viernes, 13 de septiembre de 2024

La importancia de la (in)existencia de Dios

 


Manuel A. Paz y Miño, 
Presidente, Instituto Humanista Racionalista del Perú.
Correo-e: mapymc@yahoo.com





A través de la historia de la humanidad podemos observar por casi todo el planeta manifestaciones culturales de la creencia en seres sobrenaturales o dioses poderosos manejadores de las potencias de la naturaleza, del aire, la tierra y el agua, para bendición o maldición de los hombres. Por su bendición, alrededor del planeta, los seres humanos teníamos --y tenemos aún para muchos-- abundancia de lluvia, sol, comida, prosperidad y paz, y por su maldición, sequías, ciclones, tormentas, terremotos, inundaciones, enfermedades, guerras y muerte.

Gracias a esta supuesta y creída voluntad e intervención de los dioses, los pueblos eran gobernados incluso por sus hijos, reyes divinos pero mortales con poder absoluto sobre la vida y la muerte de sus súbditos, aquí y alrededor del globo. Pero también se supuso que los dioses enviaban de cuando en cuando a sus escogidos o profetas para que iluminen con su luz sabia y saquen de la oscuridad tenebrosa a la humanidad.

Pues si no fuera por los dioses, ¿cómo hubieran explicado nuestros ancestros más remotos el funcionamiento de la naturaleza y la sociedad, el día y la noche, las estaciones, la buena o malaventura? Sin la presunta misericordia divina, ¿qué guía tendrían los hombres para llegar a la divinidad, conocer su voluntad y adorarla? ¿Qué esperanza tendrían ante las injusticias y maldades vividas en este mundo temporal y pasajero?

Tales dioses fueron simplemente creados en los albores de nuestra especie como una proyección física y psicológica de nosotros mismos puesto que los primeros seres humanos no tenían otra cosa que su imaginación y, a la vez, su capacidad de relacionar unas cosas con otras, causas y efectos. Entonces si salía el sol, comenzaba a llover, tronar o moverse las tierras o las aguas, alguien –no algo—ocasionaba todo eso según su voluntad o capricho. Ese alguien era el dios del sol, la lluvia, el trueno, la tierra o el mar.

Si algún fenómeno natural privaba a la gente de agua y la subsecuente carencia de alimentos entonces había que suplicarle y realizar toda clase de sacrificios a la respectiva divinidad para que retornen las lluvias. Si alguien enfermaba no bastaba con tratar de curarlo con hierbas, había que pedir la gracia al dios de la medicina. Si alguien moría había que suplicarles a los dioses que lo reciban con bien y le perdonen sus maldades en esta vida. Si un ejército enemigo se acercaba para robar, saquear y matar se tenía que pedir la ayuda al dios de la guerra para vencerlo.

Si los dioses tenían voluntad y hacían cosas como nosotros, también tenían que tener existencia, conocimiento, sentimientos y ocupan espacio como nosotros, aunque con la diferencia de que si los humanos vivimos un tiempo en este mundo, los dioses lo hacen por siempre jamás en el suyo, si conocemos algunas cosas, ellos lo saben todo, si solo podemos estar en un lugar determinado, ellos pueden estar en todas partes, si amamos (u odiamos) un poco a algunos cuantos, ellos tienen un amor (u odio) inacabable por toda la humanidad. Es decir, los dioses simplemente son seres humanos elevados al infinito.

Por lo tanto, todas las representaciones de los dioses encontrados en las culturas diversas en los cinco continentes son producto de la ignorancia humana de cómo funcionaba el mundo, el temor a las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades, los enemigos y la muerte, y la necesidad de sobrevivir día con día.

Pero, ¿acaso importa si existen o no uno o más dioses? Al parecer no si uno observa la historia natural del mundo y la historia social de la humanidad. Haya o no seres divinos la inevitable evolución violenta de la tierra y nuestra especie se dio y seguirá dándose. Los desastres naturales no se han podido ni se pueden evitar, y las catástrofes causadas por el hombre seguirán dándose hasta que exista sobre la faz de la tierra. Sabemos que los cambios climáticos globales son cíclicos aunque al parecer se han acelerado por la industria avariciosa, depredadora y contaminante.

Siempre los peces pequeños son comidos por los de mayor tamaño. Los grandes felinos comen mamíferos chicos o más grandes con la ayuda de otros. Hay algunos seres humanos que se complacen o son indiferentes al sufrimiento ajeno hasta el punto de masacrar a millones. Si algún dios creador supuestamente bueno y poderoso existe, aparentemente no le interesa su creación y por eso no interviene en ella. O, simplemente, ¿es un misterio que nunca podremos resolver?

Y si, en definitiva, no hay ningún dios, ¿todo vale? ¿No hay valores o un patrón moral absoluto que nos diga qué es bueno o malo? Evidentemente, todo no vale: somos seres sociales y como tales las cosas que hagamos a los demás tendrán sus consecuencias, buenas o malas. No podemos hacer lo que se nos dé la gane sin que no haya reacción por parte de la sociedad, así hayamos hecho alguna maldad de forma oculta, cobarde y astuta.

Como seres biológicos evolucionados nos podemos dar cuenta de nuestra animalidad y las capacidades creadoras (y destructivas) de nuestra especie con las que hemos construido dioses a nuestra imagen y semejanza.

Así que estamos solos a merced de las inevitables e inexorables fuerzas de la naturaleza y sujetos a las circunstancias sociales e históricas del medio al que pertenecemos o donde estamos y corresponde a nosotros, no a ningún ser inexistente e imaginario, buscar resolver nuestros propios problemas con la inteligencia que hemos adquirido producto de la evolución de la materia para sí afrontar lo mejor que podamos las vicisitudes de nuestra propia existencia.

Ningún rezo impedirá las guerras, las masacres, los asesinatos, las violaciones, los saqueos, los engaños y las traiciones. Pero, claro, eso producirá algún sentimiento falso de seguridad y esperanza que puede o no coincidir con la realidad.

Si muchísimas personas creen, aquí y en otras partes, sobre todo si pertenecen a sociedades que no protegen su salud y seguridad, que rezando u orando a dioses inexistentes lograrán su protección frente a los avatares de la realidad, es su idea salvadora y esperanzadora, tienen derecho a pesar como quieran en relación a lo sobrenatural. Pero si no existen los dioses, están (auto)engañados y desperdiciando su valioso tiempo, así se sientan más seguros, sanos y tranquilos después de rezar, orar o cantar a la divinidad que sus padres y familiares les hicieron creer que existía en su más tierna infancia.

La creencia en la existencia de lo divino tuvo y tiene aún su lugar en la historia y la cultura influenciando en gran manera en nuestro mundo: edificación de templos, elaboración de dogmas, ritos, rezos, utensilios litúrgicos y libros sagrados, creación de arte religioso, por un lado, práctica de sacrificios animales y humanos, intolerancia ante quien piensa diferente, pensamiento único y fanatismo, conversión forzada por conquista armada, persecución de las otras religiones, represión a los herejes e incrédulos y derramamiento de su sangre, por otro.

Pero ahora vivimos en una era científica y de gran avance tecnológico gracias a los cuales podemos entender mejor y transformar la realidad, medicinas con las cuales podemos curarnos y no morir, y tener aparatos que nos ahorran mucho tiempo y esfuerzo, para transportarnos, comunicarnos y educarnos, donde la divinidad ya no tiene razón de ser más que en aquellas cabezas que creen que nos salvará aquí y ahora de nuestra propia destrucción al contaminar y destruir nuestro planeta, queda el consuela en una hipotética existencia o conciencia post mortem.

Y justamente la creencia en una vida después de la muerte es la hermana melliza de la creencia en lo divino. Pues si hay seres sobrenaturales, también puede haber estados sobrenaturales, almas o espíritus incorpóreos que nos consuelen ante la inevitabilidad de la muerte de nuestro cuerpo. Creencia que aleja la idea de la banalidad, temporalidad y sinsentido de la vida humana.

Así que la creencia en los dioses, los espíritus, los cielos y los infiernos se retroalimentan y justifican entre sí para ilusionarnos y enajenarnos y olvidarnos de nuestra indetenible finitud y mortalidad.

En definitiva, entonces, no necesitamos creer en ningún dios para vivir, es más cualquier dios ha sido creado por nosotros mismos, pues si existiera alguno, ¿cómo lo sabríamos? ¿Por revelación? Cualquier revelación sacra no contiene nada que no haya podido ser de origen humano ¿Por observación de la naturaleza? Ella es producto de millones de años de la evolución de la materia. ¿Por nuestra capacidad de razonar? La misma respuesta que la anterior.

Es más, si aceptáramos la existencia de un ser absolutamente supremo y bondadoso a la vez caeríamos en una contradicción lógica salvable solamente por la creencia ciega o fe sin espacio para duda alguna.

Así que si Usted cree en un dios, es su opción y su derecho de libertad de creencia pero no puede demostrar que realmente exista, es una cuestión de fe.

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