Víctor Neira Martín, Licenciado en Matemáticas
por la Universidad de Niza y director académico de Matemáticas por el
Perú.
Correo-e: neiravictor371@gmail.com
(Foto: Cortesía de la UARM)
Escribo estas líneas después de leer el libro de Geoffrey
Berg, Las seis vías del ateísmo; libro que dio pie a largas y sustanciosas
conversaciones con filósofos, científicos y, en general, intelectuales.
Muy amablemente, me pidieron mi opinión acerca de la
cuestión, acerca de la pregunta: ¿Dios existe?
Para empezar, diré que ser ateo me parece totalmente
coherente. Pero (y aquí viene la razón de la conjunción adversativa) el ateo
tiene ante sí una tarea titánica. Los ateos que conozco admiten la existencia
de algo (no conozco ningún ateo que se haya encerrado en un solipsismo radical
que niegue el mundo exterior). Ese algo, que muchos llaman materia, produce
fenómenos que es menester explicar desde el ateísmo. Y considero esa tarea descomunal.
Un ateo no está eximido de explicar, de comprender, el mundo material. Es más,
fenómenos como la conciencia, la imaginación, la religiosidad, la cultura, también
podrían ser explicados desde lo material. No es poca cosa. Steven Weinberg, por
ejemplo, avanzó un gran trecho en esa ruta, pero su esfuerzo distó mucho de ser
coronado. Y Weinberg era un coloso. Más atrás, allá por los años sesenta,
circulaba la hipótesis cosmológica de Hoyle-Littleton, que admitía un Universo
autocreador de su propia materia, hipótesis que fue acorralada con el
descubrimiento de la radiación de fondo.
Creo que el trasfondo de lo anteriormente escrito es un
problema filosófico que, extrañamente, pocas veces se menciona. El problema de
la aseidad del Universo. Hasta donde sé, el término aseidad fue introducido por
Hegel y designa la autosuficiencia del Universo. El Universo se basta a sí
mismo para crearse, destruirse y explicarse. Para ateos como Marx, la fantasía
de una vida futura inexistente nos alienaba y nos impedía ver la realidad, la
única realidad, de los procesos materiales. El Universo es autosuficiente
Añadiré a lo dicho, ¿por qué tendría que demostrar la no
existencia de Dios un ateo?
A nadie se le ocurría demostrar que las chiforímpulas no
existen. Si mi madre no tiene hermanos, no tengo que demostrar que no existe mi
tío Perico.
Ahora expondré mi punto de vista en detalle.
¿Existe Dios?
En mi muy humilde opinión, existe todo aquello que no es
causa de sí mismo. Existe esta mesa, que la hizo el carpintero. Existo yo, que
soy hijo de mis padres. Dios no es hijo, no es efecto de ninguna causa. Desde
este punto de vista, Dios no existe, Dios es.
La palabra causa es polisémica para la Filosofía.
Aristóteles formuló la doctrina de las cuatro causas; Hume negaba del principio
de causalidad, el mismo que los metafísicos defendían porque, añadido a los
principios de la Razón, hace posible la ciencia.
Ahora bien
¿Y la Física?
Un buen físico nunca mete a Dios en sus asuntos.
La Física, en general, la ciencia, estudia fenómenos.
Pedirle a la Física que hable de Dios es pedirle que hable, además de los
fenómenos, de milagros (hechos que son irrepetibles). Y eso degenera en locura.
Y se ven casos de personas que quieren enseñar dinámica usando el salmo 104,
que niega el movimiento de la Tierra.
También circula la pregunta ¿La existencia es un
predicado?
Desde este punto de vista, si Dios existe, esta
existencia es un predicado acerca de sí mismo. Y aquí hay un problema.
Soy yo, es mi conciencia, la que pone el árbol, el río,
la montaña, en la unidad de un paisaje. En ausencia de la conciencia que lo
capta, no se puede hablar de la unidad del objeto estético. Pero, si somos
detectores del Ser, no somos sus productores. No sucede que yo diga: “Sea la
montaña…y la montaña es”. Además, no hay nadie tan loco como para afirmar que,
en ausencia de la conciencia que lo capta, el Universo se disolverá en la nada.
El logos divino sí tendría esa facultad. Al señalar el
Ser, lo crea. Por eso en el evangelio de San Juan se dice, al comienzo: “En el
principio era el Verbo”
Parménides advirtió el problema cuando dijo que el tiempo
del Ser es el presente continuo. Porque el pasado ya no es; y el futuro todavía
no es.
¿Qué nos enseña la dialéctica?
Que la dinámica tesis-antítesis-síntesis es el movimiento
inmanente de lo real. Si la cosa, tan pronto es, empieza a dejar de ser,
entonces el presente es una circunstancia.
Y parece que Parménides tenía razón.
Ahora vayamos a otro tema.
Para las Matemáticas, ¿Dios existe?
No olvidemos que San Buenaventura nos enseñó que el
silencio es la actitud mística ante la inefabilidad del Ser Supremo.
Si Dios es una entidad matemática, entonces puede ser
explicado mediante conceptos.
Y los conceptos matemáticos sólo son comprensibles
mediante definiciones.
Digamos algo más. David Hilbert (1862-1943), el líder de
la Escuela Formalista de Matemáticas, el que protagonizó una “guerra civil”
contra Brouwer y los intuicionistas, afirmó que “un objeto matemático existe
cuando está libre de contradicción”. Estaba hablando de Matemáticas, no de
Dios, pero también estaba hablando de la existencia. Y si tenemos la fe
implícita de que las Matemáticas pueden explicar la realidad, de que las
Matemáticas son algo más que garabatos en la pizarra, entonces es necesario
reflexionar acerca de lo que Hilbert entendía por existencia de los objetos
matemáticos.
Visto más de cerca, el argumento de Hilbert (existen los
objetos matemáticos que no tienen contradicciones) entronca con Aristóteles,
quien señaló, en la “Metafísica”, que el principio de no contradicción era característico
del Ser.
Y aparecen más problemas. Porque existen matemáticas
inconsistentes (como las de Christensen, que admiten un teorema y su negación)
y existen lógicas paraconsistentes (Newton da Costa). Además, Brouwer (el intuicionista,
adversario de Hilbert) cuestionó el principio del tercio excluido, lo que
posibilitó el nacimiento de las álgebras de Heyting.
La Física moderna se caracteriza porque trabaja con
objetos que son extraños al ciudadano común (quarks, cuerdas, gravitones). Y,
para poder manipularlos, los percibe indirectamente y se ve compelida a
definirlos matemáticamente. Es decir, crea objetos matemáticos que tienen
propiedades y se relacionan unos con otros. También tiene una fe implícita de
que en la naturaleza existe un orden (que se expresa en leyes), que tal orden
puede ser comprendido y las matemáticas son una poderosa herramienta para
conseguir tal comprensión.
Aquí entra el argumento de Hilbert. Si basta la ausencia
de contradicción para que el objeto matemático sea existente, entonces existen
las chiforímpulas y existen los unicornios. Porque las entelequias están libres
de contradicción. Y me puedo imaginar casi cualquier cosa. Por ejemplo, a Papá
Noel.
Ahora bien, hay entelequias divertidas como el ajedrez.
Tiene su sintaxis y tiene su semántica. Y carece de contradicción. De allí a
afirmar que el ajedrez explica la realidad física, hay un trecho.
Pero hay más. Para intuicionistas como Brouwer, la
existencia de los objetos matemáticos era a partir de intuiciones (que casi
parecen místicas) que los objetos de la realidad nos proporcionan. Es decir,
las matemáticas serían algo así como una comprensión de lo invisible a partir
de lo visible.
¿Y Dios?
¿Entra en tal categoría?
Como escribí antes, los físicos no meten a Dios en sus
asuntos. Sin embargo, pueden usar la palabra “Dios” como la abreviatura para un
conjunto de propiedades.
Cuando Laplace le explicó a Napoleón su Sistema General
del Mundo, Napoleón le preguntó: “¿Dónde está Dios en su teoría?”
Y Laplace respondió:
“No he tenido necesidad de esa hipótesis”
No hay comentarios:
Publicar un comentario