viernes, 13 de septiembre de 2024

Sobre la creencia en Dios

 


Lincoln Lavado Landeo
Médico cirujano por la Universidad Nacional Federico Villarreal, Especialista en Oftalmología, Doctor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales (con mención en Antropología) por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), Doctor en Medicina por la Universidad de San Martín de Porres, y Profesor Principal de la Facultad de Medicina de la UNMSM

Correo-e: llavadol@unmsm.edu.pe

(Foto de la pág. web del autor)


¿Cómo demostrar si los duendes existen o no? ¿Cómo demostrar si Papá Noel existe o no? ¿Cómo demostrar si Dios existe o no? Nada de esto es posible. Pero eso no justifica que renunciemos a pensar, que busquemos argumentos, que nos interroguemos con seriedad.

Inicialmente, muchos dirán que lo más lógico y natural del mundo es creer en Dios porque sin él nada tendría razón de ser, así a priori responderán, Dios debe existir. Sin embargo, es muy claro, que esto no elimina la pregunta sobre su existencia.

Una forma de demostración que desde el pasado ha atravesado la filosofía occidental fue el famoso argumento ontológico, planteado por Anselmo de Canterbury (1033 – 1109), que luego fue renovado por Descartes y Hegel, entre otros. Esta prueba se basaba en la definición de lo que es Dios. El razonamiento usado de forma sucinta es el siguiente:

Un ser no puede concebirse para no existir. Si algo puede concebirse para no existir, entonces algo más grande puede ser concebido. En consecuencia, un ser del que nada mayor puede ser concebido no puede ser concebido para no existir y, por lo tanto, debe existir. Este ser es Dios.

Como se observa, la prueba ontológica no prueba nada. No basta con definir a Dios para demostrar su existencia. Una definición no puede probar nada.

Otra forma de demostración usada ha sido el argumento cosmológico o de la primera causa, planteada por Tomás de Aquino (1224 – 1274), quién a su vez usó y adaptó las versiones de Aristóteles, Avicena y Maimónides. Se basa en el hecho de que todo lo que existe debe ser explicado.

El mundo existe. Para explicar su existencia es necesario suponer que tiene una causa. Si retrocedemos hacia atrás en una serie causal llegaremos a una primera causa que sea incausada. Esta sustancia necesaria, origen de todo, es Dios. Por tanto, si el mundo existe, entonces existe Dios.

Tratar de demostrar la existencia de Dios apelando a la contingencia del mundo, nuevamente equivale a pasar de un concepto (primera causa) a una existencia (Dios), lo cual no tiene sustento.

Una tercera forma es el argumento teleológico o del diseño, que se basa en que todas las cosas que existen tendrían una finalidad evidente. Este planteamiento utiliza preguntas tales como: ¿Cómo explicar la vida y su increíble complejidad? ¿Cómo explicar un mundo tan hermoso?

El mundo es demasiado complejo y hermoso para haber ocurrido al azar. Debe haber sido creado por un ser inteligente. Dios es el único ser inteligente con ese poder. Por tanto, Dios existe.

Este argumento no responde a todas las catástrofes que existen en el mundo: terremotos, sequías, huracanes, pandemias, enfermedades, etc. Es decir, a la presencia del mal. En el mundo existen tantas injusticias, sufrimientos y horrores como para creer que fuera creado por un ser omnipotente y omnisciente.

Dejemos estas pruebas de lado porque todavía son más contradictorias las ideas que los creyentes monoteístas tienen acerca de Dios. Me circunscribiré al cristianismo por ser la religión con la que tenemos contacto en el Perú, aunque mucho de lo aquí descrito puede aplicarse al judaísmo y al islam.

Según la creencia cristiana, Dios creó el mundo para que sea morada del hombre, a quien hizo a imagen y semejanza. Esto implica que es un Dios antropomórfico. Un Dios con forma de hombre tendría manos, pies, ojos, ¿pero también órganos internos, como hígado, riñones, sangre, pulmones, estómago, etc.? ¿O es que sólo tendría la semejanza externa del hombre, algo así como una cáscara de huevo o una fruta?

Apenas este hombre vio la luz, su Creador le tendió una trampa. Al ser este Dios omnisciente, ¿no sabría con anterioridad que Adán iba a caer en ella? Siendo omnipresente, ¿no vió lo que estaba sucediendo? Siendo omnipotente, ¿porque dejó que ello suceda?

Una serpiente que hablaba se le acercó a la primera mujer creada de una costilla de Adán. ¿Por qué una costilla, no hubiera sido mejor una parte del cerebro o del corazón? ¿Cómo es posible que esta mujer no se sorprendiera al ver hablar a un ofidio? ¿Cómo explicar que haga más caso a un reptil que a su Creador?

Convencida por la serpiente, Eva brindó el fruto prohibido a su marido. Adán en una muestra de increíble inocencia y máxima ingenuidad le hizo caso. ¿Acaso Adán no fue creado a imagen y semejanza? ¿Dónde quedó su inteligencia, dónde dejó su razonamiento? ¿Suena posible que obedezca más a un ser formado de su propia costilla que a su divino Creador?

Por la ofensa de este único hombre, toda la raza humana se vio condenada a la presencia del pecado y una mutitud de males. ¿Es lógico que un ser de una bondad infinita castigue a millones y millones de seres humanos inocentes por el error de solo uno, que encima fue su propia creación (a imagen y semejanza)? ¿No posee este ser omnisciente y bueno siquiera un mínimo nivel de autocritica?

Más tarde, cuando este Dios se arrepintió de haber poblado el mundo con la raza humana, encontró que era más fácil ahogar (diluvio universal), destruir y desaparecer pueblos enteros. ¿No es acaso esto la descripción un ser celoso, mezquino y vengativo?

Ese mismo Dios fue el que ordenó a Abraham sacrificar con sus propias manos a su hijo Isaac (Génesis 22:1-19), algo que, si bien no se consumó, ha dejado la interrogante ¿qué tipo de Dios misericordioso podría dar esa orden?

También exigió a Moisés llevar a cabo la matanza de tres mil israelitas por adorar un becerro de oro (Éxodo 32:25-29) y el genocidio de Jericó a manos de Josué (Josué 6:21) ¿Qué clase de Dios permite y promueve todas estas cosas? ¿Es acaso un genocida?

No quiero extenderme mucho con estos ejemplos del Antiguo Testamento. Solo diré que el pueblo al que consideró el elegido, no fue más feliz que otros, y que más bien siempre anduvo detrás de dioses extranjeros, buscando favores y ayudas que el suyo le negaba.

En la imposibilidad de atraer hacia sí a este pueblo perverso y desagradecido, que, sin embargo, amaba con irracional obstinación, le envió a su propio hijo. ¿Cómo así tuvo un hijo? ¿Se partió en dos como una bacteria? ¿Se unió a una diosa hasta la fecha desconocida? ¿Su hijo es también eterno como él (entonces no sería hijo)?

El hijo trajo la Buena Nueva, pero fueron sus apósteles quienes escribieron sus enseñanzas muchos años después de su muerte. ¿No hubiera sido mejor que Jesús no sea analfabeto y él mismo, como hijo de Dios, escribiera el Evangelio? ¿No nos hubiéramos ahorrado así tantas malas interpretaciones y con ello cientos de guerras entre los propios cristianos?

Ese hijo querido enviado a la Tierra por su padre fue asesinado en la cruz por el pueblo elegido. ¿Qué tipo de Dios es ese que no puede salvar al género humano (creación suya) sin sacrificar a su propio hijo? ¿Cómo es posible que un Dios inocente muera crucificado para que las cosas en el mundo sigan igual? ¿No sucede que a pesar de los esfuerzos de esta omnipotente divinidad, los hombres siguen viviendo en el pecado, haciéndose dignos del castigo eterno día tras día?

Llegados a este punto, me parece conveniente recordar la paradoja planteada por Epicuro de Samos (341 – 270 antes de nuestra era) sobre el problema del mal:

¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces, no es omnipotente.

¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.

¿Es capaz y desea hacerlo? Entonces, ¿de dónde surge el mal?

¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?

Siendo complicado aceptar fácilmente la probabilidad de la existencia de un Ser Supremo, preguntémonos ¿qué es lo que hace que tanta gente sea creyente? La respuesta es nuestro deseo, pero no el deseo de que exista tal divinidad, sino el deseo de no morir gracias a esa divinidad.

La religión cristiana nos ofrece la resurrección y, adicional a ella, que podamos reencontrarnos con nuestros familiares cercanos, nuestros amigos del barrio, nuestros compañeros de trabajo y del colegio, con las enamoradas antiguas... Pero ¿con qué edad vamos a resucitar? ¿Si resucito muy joven, mucha gente que conocí después será desconocida para mí? ¿Y si resucito muy viejo, estaré doblado, babeando y arrastrando los pies? ¿Qué pasará con los natimuertos, con los fetos abortados? ¿Cómo resucitarán los niños con graves deficiencias genéticas, como los anencefálicos? ¿Y los esquizofrénicos, los retardados mentales?

El hecho que una religión ofrezca lo que justamente más deseamos en la vida, es decir, no morir, debería hacernos pensar. ¿No es acaso algo sospechoso? ¿No suena demasiado bueno como para ser verdad? ¿No estaremos confundiendo nuestros más profundos anhelos con la realidad? ¿No será todo una simple ilusión, un simple placebo? ¿Qué parece más probable que exista Papá Noel o que resucitemos?

Nietzsche sostuvo: “La fe salva, por tanto, miente”.

 

Bibliografía

1. Comte-Sponville, A. Invitación a la filosofía. Ediciones Paidós Ibérica SA. Barcelona, 2002.

2. Dawkins R. La magia de la realidad. Cómo sabemos que algo es real. Espasa Libros, SLU. Primera edición, 2011. Barcelona, España.

3. Holbach, P. El cristianismo al descubierto. Editorial Laetoli. 2007. Pamplona. España.

4. Llácer, T. Nietzsche. El superhombre y la voluntad de poder. Bonalletra Alcompas, S.L. 2015. España.

5. Mosterín, J. Filosofía y ciencia. Un continuo. Fondo Editorial Universidad Garcilaso de la Vega. Primera edición, 2011. Lima, Perú.

6. Russell, B. La perspectiva científica. Proyectos editoriales. 1983. España.

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