viernes, 13 de septiembre de 2024

Acerca de Dios




Víctor Neira Martín, Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Niza y director académico de Matemáticas por el Perú. 

Correo-e: neiravictor371@gmail.com

 

(Foto: Cortesía de la UARM)

Escribo estas líneas después de leer el libro de Geoffrey Berg, Las seis vías del ateísmo; libro que dio pie a largas y sustanciosas conversaciones con filósofos, científicos y, en general, intelectuales.

Muy amablemente, me pidieron mi opinión acerca de la cuestión, acerca de la pregunta: ¿Dios existe?

Para empezar, diré que ser ateo me parece totalmente coherente. Pero (y aquí viene la razón de la conjunción adversativa) el ateo tiene ante sí una tarea titánica. Los ateos que conozco admiten la existencia de algo (no conozco ningún ateo que se haya encerrado en un solipsismo radical que niegue el mundo exterior). Ese algo, que muchos llaman materia, produce fenómenos que es menester explicar desde el ateísmo. Y considero esa tarea descomunal. Un ateo no está eximido de explicar, de comprender, el mundo material. Es más, fenómenos como la conciencia, la imaginación, la religiosidad, la cultura, también podrían ser explicados desde lo material. No es poca cosa. Steven Weinberg, por ejemplo, avanzó un gran trecho en esa ruta, pero su esfuerzo distó mucho de ser coronado. Y Weinberg era un coloso. Más atrás, allá por los años sesenta, circulaba la hipótesis cosmológica de Hoyle-Littleton, que admitía un Universo autocreador de su propia materia, hipótesis que fue acorralada con el descubrimiento de la radiación de fondo.

Creo que el trasfondo de lo anteriormente escrito es un problema filosófico que, extrañamente, pocas veces se menciona. El problema de la aseidad del Universo. Hasta donde sé, el término aseidad fue introducido por Hegel y designa la autosuficiencia del Universo. El Universo se basta a sí mismo para crearse, destruirse y explicarse. Para ateos como Marx, la fantasía de una vida futura inexistente nos alienaba y nos impedía ver la realidad, la única realidad, de los procesos materiales. El Universo es autosuficiente

Añadiré a lo dicho, ¿por qué tendría que demostrar la no existencia de Dios un ateo?

A nadie se le ocurría demostrar que las chiforímpulas no existen. Si mi madre no tiene hermanos, no tengo que demostrar que no existe mi tío Perico.

Ahora expondré mi punto de vista en detalle.

¿Existe Dios?

En mi muy humilde opinión, existe todo aquello que no es causa de sí mismo. Existe esta mesa, que la hizo el carpintero. Existo yo, que soy hijo de mis padres. Dios no es hijo, no es efecto de ninguna causa. Desde este punto de vista, Dios no existe, Dios es.

La palabra causa es polisémica para la Filosofía. Aristóteles formuló la doctrina de las cuatro causas; Hume negaba del principio de causalidad, el mismo que los metafísicos defendían porque, añadido a los principios de la Razón, hace posible la ciencia.

Ahora bien

¿Y la Física?

Un buen físico nunca mete a Dios en sus asuntos.

La Física, en general, la ciencia, estudia fenómenos. Pedirle a la Física que hable de Dios es pedirle que hable, además de los fenómenos, de milagros (hechos que son irrepetibles). Y eso degenera en locura. Y se ven casos de personas que quieren enseñar dinámica usando el salmo 104, que niega el movimiento de la Tierra.

También circula la pregunta ¿La existencia es un predicado?

Desde este punto de vista, si Dios existe, esta existencia es un predicado acerca de sí mismo. Y aquí hay un problema.

Soy yo, es mi conciencia, la que pone el árbol, el río, la montaña, en la unidad de un paisaje. En ausencia de la conciencia que lo capta, no se puede hablar de la unidad del objeto estético. Pero, si somos detectores del Ser, no somos sus productores. No sucede que yo diga: “Sea la montaña…y la montaña es”. Además, no hay nadie tan loco como para afirmar que, en ausencia de la conciencia que lo capta, el Universo se disolverá en la nada.

El logos divino sí tendría esa facultad. Al señalar el Ser, lo crea. Por eso en el evangelio de San Juan se dice, al comienzo: “En el principio era el Verbo”

Parménides advirtió el problema cuando dijo que el tiempo del Ser es el presente continuo. Porque el pasado ya no es; y el futuro todavía no es.

¿Qué nos enseña la dialéctica?

Que la dinámica tesis-antítesis-síntesis es el movimiento inmanente de lo real. Si la cosa, tan pronto es, empieza a dejar de ser, entonces el presente es una circunstancia.

Y parece que Parménides tenía razón.

Ahora vayamos a otro tema.

Para las Matemáticas, ¿Dios existe?

No olvidemos que San Buenaventura nos enseñó que el silencio es la actitud mística ante la inefabilidad del Ser Supremo.

Si Dios es una entidad matemática, entonces puede ser explicado mediante conceptos.

Y los conceptos matemáticos sólo son comprensibles mediante definiciones.

Digamos algo más. David Hilbert (1862-1943), el líder de la Escuela Formalista de Matemáticas, el que protagonizó una “guerra civil” contra Brouwer y los intuicionistas, afirmó que “un objeto matemático existe cuando está libre de contradicción”. Estaba hablando de Matemáticas, no de Dios, pero también estaba hablando de la existencia. Y si tenemos la fe implícita de que las Matemáticas pueden explicar la realidad, de que las Matemáticas son algo más que garabatos en la pizarra, entonces es necesario reflexionar acerca de lo que Hilbert entendía por existencia de los objetos matemáticos.

Visto más de cerca, el argumento de Hilbert (existen los objetos matemáticos que no tienen contradicciones) entronca con Aristóteles, quien señaló, en la “Metafísica”, que el principio de no contradicción era característico del Ser.

Y aparecen más problemas. Porque existen matemáticas inconsistentes (como las de Christensen, que admiten un teorema y su negación) y existen lógicas paraconsistentes (Newton da Costa). Además, Brouwer (el intuicionista, adversario de Hilbert) cuestionó el principio del tercio excluido, lo que posibilitó el nacimiento de las álgebras de Heyting.

La Física moderna se caracteriza porque trabaja con objetos que son extraños al ciudadano común (quarks, cuerdas, gravitones). Y, para poder manipularlos, los percibe indirectamente y se ve compelida a definirlos matemáticamente. Es decir, crea objetos matemáticos que tienen propiedades y se relacionan unos con otros. También tiene una fe implícita de que en la naturaleza existe un orden (que se expresa en leyes), que tal orden puede ser comprendido y las matemáticas son una poderosa herramienta para conseguir tal comprensión.

Aquí entra el argumento de Hilbert. Si basta la ausencia de contradicción para que el objeto matemático sea existente, entonces existen las chiforímpulas y existen los unicornios. Porque las entelequias están libres de contradicción. Y me puedo imaginar casi cualquier cosa. Por ejemplo, a Papá Noel.

Ahora bien, hay entelequias divertidas como el ajedrez. Tiene su sintaxis y tiene su semántica. Y carece de contradicción. De allí a afirmar que el ajedrez explica la realidad física, hay un trecho.

Pero hay más. Para intuicionistas como Brouwer, la existencia de los objetos matemáticos era a partir de intuiciones (que casi parecen místicas) que los objetos de la realidad nos proporcionan. Es decir, las matemáticas serían algo así como una comprensión de lo invisible a partir de lo visible.

¿Y Dios?

¿Entra en tal categoría?

Como escribí antes, los físicos no meten a Dios en sus asuntos. Sin embargo, pueden usar la palabra “Dios” como la abreviatura para un conjunto de propiedades.

Cuando Laplace le explicó a Napoleón su Sistema General del Mundo, Napoleón le preguntó: “¿Dónde está Dios en su teoría?”

Y Laplace respondió:

“No he tenido necesidad de esa hipótesis”

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