Is it possible to propose the existence of God from his interventions in the world?
Daniel
Loayza Herrera[1]
Resumen
El presente
artículo discute la existencia de Dios desde el análisis de la evidencia sobre
las intervenciones divinas en el mundo. Luego de determinar que no existen
observaciones objetivas referidas a hechos que puedan ser atribuidos a la
acción divina y de observar que no hay ninguna explicación que permita asumir
que las intervenciones que la Biblia refiere han sido ciertas, es decir, que
determinados hechos se hayan producido por acción divina, se concluye que una
explicación más razonable es que dichos hechos o no se produjeron o Dios jamás
intervino en ellos. A partir de ello, se infiere que Dios no existe.
Palabras clave: Biblia, Dios, evidencia,
observación
Abstract
This article
discusses the existence of God through the analysis of evidence regarding
divine interventions in the world. After determining that there are no
objective observations related to events that can be attributed to divine
action, and noting that there is no explanation to assume that the
interventions referred to in the Bible have been true—that is, that certain
events occurred due to divine action—it concludes that a more reasonable
explanation is that either those events did not occur or God never intervened
in them. From this, it is inferred that God does not exist.
Keywords:
Bible, God, evidence, observation
El problema
El debate sobre la existencia de Dios es, acaso, el más duradero de la historia
del pensamiento humano. Las mentes más brillantes de la teología, la ciencia y
la filosofía se han ocupado, con razón y no pocas veces con pasión, de
dilucidar tan importante asunto (Russell, 1957).
Desde Tales de
Mileto, esta cuestión gravita en el pensamiento occidental. El conocido como el
primer filósofo, al plantear que el origen de todo estaba en el agua, desafió
las creencias más arraigadas y extendidas del mundo antiguo, abriendo paso a un
debate que hasta el presente no termina.
A lo largo de la
historia, tres posiciones, más o menos identificables, han postulado una
respuesta sobre la existencia de Dios. La primera, la del creyente, sostiene
que Dios sí existe y que el conocimiento de su existencia puede ser alcanzado
por una adecuada organización de fe y razón. La segunda posición, la del ateo,
se refiere a la inexistencia de Dios, lo que se asume por la falta de evidencia
de su existencia. La tercera posición, la del agnóstico, sostiene que no hay
evidencia alguna sobre Dios, tanto de su existencia como de su inexistencia;
por lo tanto, nada podemos decir sobre él (Hume, 2007).
Empezaremos
nuestra reflexión analizando la postura del agnosticismo. En principio, y este
es un postulado fundamental de la filosofía y de la lógica, cuando no existe
evidencia de que algo existe, se asume que no existe; no se asume que no se
sabe si existe o no (Kant, 2011). Un ejemplo de ello lo encontramos en el
problema del éter, que fue la sustancia que los físicos buscaron durante siglos
para explicar la propagación del sonido y otros fenómenos físicos. Sin embargo,
ante la falta de evidencia científica y, además, ante la innecesaria
intervención del éter para explicar los fenómenos físicos, la ciencia ha
aceptado que el éter no fue más que una quimera en la historia de la física.
En este sentido,
argumentar que la carencia de observaciones en uno u otro sentido nos impide
sostener una posición clara con respecto a la existencia o inexistencia de Dios
carece de fundamento.
Habiendo
rechazado el argumento agnóstico, nos quedan dos posiciones que deben ser
analizadas. Para ello, partimos de un hecho: no es posible que Dios sea
observado de forma directa. Sin embargo, sabemos que Dios es el creador del
universo y que, además, ha intervenido en acontecimientos ocurridos en el mundo.
Si acometemos la
tarea de dilucidar si Dios existe o no de forma directa, entraremos en el
callejón sin salida de tener fe o no tenerla, lo cual subjetivaría a tal punto
esta discusión que no ofrecería mayor valor para el lector, por ser ya un lugar
común. Por esa razón, preferimos centrarnos en aquello que sí podemos observar,
que es la intervención divina en el mundo.
Dios,
atributos y manifestaciones
Es pertinente precisar que vamos a discutir la existencia de Dios partiendo de
la idea del Dios cristiano. Puede parecer un tanto etnocéntrico; sin embargo,
es pertinente dada la variedad de dioses, divinidades y atributos asignados a
cada uno de ellos.
Para ello, vamos
a partir de las siguientes premisas: Dios existe y la Biblia es un libro
sagrado. Ningún creyente en el Dios cristiano podría rechazar dichas
proposiciones. La Biblia, entre otras cosas, se ocupa de la relación del
Creador con lo creado, de Dios con el mundo. Como Dios es incognoscible de
forma directa, lo que podemos saber de él a través de la Biblia es por la
relación de Dios con el mundo; es decir, por sus intervenciones divinas
(Agustín, 2004).
¿Cuándo decimos
que Dios existe, qué estamos diciendo? En principio, estamos diciendo que el
universo ha sido efectivamente creado, porque Dios es creador. En términos del
Dios cristiano, estamos diciendo que Dios es infinito, omnipotente, omnisciente
y benevolente. También diremos que dichos atributos divinos los conocemos a
través de la Biblia, específicamente a través de la relación entre Dios y el
mundo.
La Biblia narra
una gran cantidad de eventos en los que se produjo una directa intervención
divina en el mundo, por ejemplo, la búsqueda de la “Tierra Prometida”, el
Éxodo, el diluvio, etc., hasta la venida de Cristo. Sin embargo, por alguna razón
que desconocemos, Dios ha dejado de manifestarse en el mundo.
Ante lo que se
acaba de afirmar, un creyente puede argumentar que ello no es cierto, que Dios
sigue interviniendo en su vida y en la vida de todos aquellos que creen en él.
Sin embargo, no nos referimos a las alegaciones de manifestaciones subjetivas
que no puedan ser observadas, sino a manifestaciones objetivas, independientes
de que el observador crea o no en Dios. Por ejemplo, cuando Moisés enterraba un
palo y este se convertía en una serpiente frente a los sabios egipcios, que no
creían en Jehová, o cuando Dios envió diez plagas a Egipto para que el faraón
accediera a la salida de los israelitas (Plantinga, 2000).
Ante lo
planteado anteriormente, se podría alegar que hay muchos hechos objetivos que
ocurren por la intervención divina; lo que sucede es que los no creyentes, los
que no tienen fe, niegan que se hayan producido por acción divina. Sin embargo,
dichos hechos, para poder ser atribuidos a Dios, tienen que estar fuera de toda
acción de una ley natural. Por ejemplo, no tiene sentido que digamos que el
hecho de que alguien muera es un “milagro”. Milagro sería que el muerto
resucite y que dicha resurrección pueda ser acreditada y no quede en la
manifestación de quien no puede probar lo que dice.
Entonces,
planteadas así las cosas, podemos decir que no existe evidencia alguna de que
un hecho objetivo, inexplicable por la ciencia, que contravenga las leyes de la
naturaleza se haya producido; por tanto, asumimos que estos hechos no se han producido.
Por tanto, podemos inferir válidamente que Dios no ha tenido ninguna
intervención en el mundo desde la última narrada en la Biblia; es decir,
aproximadamente hace dos mil años.
Luego surge la
siguiente pregunta: ¿por qué aceptamos que Dios realmente se ha manifestado en
el mundo? Porque lo dice la Biblia. Y, ¿por qué aceptamos lo que dice la
Biblia? Porque tenemos fe. Pero tener fe supone un convencimiento que no
requiere evidencia alguna y la lógica del presente trabajo es, precisamente, analizar
el problema de la existencia de Dios desde la razón y la evidencia. Entonces,
no podemos estar seguros de que lo que dice la Biblia con respecto a las
intervenciones de Dios en el pasado sea cierto. Es más, lo más seguro es que
Dios no haya intervenido en el pasado. De otro modo, ¿por qué dejó de hacerlo,
considerando que es benevolente? ¿Por qué, teniendo tanto poder, no interviene
para evitar la guerra, el hambre, la muerte, las enfermedades, etc., como lo
hizo en el pasado? Frente a estas interrogantes, la respuesta más sencilla y
razonable parece ser que, en realidad, Dios no se manifestó en el mundo, no
tuvo ninguna intervención en él.
Si asumimos que
Dios no intervino en el mundo, entonces no hay evidencia objetiva alguna sobre
él. Por lo tanto, deberemos asumir que Dios no existe desde una perspectiva
puramente objetiva.
Si no tenemos
evidencia de su intervención, entonces nada podemos decir sobre sus atributos.
Si nada podemos decir sobre sus atributos, nada podemos decir sobre él. Por
tanto, la definición de Dios es inconsistente.
Conclusión
La existencia de Dios, analizada desde la manifestación e intervención de Dios
en el mundo, supone apartarse de la vieja dicotomía fe y no fe, que ha
caracterizado gran parte del debate en torno a este tema.
Ante la
imposibilidad de que Dios pueda ser objeto de observación directa, se acometió
la tarea de analizar las pretendidas manifestaciones que este habría tenido en
el mundo y que han sido narradas en la Biblia. Sin embargo, no existen
manifestaciones observables que acrediten la intervención divina en ninguna
etapa de la historia. Por tanto, ante la ausencia de evidencia que pueda ser
objeto de observación, se concluye que Dios no existe.
Bibliografía
Agustín, S. (2004). La Ciudad de Dios. Ediciones Istmo.
Hume, D. (2007). Diálogos sobre la religión natural. Ediciones Akal.
Kant, I. (2011). Crítica de la razón pura. Ediciones Istmo.
Plantinga, A. (2000). Warranted Christian belief. Oxford University
Press.
[1] Licenciado en
Historia por la Universidad Nacional Federico Villarreal, Licenciado en
Educación, en las especialidades de Filosofía y Ciencias Sociales por la
Universidad César Vallejo, Maestro en Educación por la Universidad César
Vallejo, egresado del Doctorado en Educación por la Universidad César Vallejo, egresado de Derecho por la Universidad de Huánuco y docente
Universitario en la Universidad Privada San Juan Bautista. Correo-e: danivan98@gmail.com
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