viernes, 16 de octubre de 2009

ETICA Y SENTIDO DE LA VIDA

Octavio Obando*

El sentido de la vida es el principal problema de la ética, esta es una idea sostenida por el Dr. Juan Abugattas [Prof. de filosofía de la Universidad de San Marcos y de la de Lima] que comparto. En efecto, darle sentido a la vida es un tema crucial en la medida que direcciona el comportamiento de las personas.

Aquí sería pertinente plantearse como problema porqué nos lo planteamos en esta época y no en otra. A qué obedece esta preocupación. El filósofo G. Flores. Q. [Presidente del Instituto para la Paz] afirmaba en una de las reuniones del Café Filosófico [del Centro Cultural Buho Rojo] que en nuestra realidad las tareas que correspondían a los filósofos habían sido asumidas por intelectuales de diversa categoría y en muy poca medida por los filósofos. Esta idea es cierta y la asumo encuadrado en otra manera de concebir la filosofía, es decir como filosofía aplicada.

De otra parte no es difícil darse cuenta que el problema del sentido de la vida usualmente ha sido un tema monopolizado por las diversas denominaciones clericales de orientación cristiana, principalmente por el aparato eclesiástico católico en su relación con los diversos colectivos humanos del país. Nosotros nos plantearemos el problema del sentido de la vida al margen de la visión cristiana.

Pero la razón central para plantearse el tema en esta época es porque en nuestro país desde la década del 50 del presente siglo XX han ocurrido una serie de eventos nada desdeñables. La emergencia de una intelectualidad de clase media en la década del 50 que busca responder, en un espíritu antiimperialista primero y marxista después, a los problemas políticos, económicos y espirituales que avizoraban. En la década del 60 y 70 la presencia de las diversas tendencias del marxismo en el ámbito social generó una visión universitaria y extrauniversitaria más secular, más permisiva, y con ello aflojando el sentido de la vida desarrollado casi monopólicamente por el cristianismo. Los hombres de la década del 50, 60 y 70 puestos en la orilla de la critica social hacia algún aspecto del sistema vigente u opuesto totalmente al sistema se orientaron en un sentido de la vida distinto u opuesto al vigente, es decir el cristiano. En todo este período, desgraciadamente los filósofos en gran medida no pudieron o no supieron asumir su papel, es decir repensar el problema del sentido de la vida y darle la correspondiente y apropiada forma teórica. Tal tarea habría enriquecido a los filósofos posteriores. Pero hay un hecho político que merece tenerse en cuenta para los efectos de nuestra exposición.

Las amarras del sentido de la vida fuertemente teñidas y asidas de cristianismo por el lado social, se ve contrapesado por la presencia política del gobierno velasquista (68-75) que dentro de su estrategia política ve necesario socializar valores humanistas, alternativos y opuestos a los proyectados por el comunismo y el capitalismo. En esta empresa política la tarea que correspondió al filósofo [peruano ya fallecido] A. Salazar Bondy --en los marcos político-educativos-- no deja de ser interesante. Si bien su proyecto educativo se frustó no deja de ser cierto que hubo el afán de dar fuerza institucional educativa, y en ella valorativa y en ella del sentido de la vida, alternativo al vigente, es decir el cristiano. Tengo para mí que el sentido de la vida monopolizado por la iglesia en lo masivo hasta la década del 50 se vio enfrentado primero desde la intelectualidad (los movimientos universitarios) y luego de diversas categorías de trabajadores, por otros sentidos de la vida promovidos, o mejor, actuados implícitamente, por estos movimientos. A. Salazar Bondy trató de darle a este espíritu relativo al sentido de la vida actuante implícitamente, o que latía bajo los movimientos sociales y políticos, expresión política- educativa. Es fácil observar sin embargo que en este largo lapso de cinco décadas (50-90) no hubo una formulación filosófica explícita que ejerciese la tarea de contrapeso filosófico y práctico del monopolio cristiano.

En la década del 80, la década de la guerra interna, el sentido de la vida queda poderosamente afectado, el movimiento maoísta por medios políticos y militares confronta directamente al Estado produciendo una situación social crítica; se une a esto que no era solamente el Estado versus subversión, iban de por medio fuerzas sociales involucradas con ambos sectores. Este enfrentamiento suscita inevitables cuestionamientos en la manera de entender el sentido de la vida por las personas cotidianas. No era difícil encontrar en las personas un aire de desazón y confusión respecto a sus valores. El sentido de la vida comienza a percibirse como una carencia de sentido. Y esto no es casual, obedecía al carácter político y militar como se expresaba la pugna.

La década del 90 se inicia con la tarea política del Estado de eliminar el movimiento subversivo y las tareas económicas de hacerlo en un extremismo económico liberal. En gran medida junto a las tareas políticas planteadas hubo el impulso a valores correspondientes, la forma liberal extremista de concebir el sentido de la vida.

Sería exagerado decir sin embargo que este sentido de la vida impulsado por este liberalismo extremista sea compartido por todo el sector liberal intelectual. Si bien es verdad que todos sus sectores pueden compartir su rechazo a toda forma política contraria al sistema político liberal, no deja de percibirse que no todos ellos comparten los valores en los que pretende reencausarlos este liberalismo extremista. Parecería que los valores que llenan este sentido de la vida promovido por el liberalismo extremista ---tales como individualismo extremo, en rigor corporalista; pragmatismo criollo, pragmatismo de nuestra aberrante moral criolla; y un exacerbado comsumismo--- no terminan de persuadir a este sector liberal moderado o tradicional o educado en ciertas costumbres políticas, intelectuales y valorativas.

Este liberalismo moderado si bien capaz de coexistir con un sentido de la vida cristiano ---o moderadamente cristiano o formalmente cristiano--- se encuentra frente al liberalismo extremista en una situación igualmente polémica en la medida que el liberalismo extremista al abogar por la práctica de sus valores ---individualismo corporalista, pragmatismo criollo y consumismo exacerbado--- barre con los valores cristianos e incluso con los valores del mismo liberalismo moderado.

De esta manera si enfrentamos la necesidad de explicarnos el sentido de la vida es porque en la práctica el sentido de la vida de carácter cristiano y liberal moderado se han visto severamente minados. Minamiento de valores que llevará una buena cantidad de años reestructurar. De esta manera se han abierto las puertas para un acentuamiento de la crisis en nuestra cultura, herida que ni el eventual retorno del liberalismo moderado podrá quizá curar.

Sobre este fondo dramático de nuestra vida social es que me plantearé reflexiones más específicas sobre el sentido de la vida. Un intento de sistematización. Es claro para nosotros que el proceso de demolición valorativa y ética efectuado por el liberalismo extremista ha minado las éticas competidoras, y sobre estos escombros es que se pueden construir nuevas posibilidades éticas, en la medida que no se acepta la vigente, es decir los valores del liberalismo extremista.

Grosso modo partiremos de otra idea para efectuar nuestra reflexión, y es la idea que el ser humano, el único ontológicamente responsable de lo que hace y no hace, tiene que asumirse autónomo de manera radical y que aquí y solo aquí cabe la realización plena de su ser. Finalmente propondremos que el sentido de la vida no existe en tanto que es una aspiración ideal que nunca llega a plasmarse concretamente.

Horizonte y sentido de la vida.- El sentido de la vida sólo existe en relación directa al horizonte en el cual nos encuadramos y que direcciona nuestra voluntad. Por lo general estimamos que somos libres a pesar de horizontes que no nos dejan lugar a la autonomía, por ejemplo cuando se acepta o cree en divinidades, por ejemplo cuando el sujeto reduce la voluntad a la necesidad inmediata o mediata (bienes materiales o concreción de planes o proyectos de vida).

Cuando decimos "dios nos guía", "yo soy mi guía", "cada cual se construye su destino", se obvia varios aspectos: 1) el horizonte con el cual se mira el mundo; 2) el nivel cultural de los individuos; 3) posibilidades materiales; 4) el uso del libre albedrío; 5) cómo se concibe la voluntad. Es más coherente cuando nos situamos críticamente en las posibilidades de un horizonte (el vigente o uno de los vigentes) y más radical cuando asumimos críticamente el horizonte.

Pero si los hombres modernos repudiaron los horizontes en el que hay dios, luego esta búsqueda del sentido de la vida de carácter secular, es decir distinta a la cristiana, es perfectamente legítimo. Si tal evento se verificó en la cultura europea desde el siglo XVII, no es difícil percatarse que la muerte de dios llega a fines del siglo XX a la conciencia de nuestros compatriotas. Los europeos proclamaron la muerte de dios, nosotros la susurramos.

Niveles y planos del sentido de la vida
Diremos que los niveles son cuatro: 1) el orgánico, que comporta el plano material: manutención, reproducción, satisfacción de necesidades; 2) el psicológico, que entenderemos por el equilibrio dado por los planos emocionales y sentimentales y sobre lo cual lo material repercute pero no determina; 3) lo valorativo, que es la realización y actitud asumida por el sujeto hacia sí mismo y hacia el género, condicionado por la estructura emocional y ligada al control de la conducta; 4) el ontológico, que es propiamente la instalación del sujeto en la realidad comprendiendo su sentido: quién es, dónde va, de dónde viene.

El desarrollo de estos niveles no se da uno después de otro, por el contrario, parecería que se dan entretejidos y desarrollando desigualmente y en la cual intervendrían diversos vectores: 1) la biografía personal, 2) el conjunto de relaciones sociales en el cual se configura como personalidad, 3) las etapas psicológicas, 4) las aspiraciones e ideales, etc. Es un desarrollo que se da como devenir.

Ocurre que el sujeto en su desarrollo desigual prioriza ciertos niveles que condicionan o limitan los otros. En el nivel de la autoconciencia espontánea de los sujetos (llamaremos así al autoentendimiento que el sujeto se hace de sí mismo) estos suelen establecer fuertes relaciones de dependencia mental relacionado con el autoentendimiento de sí mismo, en cuyos niveles se estacionan mentalmente y a partir del cual coagulan y proyectan una manera de entenderse a sí mismos y al mundo.

Desde nuestra perspectiva el condicionamiento material suele ser muy fuerte y con esta óptica, con este estacionamiento mental, valora los otros niveles considerándolos secundarios, desdeñándolos o, en el peor de los casos, repudiándolos. A pesar de esto, empero, los otros niveles no dejan ni dejarán de manifestarse. Sustraerlos de este estacionamiento mental para que revaloricen y resituen los otros niveles suele ser una tarea extremadamente compleja. Pero a su vez esta sobrevaloración del nivel material oculta los otros niveles y casi anula por completo el específicamente ontológico, o apela a la reificación, es decir, reducirlo a la creencia que el sentido de la vida solo puede ser este primer nivel.

El sentido de la vida: no uno sino varios
No existe un sentido de la vida, existen varios sentidos de la vida en un sujeto siempre en relación con los objetivos trazados. No hay el supuesto fin al que uno accede en línea recta. Como la evolución de los sistemas nerviosos de los más simples a los más complejos, los nuevos sistemas y subsistemas se montan unos sobre otros desarrollando su propia dinámica. Así no hay sentido de la vida sino varios que globalmente llamaremos sentidos de la vida de corto alcance. El sentido de la vida entendido como meta final ideal, es algo a lo que nos acercamos conforme realizamos los sentidos de la vida de corto alcance pero a lo que nunca se llega.
Puede ocurrir que al mirar los sentidos de la vida de corto alcance como cierta totalidad --una "revisión" global de nuestra vida en determinados momentos-- puede hacernos figurar que hemos llegado a cierto nivel de aproximación a la meta, pero se tratará de una aproximación. En rigor nunca llegamos.
El sentido de la vida es absoluto en tanto meta pero relativo en tanto aproximación práctica. Suele ocurrir que se confunde el sentido de la vida como logro final ideal con los sentidos de la vida de corto alcance, más bien reales.
El sentido de la vida no es puesto por entidad extrahumana alguna (ni tampoco se realiza en el mundo a partir de entidad extrahumana alguna). Tampoco es puesta por nosotros, es, en rigor, lo que el contexto material y cultural nos ofrece en cierto horizonte de posibilidades.
Se suele creer que se es libre por la ubicación frente a las posibilidades que ofrece un horizonte pero no se cuestiona el mismo horizonte en el cual se plantean las posibilidades. Cuando el acceso a las posibilidades falla entonces se cree que la culpa es nuestra al carecer de sentido la vida, precisamente por fallar. Cuando cristaliza en una autoconciencia espontánea crea una condición ontológica de subvaloración.
Puede ocurrir que se accede a las posibilidades pero no se encuentra lo esperado, en ese caso se debe cuestionar el horizonte. En este caso es el horizonte quien está poniendo el límite, ya no las posibilidades.

Conclusiones
El sentido de la vida ha de verse en el contexto social asumiendo la reflexión correspondiente al filósofo. Ese proceso social deja ver que el liberalismo extremista propone un sentido de la vida limitado, degenerativo, antihumano, y que se ofrece como alternativo y superior al sentido de la vida de procedencia cristiana y liberal moderada. El sentido de la vida comporta niveles, el más amplio es el ontológico que nos da cuenta del sentido y de nuestro lugar en el mundo. Los niveles y la correspondiente sobrevaloración, en especial el primero, proyectan la imagen que estos son válidos en tanto sentido de la vida llegando a confundirlos con sentidos de la vida legítimos, que en realidad convendría llamarlos más bien destinos cortos. El nivel ontológico, pese a ser el de mayor nivel, cuando nos ofrece un sentido de la vida siempre será ideal, pero nos permite ir asimilando los otros niveles hasta instalarnos en éste. Aunque nunca lleguemos a poseer plenamente el nivel ontológico nos moveremos en su horizonte.

(Conferencia dictada en la Universidad Particular Ricardo Palma, auditorio de la Facultad de Lenguas Modernas, 14 de mayo de 1998)



*Doctor en filosofía por la Universidad Federal de Río Grande del Sur, Brasil.

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