación y “realización” en el engaño, el fraude, el robo, la mentira, la envidia, el egoísmo, la agresión, el sadomasoquismo, la violencia, la tortura, la destrucción, la manipulación, el derrotismo y el fracaso, la angustia, la dependencia, la enfermedad, en algún vicio y tara... Pero aquellos momentos de intenso o de simple gozo muchas veces son pocos -y hasta nada- en comparación a las consabidas penurias, tristezas y desgracias, los posibles y frecuentes estados de inseguridad, temor, incertidumbre, pena, dolor, sufrimiento, depresión, frustración, represión, enfermedad, etc, etc. que un ser humano pueda experimentar ante determinadas circunstancias naturales o no -ante otros seres humanos- sean de índole sentimental, personal, familiar, laboral, jurídica, social, económica, política, etc., etc. Tantas angustias mayores, peores o menores vividas y por vivir: La muerte de un ser querido, el daño que otros seres humanos nos hagan -y viceversa- o a uno de nuestros seres queridos -por represalia, mero placer sádico o burdo interés económico-, la continua preocupación que es el luchar por la subsistencia de los nuestros y de nosotros mismos. El mal que podamos ocasionar -sin querer o a propósito- a nuestro prójimo o a nuestra persona. El miedo a lo desconocido que podemos llamar “sobrenatural” sin serlo en verdad, la opresión del abusivo, y también nuestra propia miseria y egoísmo. Muchas veces el intenso, cotidiano y constante dolor, el sufrimiento y la maldad -propia o ajena- pueden hacernos sentir y hasta decir que “la vida no vale nada”, que no tiene sentido. Ella pasa rápida y fugazmente sin un sentido predeterminado, es finalmente una mera banalidad. Por otra parte, ¿qué sentido tuvo o tiene que millones de seres humanos hayan sufrido o sufran en gran manera? ¿Qué sentido tiene la misma existencia humana? ¿Hay un destino particular final para cada uno de nosotros? Si la respuesta es positiva ¿cuál es el destino del basurero de la vecindad?, ¿cuál es el del bodegero de la esquina?, ¿el del orate que vagabundea (semi)desnudo y hambriento?, ¿cuál del feto muerto por natura o un abortero?, ¿cuál del letrado o el analfabeta?, ¿cuál del obrero, el campesino o el selvícola? Claro, dirán algunos, todo lo que nos sucede y aprendemos nos servirá como experiencia, para nuestro bien (o mal). Sí, aprendemos tanto cosas positivas como negativas pero ¿qué necesidad tenemos que pasen -a veces y no a pocos- las peores desgracias, más cosas malas que buenas?, ¿por qué hay mayor sufrimiento que dicha en el mundo?, ¿es que tendemos más fácilmente al mal que al bien?, ¿el bien es simplemente un ideal a perseguir y el mal una realidad diaria? Pero dejando a un lado lo inevitablemente negativo que pueda suceder en la vida, debemos decir de la manera más objetiva posible que no existe el sentido de la vida humana. A diferencia de los otros animales cada uno de nosotros no está condenado al nacer -inevitable ni determinísticamente- a ser agricultor, pescador, trabajador industrial o textil, estudiante, profesional, pobre o rico, delincuente o santo, psicópata o filántropo, etc. Simplemente diremos que básicamente vivimos como todos los demás seres vivientes -nos alimentamos, nos protegemos de las inclemencias del clima, nos reproducimos, etc.- y que en ese diario vivir nos enmarañamos en una serie de circunstancias, dificultades y sucesos que nos hacen preguntarnos por el sentido de muchas cosas y que nos hacen actuar y seguir tras ciertas metas, fines, propósitos y deseos que pueden durar mucho tiempo en cumplirse o no. A eso llamamos sentido, significado, propósito, meta de la vida (y al parecer la nuestra es la única especie en este planeta con la capacidad de preguntarse sobre eso y de intentar darse una respuesta). Entonces no importa que no haya un sentido predeterminado para nuestras vidas: nosotros mismos podemos crear y recrear -premeditadamente o no- nuestras metas y logros -así como frustraciones y fracasos- en este mundo del cual no tenemos ninguna duda de que exista. Nosotros mismos podemos proyectarnos hacia el futuro e ir construyendo nuestros ideales y anhelos, claro está hasta donde las circunstancias naturales y sociales -que otros supeditan a la Providencia, Destino o Suerte- lo permitan.

Muchas personas se sienten “llamadas” a ser tal o cual cosa: es la vocación. Se sienten bien, felices o realizadas en alguna actividad, arte o profesión. Otras más quisieron ser esto o aquello y no lo lograron por diversas e indeseadas circunstancias internas (cobardía, complejos, inseguridad personal, problemas familiares) o externas (envidias, egoísmos, intereses mezquinos, o simplemente coyuntura social) que los llevaron a la frustración y al fracaso. O simplemente llegó la muerte a una vida aún no lograda o peor a una todavía por empezar. ¿Absurdo? Tal vez, así es la vida humana. ¿Conformismo? Podríamos decir crudo realismo. Pues así como hay quienes logran sentirse felices o contentos con lo que hacen o tienen -sea poco o mucho- hay otros más que se sienten miserables, desdichados, amargados e inconformes con sus acciones y posesiones. Y no necesariamente la diferencia está en la cantidad sino en la calidad, en cómo uno interprete y sienta la vida, su propia vida. (Y esto tiene bastante que ver con nuestras experiencias pasadas vividas, con nuestro temperamento y personalidad e incluso con nuestra alimentación y predisposición genética). No obstante, ¿qué es la vida si no algo que ya va a acabar, tarde o temprano? Todo no es más que pasajero, nuestra vida culminará y todo nuestro dolor, pesar y preocupación también. “No hay mal que dure cien años...” (ni nadie que lo soporte por más tiempo). Y en verdad el transcurrir de la vida es imparable. ¡Cómo pasa el tiempo!, ¡qué rápido e irrefrenable es todo esto! La vida del hombre y la mujer es sólo un pestañeo, puede servir de algo, o no servir para mucho o, mejor dicho, al fin y al cabo se vuelve nada en la muerte. La gran verdad es que en algún momento la muerte llegará de manera inevitable e impostergable y todo acabará para el difunto. Así que, ¿para qué amargarse la vida?, ¿para qué odiar?, ¿para qué codiciar bienes y cosas efímeros y pasajeros, vanos, perecibles y temporales? ¡Vivamos el aquí y ahora lo mejor que podamos! Algún día moriremos, no sabemos exactamente cuando pero ello sucederá inexorablemente tarde o temprano. Por supuesto que para los que creen que hay una existencia consciente después de esta vida tienen el consuelo de un premio (o el temor a un castigo). Pero los que dudamos o no creemos en eso buscamos el premio -o evitamos el castigo- aquí sobre esta tierra. Desde esta última perspectiva todos nuestros valores e ideales son fantasmagóricos y falsos en términos de absolutez, nuestra existencia no tiene porque ser más valiosa de lo que intrínsecamente lo que es. Porque finalmente,

¿qué vale más: la vida de unos pocos o la de muchos, la de un ser humano o la de dos, la de diez o la de cien, la de un individuo o la de la masa, la de un delincuente o la de un místico, la de un anciano literato o la de un joven campesino, la de una hermosa doncella o la de una gorda madura, la de un pobre artista o la de un adinerado médico, la de una prostituta o la de un policía, la de un activista social o la de un filósofo contemplativo, la de un comerciante o la de un intelectual, la de un feto o la de un infante, la de una mórula o la de un inválido, la de un negro bailarín o la de un chino estudiante, la de un indio del altiplano o la de un blanco cosmopolita, la del fanático intransigente o la del realista comprensivo, la del sabio o la del ignorante, la de mi padre o la de mi madre, la de mis hijos o la de los tuyos, la de mi pueblo o la de la humanidad, la mía o la tuya, la del Santo Padre o la del vecino, la del ratero o la del honesto trabajador, la del indiferente social o la del político comprometido, la de la autoridad corrupta o la del que compra su honra y dignidad, la del narcotraficante o la de su cliente, la del secuestrador o la del raptado, etc...? ¿Qué vale más: las personas o las cosas, un auto o una esposa, la fama o los hijos, el dinero o mi prójimo, un terno o mi amigo, una torta o mi sobrino, un televisor o mi abuelo querido, nuestro deseo de venganza o la vida del enemigo, una foto o el fotografiado, un regalo o el regalado, un diploma o el alumno, un sueldo o el cliente, una gloria o un paciente, un libro o un demente, una sonrisa o un subalterno, el rango o el sargento, el saludo o el conscripto, el rifle o el fusilado, el borrador o el que borra...?

Las respuestas a éstas y otras preguntas están dadas por nuestros valores personales y sociales, los cuales apreciarán más o a las cosas o a las personas, o a estas o a aquellas gentes, o a estas o a aquellas circunstancias, o a estos o a aquellos valores...Por ejemplo, podemos vivir en una sociedad en donde ciertos tipos estéticos, raciales y corporales sean los más apreciados, en donde la posesión de ciertos artefactos sea causa de admiración, en la que determinada forma de comportamiento y accionar sea el preferido, en la que cierta clase de gente -aparte de su color de piel, por su posición política, económica, profesional, etc.- tiene algunos privilegios y no obstante todo ello podemos tener nosotros mismos como seres individuales valores y conductas opuestas. Pero a pesar de esto último, ¿no es acaso tremenda la presión social?, ¿acaso no nos rendimos casi absolutamente ante ella? Aparentemente así es. No obstante las personas pueden sobrepasar no pocas veces los antagonismos, conflictos y trabas que se les presentan. Y hay toda clase de personas, que tienden a ser más o menos en gran parte de sus vidas: valientes, cobardes, alegres, tristes, dadivosos, egoístas, generosos, mezquinos, cautos, atrevidos, modestos, soberbios, parcos, chismosos, ingenuos, manipuladores, fuertes, débiles, etc. Y claro está que entre ellas hay quienes también pueden dejar de serlo (por diversas causas: aburrimiento, choque emocional, accidente o daño físico, etc.). Es decir, no estamos condicionados a ser así para siempre. Por supuesto que los condicionamientos, las costumbres y la educación que hayamos tenido nos podrá empujar en tal o cual dirección, no obstante podemos, hasta cierto punto, cambiar de rumbo. Y naturalmente, mientras más presiones (responsabilidades, costumbres, intereses, circunstancias, etc.) tengamos sobre nosotros el cambio será más difícil pero no imposible.

NOTAS (1) Por metafísica entendemos la parte de la filosofía que se ocupa de asuntos o cosas de las cuales no tenemos ninguna forma de probar material o concretamente -como Dios o un alma inmortal-. A su vez, la antropología filosófica trata del ser humano, del hombre y la mujer, de lo que ellos son, del sentido de la vida. (2) Claro que puede haber otras formas de vida en las cuales los elementos sean otros o de diferente enlace o composición químicos. (3) El término heideggerriano proviene del apellido del pensador existencialista alemán Martin Heidegger (1889-1976). (4) Es decir la materia orgánica -básicamente los elementos carbono, nitrógeno, hidrógeno y oxígeno enlazados de determinada forma- que conforman la inmensa gama de unidades y posibilidades vivientes (especies) con tales peculiaridades y características. (5) Y no solamente eso sino que además con un par de ojos en un mismo plano que le da una visión en tres dimensiones; el desarrollo de sus cuerdas vocales que le permite la articulación de un lenguaje sonoro simbólico en conjunción con el cerebro -es-pecíficamente con la región del lenguaje o de Broca-, un pulgar que se opone al resto de los dedos de la mano etc., etc.

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