domingo, 15 de septiembre de 2024

CONVOCATORIA: EUPRAXOFÍA # 19: LA EXISTENCIA DE DIOS (II)

Eupraxofía (Sabiduría para la buena vida), revista humanista secular que promueve una filosofía y una ética basadas en la razón y la ciencia, le invita a colaborar con un artículo o reseña para su número 19 sobre el tema:

LA EXISTENCIA DE DIOS (II)

Los artículos deben:

-incluir el nombre del o los autores, su grado y/o título académico (si lo tuvieran) y su correo-e.

-no ser de más de 5 páginas tamaño A-4, a un espacio sean de tipo divulgativo o académico (investigación) y, en el segundo caso, con resúmenes y palabras clave en castellano e inglés.

Y las reseñas deben ser como mínimo una pagina A-4.

Todo será enviado como archivo Word al correo-e: mapymc@yahoo.com

-en caso de usar citas, mencionar las fuentes bibliográficas (el estilo es libre).

FECHA LÍMITE DE RECEPCIÓN DE ARTÍCULOS: 31 de octubre, 2024, 10 pm.

Eupraxofía es una revista del Instituto Humanista Racionalista del Perú (IHURA-PERU) y está indexada en el International Directory of Philosophy & Philosophers


viernes, 13 de septiembre de 2024

Sobre la creencia en Dios

 


Lincoln Lavado Landeo
Médico cirujano por la Universidad Nacional Federico Villarreal, Especialista en Oftalmología, Doctor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales (con mención en Antropología) por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), Doctor en Medicina por la Universidad de San Martín de Porres, y Profesor Principal de la Facultad de Medicina de la UNMSM

Correo-e: llavadol@unmsm.edu.pe

(Foto de la pág. web del autor)


¿Cómo demostrar si los duendes existen o no? ¿Cómo demostrar si Papá Noel existe o no? ¿Cómo demostrar si Dios existe o no? Nada de esto es posible. Pero eso no justifica que renunciemos a pensar, que busquemos argumentos, que nos interroguemos con seriedad.

Inicialmente, muchos dirán que lo más lógico y natural del mundo es creer en Dios porque sin él nada tendría razón de ser, así a priori responderán, Dios debe existir. Sin embargo, es muy claro, que esto no elimina la pregunta sobre su existencia.

Una forma de demostración que desde el pasado ha atravesado la filosofía occidental fue el famoso argumento ontológico, planteado por Anselmo de Canterbury (1033 – 1109), que luego fue renovado por Descartes y Hegel, entre otros. Esta prueba se basaba en la definición de lo que es Dios. El razonamiento usado de forma sucinta es el siguiente:

Un ser no puede concebirse para no existir. Si algo puede concebirse para no existir, entonces algo más grande puede ser concebido. En consecuencia, un ser del que nada mayor puede ser concebido no puede ser concebido para no existir y, por lo tanto, debe existir. Este ser es Dios.

Como se observa, la prueba ontológica no prueba nada. No basta con definir a Dios para demostrar su existencia. Una definición no puede probar nada.

Otra forma de demostración usada ha sido el argumento cosmológico o de la primera causa, planteada por Tomás de Aquino (1224 – 1274), quién a su vez usó y adaptó las versiones de Aristóteles, Avicena y Maimónides. Se basa en el hecho de que todo lo que existe debe ser explicado.

El mundo existe. Para explicar su existencia es necesario suponer que tiene una causa. Si retrocedemos hacia atrás en una serie causal llegaremos a una primera causa que sea incausada. Esta sustancia necesaria, origen de todo, es Dios. Por tanto, si el mundo existe, entonces existe Dios.

Tratar de demostrar la existencia de Dios apelando a la contingencia del mundo, nuevamente equivale a pasar de un concepto (primera causa) a una existencia (Dios), lo cual no tiene sustento.

Una tercera forma es el argumento teleológico o del diseño, que se basa en que todas las cosas que existen tendrían una finalidad evidente. Este planteamiento utiliza preguntas tales como: ¿Cómo explicar la vida y su increíble complejidad? ¿Cómo explicar un mundo tan hermoso?

El mundo es demasiado complejo y hermoso para haber ocurrido al azar. Debe haber sido creado por un ser inteligente. Dios es el único ser inteligente con ese poder. Por tanto, Dios existe.

Este argumento no responde a todas las catástrofes que existen en el mundo: terremotos, sequías, huracanes, pandemias, enfermedades, etc. Es decir, a la presencia del mal. En el mundo existen tantas injusticias, sufrimientos y horrores como para creer que fuera creado por un ser omnipotente y omnisciente.

Dejemos estas pruebas de lado porque todavía son más contradictorias las ideas que los creyentes monoteístas tienen acerca de Dios. Me circunscribiré al cristianismo por ser la religión con la que tenemos contacto en el Perú, aunque mucho de lo aquí descrito puede aplicarse al judaísmo y al islam.

Según la creencia cristiana, Dios creó el mundo para que sea morada del hombre, a quien hizo a imagen y semejanza. Esto implica que es un Dios antropomórfico. Un Dios con forma de hombre tendría manos, pies, ojos, ¿pero también órganos internos, como hígado, riñones, sangre, pulmones, estómago, etc.? ¿O es que sólo tendría la semejanza externa del hombre, algo así como una cáscara de huevo o una fruta?

Apenas este hombre vio la luz, su Creador le tendió una trampa. Al ser este Dios omnisciente, ¿no sabría con anterioridad que Adán iba a caer en ella? Siendo omnipresente, ¿no vió lo que estaba sucediendo? Siendo omnipotente, ¿porque dejó que ello suceda?

Una serpiente que hablaba se le acercó a la primera mujer creada de una costilla de Adán. ¿Por qué una costilla, no hubiera sido mejor una parte del cerebro o del corazón? ¿Cómo es posible que esta mujer no se sorprendiera al ver hablar a un ofidio? ¿Cómo explicar que haga más caso a un reptil que a su Creador?

Convencida por la serpiente, Eva brindó el fruto prohibido a su marido. Adán en una muestra de increíble inocencia y máxima ingenuidad le hizo caso. ¿Acaso Adán no fue creado a imagen y semejanza? ¿Dónde quedó su inteligencia, dónde dejó su razonamiento? ¿Suena posible que obedezca más a un ser formado de su propia costilla que a su divino Creador?

Por la ofensa de este único hombre, toda la raza humana se vio condenada a la presencia del pecado y una mutitud de males. ¿Es lógico que un ser de una bondad infinita castigue a millones y millones de seres humanos inocentes por el error de solo uno, que encima fue su propia creación (a imagen y semejanza)? ¿No posee este ser omnisciente y bueno siquiera un mínimo nivel de autocritica?

Más tarde, cuando este Dios se arrepintió de haber poblado el mundo con la raza humana, encontró que era más fácil ahogar (diluvio universal), destruir y desaparecer pueblos enteros. ¿No es acaso esto la descripción un ser celoso, mezquino y vengativo?

Ese mismo Dios fue el que ordenó a Abraham sacrificar con sus propias manos a su hijo Isaac (Génesis 22:1-19), algo que, si bien no se consumó, ha dejado la interrogante ¿qué tipo de Dios misericordioso podría dar esa orden?

También exigió a Moisés llevar a cabo la matanza de tres mil israelitas por adorar un becerro de oro (Éxodo 32:25-29) y el genocidio de Jericó a manos de Josué (Josué 6:21) ¿Qué clase de Dios permite y promueve todas estas cosas? ¿Es acaso un genocida?

No quiero extenderme mucho con estos ejemplos del Antiguo Testamento. Solo diré que el pueblo al que consideró el elegido, no fue más feliz que otros, y que más bien siempre anduvo detrás de dioses extranjeros, buscando favores y ayudas que el suyo le negaba.

En la imposibilidad de atraer hacia sí a este pueblo perverso y desagradecido, que, sin embargo, amaba con irracional obstinación, le envió a su propio hijo. ¿Cómo así tuvo un hijo? ¿Se partió en dos como una bacteria? ¿Se unió a una diosa hasta la fecha desconocida? ¿Su hijo es también eterno como él (entonces no sería hijo)?

El hijo trajo la Buena Nueva, pero fueron sus apósteles quienes escribieron sus enseñanzas muchos años después de su muerte. ¿No hubiera sido mejor que Jesús no sea analfabeto y él mismo, como hijo de Dios, escribiera el Evangelio? ¿No nos hubiéramos ahorrado así tantas malas interpretaciones y con ello cientos de guerras entre los propios cristianos?

Ese hijo querido enviado a la Tierra por su padre fue asesinado en la cruz por el pueblo elegido. ¿Qué tipo de Dios es ese que no puede salvar al género humano (creación suya) sin sacrificar a su propio hijo? ¿Cómo es posible que un Dios inocente muera crucificado para que las cosas en el mundo sigan igual? ¿No sucede que a pesar de los esfuerzos de esta omnipotente divinidad, los hombres siguen viviendo en el pecado, haciéndose dignos del castigo eterno día tras día?

Llegados a este punto, me parece conveniente recordar la paradoja planteada por Epicuro de Samos (341 – 270 antes de nuestra era) sobre el problema del mal:

¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces, no es omnipotente.

¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.

¿Es capaz y desea hacerlo? Entonces, ¿de dónde surge el mal?

¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?

Siendo complicado aceptar fácilmente la probabilidad de la existencia de un Ser Supremo, preguntémonos ¿qué es lo que hace que tanta gente sea creyente? La respuesta es nuestro deseo, pero no el deseo de que exista tal divinidad, sino el deseo de no morir gracias a esa divinidad.

La religión cristiana nos ofrece la resurrección y, adicional a ella, que podamos reencontrarnos con nuestros familiares cercanos, nuestros amigos del barrio, nuestros compañeros de trabajo y del colegio, con las enamoradas antiguas... Pero ¿con qué edad vamos a resucitar? ¿Si resucito muy joven, mucha gente que conocí después será desconocida para mí? ¿Y si resucito muy viejo, estaré doblado, babeando y arrastrando los pies? ¿Qué pasará con los natimuertos, con los fetos abortados? ¿Cómo resucitarán los niños con graves deficiencias genéticas, como los anencefálicos? ¿Y los esquizofrénicos, los retardados mentales?

El hecho que una religión ofrezca lo que justamente más deseamos en la vida, es decir, no morir, debería hacernos pensar. ¿No es acaso algo sospechoso? ¿No suena demasiado bueno como para ser verdad? ¿No estaremos confundiendo nuestros más profundos anhelos con la realidad? ¿No será todo una simple ilusión, un simple placebo? ¿Qué parece más probable que exista Papá Noel o que resucitemos?

Nietzsche sostuvo: “La fe salva, por tanto, miente”.

 

Bibliografía

1. Comte-Sponville, A. Invitación a la filosofía. Ediciones Paidós Ibérica SA. Barcelona, 2002.

2. Dawkins R. La magia de la realidad. Cómo sabemos que algo es real. Espasa Libros, SLU. Primera edición, 2011. Barcelona, España.

3. Holbach, P. El cristianismo al descubierto. Editorial Laetoli. 2007. Pamplona. España.

4. Llácer, T. Nietzsche. El superhombre y la voluntad de poder. Bonalletra Alcompas, S.L. 2015. España.

5. Mosterín, J. Filosofía y ciencia. Un continuo. Fondo Editorial Universidad Garcilaso de la Vega. Primera edición, 2011. Lima, Perú.

6. Russell, B. La perspectiva científica. Proyectos editoriales. 1983. España.

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Respondiendo cuestionamientos comunes a las vías de Santo Tomás de Aquino


Dante A. Urbina, Economista por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Master en Economía por la Universidad Complutense de Madrid,  Doctor en Economía por la Pontificia Universidad Católica del Perú, y docente en la Universidad de Lima. Correo-e: danteaurbina@gmail.com
(Foto de la pag. web del autor)

Son muchos los cuestionamientos que circulan en Internet respecto las vías de Santo Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios. Sin embargo, casi todos se basan en equívocos, groseras simplificaciones o malentendidos. Como muestra de ello transcribo a continuación una crítica a esas cinco vías que recibí hace tiempo en una discusión (aquellas lejanas épocas en que debatía por Internet): “Veo que no es necesario citar aquí las extensas refutaciones que ya conoces, por ejemplo, la de la falacia de detener la cadena en Dios en vez de extenderla hasta el infinito y que eso no dice nada de ninguna de las caracterizaciones que se le dan al Dios judeocristiano. Ahora, ¿cómo pruebas que el Creador no es contingente? Y específicamente sobre el argumento teleológico (quinta vía) tenemos el problema de que el Creador tendría que ser más complejo que lo creado y además que entraría en conflicto con los determinismos (aunque supongo que defiendes el libre albedrío)”.

Dado que en esta crítica se hallan varios lugares comunes de los cuestionamientos que circulan en Internet, considero que puede ser de bastante utilidad el compartir mis respuestas a la misma:

1) “Veo que no es necesario citar aquí las extensas refutaciones que ya conoces”: Efectivamente, no es necesario citar las mencionadas “refutaciones” (así, entre comillas) pues la conozco de antemano por cuanto he estudiado con mucho detalle las cinco vías. Más todavía: gran parte de esas “refutaciones” ya las refutó Santo Tomás de Aquino hace varios siglos simplemente con enunciar bien sus vías (aunque, claro está, eso no lo sabrá quien no se haya dado el trabajo de leerlas desde la Suma Teológica) como mostraré a continuación.

2) “… por ejemplo la de la falacia de detener la cadena en Dios en vez de extenderla hasta el infinito”: Esta es una de las críticas más comunes a la primera vía (y también suelen aplicarla a la segunda e incluso a la tercera) sobre la cadena de movimiento. Básicamente lo que dice Santo Tomás de Aquino es que el movimiento, entendido como cambio (paso de la potencia al acto), que vemos se da en virtud de un conjunto de entes que se mueven unos a otros pero esa cadena de entes no podría extenderse hasta el infinito y deberíamos, por tanto, llegar a un ente (“Primer motor inmóvil”) que sea causa del movimiento de todos los demás sin ser movido por algún otro, lo cual se corresponde con Dios. Aquí se acusa a Aquino de cometer una falacia taxi cab por detener arbitrariamente la cadena de movimiento (o causalidad) en Dios en lugar de extenderla hasta el infinito. Pero no es gratuito que se detenga en ese punto pues el mismo Aquino explica que “no se puede proseguir indefinidamente (la cadena) porque así no se llegaría al primero que mueve (Dios)”. No obstante, allí se lo acusará de falacia de petición de principio (“¡Está presuponiendo desde ya que debemos detenernos en Dios!”, se dirá). Pero no hay tal falacia pues justo a continuación Santo Tomás da una justificación directa explicando que, en caso de que no haya primer motor, “no habría motor (ni movimiento) alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el Primer motor” (1). Y es que decir que no hay un principio de la cadena de movimiento o causalidad y que más bien esta se extienda hasta el infinito es tan absurdo como decir que hemos llegado aquí luego de terminar una carrera de obstáculos con infinitos obstáculos (!). Las cadenas infinitas de movimiento o causalidad simplemente llevan a absurdos. Como explico en mi libro ¡Dios sí existe!: Cómo defender racionalmente esta verdad ante ateos, agnósticos e incluso creyentes: “Tomemos los planetas Venus y Neptuno. Supongamos ahora que por cada órbita que Neptuno completa alrededor del Sol, el planeta Venus realiza dos. Si Neptuno ha completado 10 órbitas, Venus ha completado 20. Si Neptuno ha completado 1 trillón, Venus ha completado 2 trillones. Mientras más tiempo orbiten, más atrás queda Neptuno. Si continúan orbitando para siempre, se aproximarán a un límite en el que Venus esté infinitamente lejos de Neptuno. Pero ahora, demos la vuelta a la historia. Supongamos que Venus y Neptuno han estado orbitando alrededor del Sol desde un tiempo infinito en el pasado. Ahora, ¿cuál de los dos habrá completado más órbitas? Bueno, la respuesta matemática correcta es que el número de órbitas es idéntico (infinito). Pero eso es absurdo, pues mientras más tiempo orbiten, más debería crecer la disparidad entre ellos” (2).

3) “… eso no dice nada de ninguna de las caracterizaciones que se le dan al Dios judeocristiano”: Eso es simplemente falso. De entre los atributos que se le dan a Dios en la teología judeocristiana están los de Absoluto, Inmutable, y Principio de todo lo ente, lo cual se corresponde perfectamente con la noción aristotélico-tomista de “Primer motor inmóvil”. Que haya otras caracterizaciones al respecto que no sean explicitadas en estos argumentos (como las de “revelarse al pueblo de Israel” o “encarnarse en la persona de Jesucristo”) no disminuye en nada la validez de los mismos en su contexto pues esa es recién la primera cuestión específica que aborda Santo Tomás en la Suma Teológica y su objeto es solo probar la existencia de Dios a un nivel general y básico y es en las demás cuestiones de la Suma que se aboca a mostrar la racionalidad de las demás especificidades de la visión cristiana. Pareciera que el ateo exigiera que se le demuestre todo con un solo argumento. Eso es simplemente irracional pues hay que comprender que, para el rigor conceptual y metodológico, estas cuestiones se deben abordar por fases. Por eso en mi metodología apologética, primero pruebo el teísmo filosófico en general (sin especificaciones religiosas) y luego paso a mostrar que ese Dios establecido filosóficamente se ha revelado en específico por medio de Jesucristo, es decir, que el Cristianismo es la religión verdadera. En todo caso, todos los atributos divinos directamente implicados en las cinco vías de Santo Tomás de Aquino se aplican y son perfectamente coherentes respecto del Dios judeocristiano, de modo que es absolutamente falso que estos no digan “nada de ninguna de sus caracterizaciones”. Es más, en mi libro ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer demuestro que cada una de las cinco vías llega a establecer la existencia del Ser Subsistente (precisamente la definición filosófica de Dios) y previamente ya había demostrado (no meramente “asumido”) en la misma obra con conexiones lógicas específicas que el Ser Subsistente necesariamente debe ser: Simple (en el sentido ontológico del término), Perfecto, Omnipotente, Omnisciente, Omnipresente, Bueno, Inmutable, Eterno, Infinito, Uno, Trascedente, Inmanente, Personal y Espiritual (3). Así que el “ser” que deduzco de cada una de las cinco vías en mi libro cumple con todas esas condiciones. Y esas son muchas de las caracterizaciones que se le dan al “Dios judeocristiano”…

4) “Ahora, ¿cómo pruebas que el Creador no es contingente?”: Fácil: yendo a las definiciones de contingente y Creador. Metafísicamente se dice que un ser es contingente en cuanto no tiene plenamente en sí todo el principio de su ser, sino que depende de otro para existir. Por otra parte, se dice que un ser es Creador en cuanto tiene en sí plenamente todo el principio del ser y, por tanto, puede dar el ser en particular sin necesidad de partir de otro ser preexistente (es decir, puede crear ex nihilo, de la nada). Ahora bien, si decimos que el Creador es contingente tendríamos que aceptar que este ser que tiene plenamente en sí todo el principio del ser no tiene en sí todo el principio de su ser y dependería de otro para existir. En otras palabras, tendríamos que aceptar la noción de “Creador creado”, lo cual es contradictorio y absurdo. Ergo, el Creador (con mayúsculas) no puede ser contingente.

5) “Y específicamente sobre el argumento teleológico (quinta vía) tenemos el problema de que el Creador tendría que ser más complejo que lo creado”: Este “problema” es un pseudo-problema pues se basa en un malentendido. Santo Tomás mismo explica que Dios no es (ni puede ser) ontológicamente “complejo” porque no está compuesto por partes, sino que, por el contrario, es “forma simple” en grado sumo (4). Ahora bien, es una falacia non sequitur el pensar que del argumento teleológico (basado en el diseño específico de las cosas para inferir a Dios como “Gran Diseñador”) se sigue que Dios debe ser ontológicamente más complejo (compuesto) que las cosas creadas. Si Él puede crear todas las perfecciones complejas de las diferentes cosas existentes no es porque Él sea complejo (en el sentido de estar compuesto por un “complicado ensamblaje de partes”) sino porque contiene todas esas perfecciones en forma pura, una y simple (5). Así, Dios crea toda la diversidad de cosas permaneciendo como uno solo, no tiene por qué hacerse “complejo” o “compuesto” por ello. Las cosas materiales que vemos requieren una explicación de su complejo diseño porque exhiben una complicada disposición o “ensamblaje” de partes, ¡pero a Dios no le aplica ello porque Él es es una mente pura inmaterial no compuesta por partes! Así que es esa mente ontológicamente simple (es una sola “sustancia divina” no dividida en partes) la que da una explicación del orden de las cosas materiales ontológicamente complejas (en el sentido de que están compuestas por partes organizadas de modo especial). No hay ninguna incoherencia allí ni se requiere que el Creador sea “más complejo de lo creado”.

6) “… además que (la quinta vía) entraría en conflicto con los determinismos (aunque supongo que defiendes el libre albedrío)”: No le veo el por qué. El mismo Santo Tomás comienza diciendo que esta vía “se deduce a partir del ordenamiento de las cosas” lo cual, evidentemente, implica un nivel básico de determinismo, entendido al menos como la aceptación de la existencia de regularidades ordenadas en el mundo físico. Por otra parte, no hay ningún problema con el libre albedrío porque en esta vía no se está hablando de seres racionales y libres sino, como allí mismo se especifica, de “aquellos que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales” (6). En el mundo físico hay regularidades ya determinadas (“determinismos”) y exclusivamente en eso se basa la quinta vía. Discusiones sobre el libre albedrío, por tanto, simplemente no le afectan.

Como se ve, se ha podido responder directamente a todas las objeciones planteadas citando en gran parte a la propia Suma Teológica. Así que a los ateos y escépticos que se aventuran a hacer críticas a Santo Tomás de Aquino les recomendaría que, antes de actuar imprudentemente, lean las cinco vías desde la fuente original (cuestión 2 de la Suma) en lugar de hacerlo desde páginas de Internet que solo las caricaturizan y mutilan convenientemente para luego “refutarlas”. Si se proclaman “dueños” de la “ciencia”, la “lógica” y la “racionalidad” lo primero que deberían hacer es ser rigurosos en entender las posiciones que critican. Pero ello no pareciera ser prioridad en la agenda del “nuevo ateísmo”.

 

Referencias:

1. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q.2, a.3, rpta.

2. Dante A. Urbina, ¡Dios sí existe!: Cómo defender racionalmente esta verdad ante ateos, agnósticos e incluso creyentes, Ed. CreateSpace, Charleston, 2017, p. 20.

3. Dante A. Urbina, ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, Ed. CreateSpace, Charleston, 2016, pp. 31-35.

4. Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q.3, a.7.

5. Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q.4, a.2.

6. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q.2, a.3, rpta.

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La importancia de la (in)existencia de Dios

 


Manuel A. Paz y Miño, 
Presidente, Instituto Humanista Racionalista del Perú.
Correo-e: mapymc@yahoo.com





A través de la historia de la humanidad podemos observar por casi todo el planeta manifestaciones culturales de la creencia en seres sobrenaturales o dioses poderosos manejadores de las potencias de la naturaleza, del aire, la tierra y el agua, para bendición o maldición de los hombres. Por su bendición, alrededor del planeta, los seres humanos teníamos --y tenemos aún para muchos-- abundancia de lluvia, sol, comida, prosperidad y paz, y por su maldición, sequías, ciclones, tormentas, terremotos, inundaciones, enfermedades, guerras y muerte.

Gracias a esta supuesta y creída voluntad e intervención de los dioses, los pueblos eran gobernados incluso por sus hijos, reyes divinos pero mortales con poder absoluto sobre la vida y la muerte de sus súbditos, aquí y alrededor del globo. Pero también se supuso que los dioses enviaban de cuando en cuando a sus escogidos o profetas para que iluminen con su luz sabia y saquen de la oscuridad tenebrosa a la humanidad.

Pues si no fuera por los dioses, ¿cómo hubieran explicado nuestros ancestros más remotos el funcionamiento de la naturaleza y la sociedad, el día y la noche, las estaciones, la buena o malaventura? Sin la presunta misericordia divina, ¿qué guía tendrían los hombres para llegar a la divinidad, conocer su voluntad y adorarla? ¿Qué esperanza tendrían ante las injusticias y maldades vividas en este mundo temporal y pasajero?

Tales dioses fueron simplemente creados en los albores de nuestra especie como una proyección física y psicológica de nosotros mismos puesto que los primeros seres humanos no tenían otra cosa que su imaginación y, a la vez, su capacidad de relacionar unas cosas con otras, causas y efectos. Entonces si salía el sol, comenzaba a llover, tronar o moverse las tierras o las aguas, alguien –no algo—ocasionaba todo eso según su voluntad o capricho. Ese alguien era el dios del sol, la lluvia, el trueno, la tierra o el mar.

Si algún fenómeno natural privaba a la gente de agua y la subsecuente carencia de alimentos entonces había que suplicarle y realizar toda clase de sacrificios a la respectiva divinidad para que retornen las lluvias. Si alguien enfermaba no bastaba con tratar de curarlo con hierbas, había que pedir la gracia al dios de la medicina. Si alguien moría había que suplicarles a los dioses que lo reciban con bien y le perdonen sus maldades en esta vida. Si un ejército enemigo se acercaba para robar, saquear y matar se tenía que pedir la ayuda al dios de la guerra para vencerlo.

Si los dioses tenían voluntad y hacían cosas como nosotros, también tenían que tener existencia, conocimiento, sentimientos y ocupan espacio como nosotros, aunque con la diferencia de que si los humanos vivimos un tiempo en este mundo, los dioses lo hacen por siempre jamás en el suyo, si conocemos algunas cosas, ellos lo saben todo, si solo podemos estar en un lugar determinado, ellos pueden estar en todas partes, si amamos (u odiamos) un poco a algunos cuantos, ellos tienen un amor (u odio) inacabable por toda la humanidad. Es decir, los dioses simplemente son seres humanos elevados al infinito.

Por lo tanto, todas las representaciones de los dioses encontrados en las culturas diversas en los cinco continentes son producto de la ignorancia humana de cómo funcionaba el mundo, el temor a las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades, los enemigos y la muerte, y la necesidad de sobrevivir día con día.

Pero, ¿acaso importa si existen o no uno o más dioses? Al parecer no si uno observa la historia natural del mundo y la historia social de la humanidad. Haya o no seres divinos la inevitable evolución violenta de la tierra y nuestra especie se dio y seguirá dándose. Los desastres naturales no se han podido ni se pueden evitar, y las catástrofes causadas por el hombre seguirán dándose hasta que exista sobre la faz de la tierra. Sabemos que los cambios climáticos globales son cíclicos aunque al parecer se han acelerado por la industria avariciosa, depredadora y contaminante.

Siempre los peces pequeños son comidos por los de mayor tamaño. Los grandes felinos comen mamíferos chicos o más grandes con la ayuda de otros. Hay algunos seres humanos que se complacen o son indiferentes al sufrimiento ajeno hasta el punto de masacrar a millones. Si algún dios creador supuestamente bueno y poderoso existe, aparentemente no le interesa su creación y por eso no interviene en ella. O, simplemente, ¿es un misterio que nunca podremos resolver?

Y si, en definitiva, no hay ningún dios, ¿todo vale? ¿No hay valores o un patrón moral absoluto que nos diga qué es bueno o malo? Evidentemente, todo no vale: somos seres sociales y como tales las cosas que hagamos a los demás tendrán sus consecuencias, buenas o malas. No podemos hacer lo que se nos dé la gane sin que no haya reacción por parte de la sociedad, así hayamos hecho alguna maldad de forma oculta, cobarde y astuta.

Como seres biológicos evolucionados nos podemos dar cuenta de nuestra animalidad y las capacidades creadoras (y destructivas) de nuestra especie con las que hemos construido dioses a nuestra imagen y semejanza.

Así que estamos solos a merced de las inevitables e inexorables fuerzas de la naturaleza y sujetos a las circunstancias sociales e históricas del medio al que pertenecemos o donde estamos y corresponde a nosotros, no a ningún ser inexistente e imaginario, buscar resolver nuestros propios problemas con la inteligencia que hemos adquirido producto de la evolución de la materia para sí afrontar lo mejor que podamos las vicisitudes de nuestra propia existencia.

Ningún rezo impedirá las guerras, las masacres, los asesinatos, las violaciones, los saqueos, los engaños y las traiciones. Pero, claro, eso producirá algún sentimiento falso de seguridad y esperanza que puede o no coincidir con la realidad.

Si muchísimas personas creen, aquí y en otras partes, sobre todo si pertenecen a sociedades que no protegen su salud y seguridad, que rezando u orando a dioses inexistentes lograrán su protección frente a los avatares de la realidad, es su idea salvadora y esperanzadora, tienen derecho a pesar como quieran en relación a lo sobrenatural. Pero si no existen los dioses, están (auto)engañados y desperdiciando su valioso tiempo, así se sientan más seguros, sanos y tranquilos después de rezar, orar o cantar a la divinidad que sus padres y familiares les hicieron creer que existía en su más tierna infancia.

La creencia en la existencia de lo divino tuvo y tiene aún su lugar en la historia y la cultura influenciando en gran manera en nuestro mundo: edificación de templos, elaboración de dogmas, ritos, rezos, utensilios litúrgicos y libros sagrados, creación de arte religioso, por un lado, práctica de sacrificios animales y humanos, intolerancia ante quien piensa diferente, pensamiento único y fanatismo, conversión forzada por conquista armada, persecución de las otras religiones, represión a los herejes e incrédulos y derramamiento de su sangre, por otro.

Pero ahora vivimos en una era científica y de gran avance tecnológico gracias a los cuales podemos entender mejor y transformar la realidad, medicinas con las cuales podemos curarnos y no morir, y tener aparatos que nos ahorran mucho tiempo y esfuerzo, para transportarnos, comunicarnos y educarnos, donde la divinidad ya no tiene razón de ser más que en aquellas cabezas que creen que nos salvará aquí y ahora de nuestra propia destrucción al contaminar y destruir nuestro planeta, queda el consuela en una hipotética existencia o conciencia post mortem.

Y justamente la creencia en una vida después de la muerte es la hermana melliza de la creencia en lo divino. Pues si hay seres sobrenaturales, también puede haber estados sobrenaturales, almas o espíritus incorpóreos que nos consuelen ante la inevitabilidad de la muerte de nuestro cuerpo. Creencia que aleja la idea de la banalidad, temporalidad y sinsentido de la vida humana.

Así que la creencia en los dioses, los espíritus, los cielos y los infiernos se retroalimentan y justifican entre sí para ilusionarnos y enajenarnos y olvidarnos de nuestra indetenible finitud y mortalidad.

En definitiva, entonces, no necesitamos creer en ningún dios para vivir, es más cualquier dios ha sido creado por nosotros mismos, pues si existiera alguno, ¿cómo lo sabríamos? ¿Por revelación? Cualquier revelación sacra no contiene nada que no haya podido ser de origen humano ¿Por observación de la naturaleza? Ella es producto de millones de años de la evolución de la materia. ¿Por nuestra capacidad de razonar? La misma respuesta que la anterior.

Es más, si aceptáramos la existencia de un ser absolutamente supremo y bondadoso a la vez caeríamos en una contradicción lógica salvable solamente por la creencia ciega o fe sin espacio para duda alguna.

Así que si Usted cree en un dios, es su opción y su derecho de libertad de creencia pero no puede demostrar que realmente exista, es una cuestión de fe.

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Sobre la naturaleza del dios bíblico


Dante Bobadilla Ramírez, Doctor en Psicología por la Universidad de San Martín de Porres.
Correo-e: dantebobadilla@aol.com




(Foto del Facebook)


¿Cómo podemos conocer a Dios? Esta es una típica pregunta que hacen los curas en la iglesia. Pero también nosotros deberíamos formularla. ¿Es posible conocer a Dios? ¿Será la ciencia el camino que conduce a descubrir su naturaleza? Esto es lo que trataremos de abordar en las siguientes líneas.

Hace relativamente poco tiempo empezó a instalarse cierta duda razonable acerca de la existencia del dios bíblico. Es difícil señalar una fecha -o incluso un período histórico definido- cuando empezó a surgir esta duda acerca el dios de los hebreos. Es el mismo dios que -a través del cristianismo- se esparció por todo Occidente desde que el Imperio Romano adoptó la fe cristiana en las postrimerías de su decadencia, a inicios del siglo IV. Subrayo que es el dios de los hebreos no solo porque lo es, sino para recordar que en los tiempos antiguos cada pueblo tenía sus propios dioses. De modo que este dios bíblico era solo uno más entre muchos otros, por lo que no deja de ser anecdótico que ese dios en particular se haya difundido por casi todo el planeta, debido a la labor fanática de los cristianos, pero también por la ventaja de contar con un gran texto narrativo como la Biblia, que ha ejercido un poderoso encanto en muchas mentes durante siglos.

Habría que mencionar además el poder, la administración y los dominios que el imperio romano le legó a la iglesia católica. El hecho es que, mediante una suma de circunstancias, la creencia en el dios de los hebreos fue extendiéndose junto a la fe en Cristo como hijo de ese dios. Mucho después, entre los siglos XIII y XIV, el poder de la iglesia romana empezó a ser cuestionado junto con sus dogmas y proceder. Debilitado el poder y la influencia de Roma, hubo intentos de buscar el conocimiento de Dios por otros medios ajenos a la iglesia, lo que llegó a interpretarse como herejía, aunque no se puso en cuestión la existencia de Dios. Ese fue el paso inicial para el conocimiento científico que empezó a cultivarse dentro de los monasterios y en universidades a cargo de monjes y teólogos.

Así se inició una etapa novedosa que consistió en la búsqueda del saber a través del método científico: observar, investigar, experimentar y reflexionar. Por primera vez el conocimiento empezó a surgir desde la realidad y no desde las narrativas bíblicas o de las revelaciones divinas de los santos y papas. Se podía conocer el mundo y el cosmos de primera mano, entenderlo sin recurrir a mitos, solo a partir de la mera observación minuciosa. El camino fue largo y escabroso, además de peligroso, pero se transitó lentamente con uno que otro mártir del saber quemado por la iglesia.

Al principio eran los mismos teólogos o monjes (el oficio predominante de la época, fuera del ejército) quienes hacían descubrimientos inesperados gracias a su constancia en la observación y registro, así como a su habilidad para la experimentación o para las matemáticas. No obstante, los primeros conocimientos científicos no supusieron ningún cambio de paradigma en el pensamiento humano, pues se asumieron dentro del marco conceptual religioso o -para decirlo mejor- dentro de la cosmovisión religiosa imperante en la cultura. De este modo, las leyes científicas descubiertas terminaron vistas como las “leyes de Dios” o la forma en que Dios había hecho el mundo.

El primero en remecer el andamiaje de la religión como concepción del mundo fue Galileo, quien se atrevió a afirmar que la Tierra no era el centro del universo, que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés, y que no todos los astros giran alrededor del Sol. Con esto Galileo se ganó muchos enemigos, dentro y fuera de la Iglesia. Ya conocemos la historia de Galileo: al final se retractó de sus ideas para salvar su vida. ¿Quién se lo puede reprochar? Pero su importancia radica no solo en el hecho de que estuvo en lo cierto, sino que podía demostrar sus afirmaciones y retar a cualquiera a que lo comprobase por sí mismo. Esto sí que fue verdaderamente revolucionario. Por primera vez el conocimiento no procedía de la mera reflexión, la deducción especulativa ni la revelación divina. Ahora el conocimiento era comprobable, se sustentaba en la realidad y en los hechos observables y medibles. Había nacido la ciencia como una nueva forma de conocer la realidad.

Un siglo después Isaac Newton, teólogo fanático de la Biblia, con prodigiosa capacidad matemática, pudo establecer las leyes de la gravitación universal. Pero esto tampoco logró cambiar la cosmovisión religiosa. Tuvimos que esperar hasta mediados del siglo XIX, para que Charles Darwin le diera un duro golpe a la arrogancia de la humanidad que -por enseñanzas bíblicas- se creía una criatura especial, hecha a imagen y semejanza de Dios. Darwin reveló que los humanos y los chimpancés descendíamos de antepasados comunes y que habíamos evolucionado en el tiempo. Afortunadamente ya no eran épocas en que la iglesia católica podía quemar herejes y hasta había perdido influencia en Inglaterra. Sin embargo, Darwin fue objeto de mofa y burla por parte de la feligresía cristiana durante todo el siguiente siglo. Todavía hoy la teoría de la evolución sigue siendo rechazada por buena parte de los cristianos. Aunque tarde, la iglesia católica admitió la veracidad de la teoría de la evolución, no sin insistir en que esa fue la manera de proceder de Dios. Es decir, aun se planteaba la posibilidad de conciliar la ciencia con la fe. Todavía hoy se insiste en esta postura conciliadora. Pese a que la ciencia se abría paso descubriendo los orígenes del cosmos, el mundo y la vida, nadie descartaba a Dios.

Está claro pues que la ciencia se incorporó en la cosmovisión religiosa del mundo. A tal punto que la idea de un universo perfecto, con los astros girando en un carrusel cósmico en total armonía, seguía siendo predominante incluso en la ciencia hasta mediados del siglo pasado. Einstein tampoco pudo escapar a esa influencia penetrante de la cosmovisión religiosa sobre el “orden perfecto del universo”, y rechazó la posibilidad del azar con una famosa frase: “Dios no juega a los dados con el universo”. Incluso en nuestros días sigue siendo muy común ver personas instruida rechazando la posibilidad del azar. El pensamiento humano se ha impregnado tan profundamente de la idea religiosa de “ni una sola hoja de un árbol se mueve si no es por la voluntad de Dios” que no se concibe que algo pueda surgir por mero azar, es decir, como resultado de un proceso (o secuencia de procesos) en el que antecedentes y consecuentes no están vinculados por una ley que los haga inevitables. Esto significa que, si retrocedemos en el tiempo y echamos todo a andar nuevamente, el resultado será, sin ninguna duda, completamente diferente. Dicho de otro modo: no hay razón necesaria para que la realidad sea como lo es en la actualidad. Pero al eliminar el azar como factor, la ciencia era tan solo una colección de leyes y de sucesos que no hacían más que revelar la voluntad de Dios y su proceder. ¿Podíamos llegar a conocer a Dios por ese camino? La iglesia sentencia rotundamente que no, que mediante la ciencia solo llegaríamos a conocer mejor la obra de Dios.

Es muy difícil escapar del campo gravitatorio de la religión. Todo en nuestra cultura gira en torno a la idea de un dios creador todopoderoso y a su voluntad, por más que esta idea resulte ridícula e infantil en estos tiempos. ¿Cómo entonces podemos escapar a esta condición teocéntrica? ¿Cuál es la ruta de escape? De hecho, no es la ciencia, como pudieran creer algunos. Ya vimos cómo la ciencia ha sido incorporada por entero a la cosmovisión religiosa y hasta se ha supeditado a la cultura. Dejemos de lado a los enemigos religiosos de la ciencia y a los que promueven la “ciencia apologética” que pretende confirmar la existencia de Dios mediante el método científico. No hacen falta. Son solo charlatanes de la fe. La ciencia por sí sola ya tiene el gran inconveniente de ser poco accesible para las grandes mayorías y permanecer maniatada en la cosmovisión religiosa de la cultura cristiana. Peor aún: en estos días incluso la novedosa cultura woke la pone en entredicho para sobreponer su ideología. En estas condiciones, la ciencia no es suficiente para descartar la existencia del dios bíblico.

La Física -la reina de las ciencias- no es la que nos llevará a liberarnos del dios bíblico por mucho que avance en la comprensión del universo y de la realidad exterior al ser humano. Hoy tenemos una tecnología de observación del cosmos que Galileo jamás hubiera podido imaginar. Hay toda clase de telescopios sobre la superficie de la Tierra y en el espacio exterior escrutando los últimos confines del universo, pero nada de eso hace retroceder la idea persistente de un dios creador. Una muestra de ello es el bosón de Higgs, una partícula que podría ser la generadora primordial de la materia, pero que fue bautizada por los medios como “la partícula de Dios”. Estamos pues inmersos en creencias de fe. ¿Cuál es entonces el camino de escapatoria y liberación?

La Física se ocupa del mundo real, del mundo en el que existe el ser humano, pero ese no es el mundo de los seres humanos. Es por eso que la Física nunca hallará a ningún dios y tampoco puede refutar la existencia de Dios desde sus métodos y escenarios de estudio, ya que Dios pertenece al mundo de los seres humanos, es decir, al mundo creado por la cultura. Dios está en nuestras mentes. Y ese no es el campo de la Física. Los seres humanos somos la única especie capaz de generar su propio mundo en un ecosistema especial que llamamos cultura, es decir, una red cognitiva colectiva conectada mediante diferentes sistemas de señales que le permite a los humanos vivir en su propia realidad. Es allí donde existen los dioses, los héroes, los ángeles, la patria, el Derecho, la moral, el arte, la dignidad, la literatura y todo lo que conocemos como parte de nuestro mundo, incluyendo a las religiones con toda su mitología, teología, cultos y dogmas. Es un mundo al que la Física no tiene acceso y del que no puede ocuparse porque se desarrolla en nuestras mentes. Ocurre gracias a una herramienta fabulosa que se llama conciencia, una especie de escenario virtual en donde el cerebro construye nuestra realidad a partir básicamente de información lingüística existente en nuestra cultura. De hecho, podemos concebir la cultura como un gran escenario de realidad virtual que solo pervive en las mentes y que les permite a los humanos desenvolverse como humanos. El mundo en el que viven los humanos es la cultura, y lo es antes que el mundo físico real. Los objetos del mundo real se transfiguran en el mundo humano adoptando características otorgadas por la cultura. De este modo un par de maderos cruzados puede ser una cruz, una piedra resulta ser sagrada, un color simboliza peligro, una paloma representa la paz, etc. Es un mundo subjetivo, aun cuando referencie a la realidad física.

Pongamos un ejemplo que todos pueden entender: imaginemos que los seres humanos vivimos con un casco de realidad virtual puesto en la cabeza y que nos movemos dentro de esa realidad virtual, la cual vemos a través del visor del casco. Eso es muy parecido a lo que nos ocurre: tenemos una realidad virtual construida en nuestra mente con todos los recursos tomados de nuestra cultura, que en esencia es información verbal. En esa realidad virtual existimos como humanos. Podríamos incluso afirmar que cada uno construye su propia realidad virtual, y que si estos coinciden es porque pertenecemos al mismo ecosistema cultural. De lo contrario ocurre el choque de culturas.

Entonces surge una pregunta capital: ¿a qué mundo pertenece el dios de los humanos? ¿Pertenece al mundo físico real estudiado por la Física o al mundo virtual generado por nuestra mente? ¿Es ese dios bíblico una realidad del mundo físico o es un mero personaje literario creado mediante la fantasía, y preservado a través de tradiciones orales y escritas a lo largo de siglos? ¿En qué escenario suelen darse las experiencias místicas? ¿Cómo aprenden los creyentes sobre su dios? Evidentemente, ese dios del que hablamos pertenece únicamente al mundo humano y a una cultura en particular, solo pervive en las mentes de quienes creen en él y en la literatura de cierta cultura llamada judeo-cristiana, pues no existe en otros pueblos de cultura diferente. A ese dios bíblico se le entiende y se le conoce solo a partir de los textos que hablan de él y de las prédicas que lo mencionan.

Es un error y un contrasentido trasladar a ese personaje mítico al mundo real y pretender además que sea un ente ajeno a las leyes de la Física. Asimismo, es un error muy común confundir el escenario cultural con el mundo real. Naturalmente, para las personas resulta difícil establecer esa diferencia ya que asumen todo lo que hay en su mente como parte del mundo real. No son conscientes de que su realidad es solo una construcción virtual en su mente. Escuchan una voz o una música y asumen que son elementos existentes en el mundo real. ¿Pero acaso la música o las voces existen fuera de nuestras mentes? Claro que no. En el mundo real solo hay vibraciones de partículas de aire. Las voces y la música solo están en nuestra mente, como muchas otras cosas. El lenguaje, el idioma, los colores y todo lo que hay en nuestra realidad virtual existen solo en las mentes de las personas, incluyendo -por supuesto- las creencias religiosas con sus seres divinos. Algunos son elementos propios de la mente y otros son componentes culturales. Pero todo es parte de nuestra realidad virtual.

Diferenciar los escenarios en que interactúan los humanos como seres cognitivos y culturales que se desenvuelven en un mundo físico, permite reconocer a qué estamento pertenece el dios bíblico y, por tanto, establecer su verdadera naturaleza. Incluso su origen como dios de los hebreos y -por extensión- de los cristianos. Se trata pues de una creación cultural, y sus orígenes pueden rastrearse gracias a la mitología, la antropología cultural, la historia y la psicología. Comprendemos, sin embargo, que hay una serie de preguntas fundamentales que acosan a los seres humanos por su propia naturaleza de seres cognitivos. Por ejemplo, necesitan entender su circunstancia, establecer un marco de referencia, contar con una cosmovisión básica que oriente su discurrir cognitivo, es decir, su pensamiento. Y lo necesitan pronto. En la primera infancia. De lo contrario sobrevendría un caos mental. Esperar que la ciencia les otorgue todo eso sería iluso. Es a partir de las primeras instrucciones, sus cuentos, mitos, leyendas, narrativas y creencias simples que pueden ubicar rápidamente sus marcos de referencia culturales. El mito es una especie de primer sistema operativo rudimentario que le permite a la mente instalar el resto de sus aplicaciones cognitivas específicas para desenvolverse en un mundo cultural estructurado por ideas y creencias. En tal sentido, la Biblia y el dios bíblico han resultado ser elementos muy eficientes para enlazar a las personas en una red cognitiva cultural, a partir de lo cual buena parte de la humanidad pudo entonces desarrollar una civilización compleja.

Acerca de Dios




Víctor Neira Martín, Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Niza y director académico de Matemáticas por el Perú. 

Correo-e: neiravictor371@gmail.com

 

(Foto: Cortesía de la UARM)

Escribo estas líneas después de leer el libro de Geoffrey Berg, Las seis vías del ateísmo; libro que dio pie a largas y sustanciosas conversaciones con filósofos, científicos y, en general, intelectuales.

Muy amablemente, me pidieron mi opinión acerca de la cuestión, acerca de la pregunta: ¿Dios existe?

Para empezar, diré que ser ateo me parece totalmente coherente. Pero (y aquí viene la razón de la conjunción adversativa) el ateo tiene ante sí una tarea titánica. Los ateos que conozco admiten la existencia de algo (no conozco ningún ateo que se haya encerrado en un solipsismo radical que niegue el mundo exterior). Ese algo, que muchos llaman materia, produce fenómenos que es menester explicar desde el ateísmo. Y considero esa tarea descomunal. Un ateo no está eximido de explicar, de comprender, el mundo material. Es más, fenómenos como la conciencia, la imaginación, la religiosidad, la cultura, también podrían ser explicados desde lo material. No es poca cosa. Steven Weinberg, por ejemplo, avanzó un gran trecho en esa ruta, pero su esfuerzo distó mucho de ser coronado. Y Weinberg era un coloso. Más atrás, allá por los años sesenta, circulaba la hipótesis cosmológica de Hoyle-Littleton, que admitía un Universo autocreador de su propia materia, hipótesis que fue acorralada con el descubrimiento de la radiación de fondo.

Creo que el trasfondo de lo anteriormente escrito es un problema filosófico que, extrañamente, pocas veces se menciona. El problema de la aseidad del Universo. Hasta donde sé, el término aseidad fue introducido por Hegel y designa la autosuficiencia del Universo. El Universo se basta a sí mismo para crearse, destruirse y explicarse. Para ateos como Marx, la fantasía de una vida futura inexistente nos alienaba y nos impedía ver la realidad, la única realidad, de los procesos materiales. El Universo es autosuficiente

Añadiré a lo dicho, ¿por qué tendría que demostrar la no existencia de Dios un ateo?

A nadie se le ocurría demostrar que las chiforímpulas no existen. Si mi madre no tiene hermanos, no tengo que demostrar que no existe mi tío Perico.

Ahora expondré mi punto de vista en detalle.

¿Existe Dios?

En mi muy humilde opinión, existe todo aquello que no es causa de sí mismo. Existe esta mesa, que la hizo el carpintero. Existo yo, que soy hijo de mis padres. Dios no es hijo, no es efecto de ninguna causa. Desde este punto de vista, Dios no existe, Dios es.

La palabra causa es polisémica para la Filosofía. Aristóteles formuló la doctrina de las cuatro causas; Hume negaba del principio de causalidad, el mismo que los metafísicos defendían porque, añadido a los principios de la Razón, hace posible la ciencia.

Ahora bien

¿Y la Física?

Un buen físico nunca mete a Dios en sus asuntos.

La Física, en general, la ciencia, estudia fenómenos. Pedirle a la Física que hable de Dios es pedirle que hable, además de los fenómenos, de milagros (hechos que son irrepetibles). Y eso degenera en locura. Y se ven casos de personas que quieren enseñar dinámica usando el salmo 104, que niega el movimiento de la Tierra.

También circula la pregunta ¿La existencia es un predicado?

Desde este punto de vista, si Dios existe, esta existencia es un predicado acerca de sí mismo. Y aquí hay un problema.

Soy yo, es mi conciencia, la que pone el árbol, el río, la montaña, en la unidad de un paisaje. En ausencia de la conciencia que lo capta, no se puede hablar de la unidad del objeto estético. Pero, si somos detectores del Ser, no somos sus productores. No sucede que yo diga: “Sea la montaña…y la montaña es”. Además, no hay nadie tan loco como para afirmar que, en ausencia de la conciencia que lo capta, el Universo se disolverá en la nada.

El logos divino sí tendría esa facultad. Al señalar el Ser, lo crea. Por eso en el evangelio de San Juan se dice, al comienzo: “En el principio era el Verbo”

Parménides advirtió el problema cuando dijo que el tiempo del Ser es el presente continuo. Porque el pasado ya no es; y el futuro todavía no es.

¿Qué nos enseña la dialéctica?

Que la dinámica tesis-antítesis-síntesis es el movimiento inmanente de lo real. Si la cosa, tan pronto es, empieza a dejar de ser, entonces el presente es una circunstancia.

Y parece que Parménides tenía razón.

Ahora vayamos a otro tema.

Para las Matemáticas, ¿Dios existe?

No olvidemos que San Buenaventura nos enseñó que el silencio es la actitud mística ante la inefabilidad del Ser Supremo.

Si Dios es una entidad matemática, entonces puede ser explicado mediante conceptos.

Y los conceptos matemáticos sólo son comprensibles mediante definiciones.

Digamos algo más. David Hilbert (1862-1943), el líder de la Escuela Formalista de Matemáticas, el que protagonizó una “guerra civil” contra Brouwer y los intuicionistas, afirmó que “un objeto matemático existe cuando está libre de contradicción”. Estaba hablando de Matemáticas, no de Dios, pero también estaba hablando de la existencia. Y si tenemos la fe implícita de que las Matemáticas pueden explicar la realidad, de que las Matemáticas son algo más que garabatos en la pizarra, entonces es necesario reflexionar acerca de lo que Hilbert entendía por existencia de los objetos matemáticos.

Visto más de cerca, el argumento de Hilbert (existen los objetos matemáticos que no tienen contradicciones) entronca con Aristóteles, quien señaló, en la “Metafísica”, que el principio de no contradicción era característico del Ser.

Y aparecen más problemas. Porque existen matemáticas inconsistentes (como las de Christensen, que admiten un teorema y su negación) y existen lógicas paraconsistentes (Newton da Costa). Además, Brouwer (el intuicionista, adversario de Hilbert) cuestionó el principio del tercio excluido, lo que posibilitó el nacimiento de las álgebras de Heyting.

La Física moderna se caracteriza porque trabaja con objetos que son extraños al ciudadano común (quarks, cuerdas, gravitones). Y, para poder manipularlos, los percibe indirectamente y se ve compelida a definirlos matemáticamente. Es decir, crea objetos matemáticos que tienen propiedades y se relacionan unos con otros. También tiene una fe implícita de que en la naturaleza existe un orden (que se expresa en leyes), que tal orden puede ser comprendido y las matemáticas son una poderosa herramienta para conseguir tal comprensión.

Aquí entra el argumento de Hilbert. Si basta la ausencia de contradicción para que el objeto matemático sea existente, entonces existen las chiforímpulas y existen los unicornios. Porque las entelequias están libres de contradicción. Y me puedo imaginar casi cualquier cosa. Por ejemplo, a Papá Noel.

Ahora bien, hay entelequias divertidas como el ajedrez. Tiene su sintaxis y tiene su semántica. Y carece de contradicción. De allí a afirmar que el ajedrez explica la realidad física, hay un trecho.

Pero hay más. Para intuicionistas como Brouwer, la existencia de los objetos matemáticos era a partir de intuiciones (que casi parecen místicas) que los objetos de la realidad nos proporcionan. Es decir, las matemáticas serían algo así como una comprensión de lo invisible a partir de lo visible.

¿Y Dios?

¿Entra en tal categoría?

Como escribí antes, los físicos no meten a Dios en sus asuntos. Sin embargo, pueden usar la palabra “Dios” como la abreviatura para un conjunto de propiedades.

Cuando Laplace le explicó a Napoleón su Sistema General del Mundo, Napoleón le preguntó: “¿Dónde está Dios en su teoría?”

Y Laplace respondió:

“No he tenido necesidad de esa hipótesis”

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¿Es posible demostrar la existencia de Dios a través de la ciencia? Una crítica al llamado principio antrópico


Daniel Loayza Herrera, Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Federico Villarreal, Licenciado en Educación, especialidad en Filosofía y Ciencias Sociales, por la Universidad César Vallejo, y Magister en Educación, con mención en Docencia y Gestión Educativa por la Universidad César Vallejo. Correo-e: danivan98@gmail.com


(Foto de la pag. web del autor)


Resumen

El llamado principio antrópico ha contribuido a avivar el debate de las últimas décadas sobre la posibilidad de encontrar un nuevo punto de encuentro entre la filosofía, la ciencia y la religión, a partir de la postulación de una proposición teleológica para comprender la manera en que actúan las fuerzas fundamentales del universo y su relación con la existencia del ser humano. A partir de dicha proposición, se ha sostenido la posibilidad de admitir la existencia de Dios bajo fundamentos científicos. Pese a que la comunidad científica no ha adoptado el principio antrópico como parte de su corpus, es cierto que muchos científicos de gran prestigio han abonado en estas ideas. En el presente artículo, discutiremos algunos aspectos del llamado principio antrópico y la posibilidad de que, a través de él, se pueda encontrar, finalmente, una demostración de la existencia de Dios.

Palabras clave:

Ciencia, Dios, filosofía, principio antrópico, religión.


Is it possible to prove the existence of God through science? 
A critique of the so-called anthropic principle

Abstract

The so-called anthropic principle has contributed to fueling the debate of recent decades about the possibility of finding a new meeting point between philosophy, science, and religion, based on the postulation of a teleological proposition to understand how the fundamental forces of the universe operate and their relationship with the existence of human beings. From this proposition, the possibility of admitting the existence of God on scientific grounds has been argued. Although the scientific community has not adopted the anthropic principle as part of its corpus, it is true that many prestigious scientists have supported these ideas. In this article, we will discuss some aspects of the so-called anthropic principle and the possibility that, through it, a demonstration of the existence of God may finally be found.

Keywords:

Science, God, philosophy, anthropic principle, religion.

 

 

Introducción

La ciencia, la filosofía y la religión, a lo largo de la historia, han tenido una relación marcada por sus encuentros y desencuentros. Desde el siglo XVIII, la ciencia, en general, se emancipó de la relación filial que por momentos mantuvo con la filosofía y la religión. Los teólogos quedaron relegados a no ser reconocidos más que como dogmáticos intérpretes de las sagradas escrituras, sin ligamen alguno con la realidad observable. Los filósofos se debieron conformar con ser epistemólogos, discutiendo las condiciones de la investigación científica; mientras los científicos, en realidad, prestaban poca atención a los debates epistemológicos y confiaban más en los resultados prácticos de sus investigaciones que en las disquisiciones especulativas propias de la filosofía.

Sin embargo, hacia la década de 1970, el físico británico Brandon Carter rompió con ese alejamiento entre la filosofía, la religión y la Física al postular el llamado principio antrópico. Si los filósofos de las colonias griegas de Mileto habían roto con la mirada mítica al plantear una nueva forma de ver el cosmos, Carter nos remitía a la posibilidad de conciliar ciencia, filosofía y religión a través de una nueva forma de ver el cosmos, esta vez centrada en el ser humano.

¿Es posible que el universo exista solo para que exista el ser humano? Si ese fuese el fin teleológico de la existencia del universo, si todo estuviese detalladamente ajustado para que se cumpla la suprema realización de la vida humana, de la vida inteligente, ¿podríamos pensar que alguien debió hacer dichos cálculos o diseñar tan perfectas proporciones y valores?

Para los defensores de la tesis de que no puede ser una casualidad que los valores de las fuerzas fundamentales del universo (la fuerza nuclear fuerte, la fuerza nuclear débil, la fuerza electromagnética y la fuerza de gravedad) estén tan perfectamente armonizados al punto de hacer posible la vida, la existencia de un principio ordenador, o acaso creador, se asoma necesariamente (Carreira, 2024).

Si solo tenemos evidencia de que el ser humano es el único ser inteligente en el universo y que el ser humano no pudo ni puede haber creado ni ordenado los valores físicos del universo, necesariamente deberíamos concluir que el universo tiene que responder a un creador y a su diseño, expresado en las leyes de la Física.

Cuando ingresamos en este terreno, avizoramos la posibilidad de comprender que Dios existe, superando el escollo de que la ciencia, a través del método científico, no puede demostrar la existencia de Dios.

El problema de la demostración y en qué consistiría dicha demostración
El problema de la relación entre la fe y la razón fue abordado de manera preferente por la filosofía escolástica. Fue el siglo XIII el de la consumación de dichos debates en la obra Suma Teológica, de Santo Tomás de Aquino. Tomás de Aquino, a lo largo de su extensa obra, expresa desde el primer momento que la razón y la fe no son incompatibles, que su unidad es necesaria para poder comprender las grandes verdades, pero que ello requiere que la razón esté al servicio de la fe.

Tomás estaba convencido de que el universo era racional, que tenía un comportamiento lógico porque las manifestaciones divinas eran lógicas. El comportamiento de la materia era una manifestación de regularidades creadas por Dios. Así, teología, ciencia deductiva y especulación teórico-lógica, eran indesligables (Beltrán, 2020).

El tomismo parte de un principio fundamental: no es posible demostrar hacia el infinito, es necesario partir de axiomas y es ahí donde entra la fe. El axioma fundamental es la existencia de Dios. A partir de ahí se construye una estructura lógico-argumental que se demuestra a nivel lógico y de cuya consistencia se infiere la fortaleza del axioma primero.

El principio antrópico le debe mucho a los planteamientos de Santo Tomás de Aquino al introducir algunas proposiciones que, si bien no afirman de plano la existencia de Dios, llevan a la aceptación de este (Loayza, 2013).

El principio antrópico

El llamado principio antrópico, que proviene de las voces anthropos (hombre) y topos (lugar o centro), postula una interpretación cosmológica centrada en la existencia del ser humano. Fue planteado por primera vez por el físico británico Brandon Carter en 1973, a propósito de la conmemoración de los quinientos años del nacimiento de Copérnico, en un Simposio de Varsovia (Pérez, 2018).

En dicho simposio, Carter sostuvo la idea de que la mejor explicación a la constatación de que el universo se encontraba sorprendentemente ajustado para el desarrollo de la vida inteligente era que dicho universo solo tendría sentido si dicha vida inteligente existía para comprender el propio universo. En suma, el universo solo tiene sentido si el ser humano existe para vivir en él y comprenderlo.

El renombrado físico John Archibald Wheeler, quien hiciera contribuciones a la teoría de la relatividad y la física cuántica, hizo importantes aportes para desarrollar filosóficamente y popularizar el llamado principio antrópico. Partiendo de la interpretación filosófica de la llamada Escuela de Física Cuántica de Copenhague, que postula que el observador altera la realidad física que observa y que, por tanto, no existe una realidad plenamente objetiva, Wheeler sostuvo que dicha evidencia experimental sugiere que el universo responde también a nuestras observaciones y, por tanto, la unidad del universo y de los observadores del universo (los seres humanos) mostraría que no es posible hablar del universo prescindiendo de los seres humanos, es decir, de los observadores.

Por su parte, el astrofísico y sacerdote español Manuel Carreira, partiendo de los postulados filosóficos del tomismo y de lo planteado por John Archibald Wheeler, sostuvo que el universo solo tiene sentido si se entiende que todo lo existente fue cuidadosamente diseñado para que exista el ser humano, que ello solo puede haber sido hecho por el Dios creador y que el ser humano es la máxima creación, lo que se evidencia porque es el único ser dotado de inteligencia y razón.

Crítica de los postulados del principio antrópico

Más allá de los planteamientos específicos de los postulados de los llamados principio antrópico fuerte y débil, ambas versiones comparten la idea de que el universo tiene un fin teleológico que es la existencia del ser humano y que dicho planteamiento es compatible con la idea de que ello puede ser satisfactoriamente explicado a partir de la creencia en la existencia de un creador inteligente que ha realizado todos los ajustes necesarios para que se desarrolle plenamente su máxima creación: la vida humana inteligente.

Así como en el libro del Génesis asistimos a la descripción de un universo creado para el hombre, en el llamado principio antrópico asistimos a una explicación cristiana, de fe, religiosa, a partir de la introducción de una variable tan sencilla como un fin teleológico para el universo. A la constatación de que el universo responde a la acción de las cuatro fuerzas fundamentales y que los valores atómicos y sub atómicos se nos presentan de tal modo que si ocurriera una poco significa variación matemática en alguno de ellos la vida humana o, en general, la vida tal como la conocemos no sería posible, se ofrece la explicación de que ello no puede ser producto de una casualidad, del azar y, por tanto, de que debe tener algún fin; pero como quiera que todo fin tiene que ser anterior al fenómeno, entonces el universo tiene un creador y ese no puede ser otro que Dios, el Dios de los hombres.

Pero, ¿cómo inferir que es el Dios de los hombres? El principio antrópico sostiene que el universo está ajustado para que pueda ser comprendido por la inteligencia humana, para que sea cognoscible para el ser humano, para que su verdad le sea revelada. Esa revelación, solo posible para la inteligencia humana, sería una prueba de que el universo ha sido creado par el hombre.

 Bajo esta explicación diremos que si en algún momento encontráramos vida inteligente en otra parte del universo el principio antrópico perdería toda su base argumental y que su mantenimiento dejaría de ser una línea de razonamiento para pasar a ser mera ideología dogmática.

¿El principio antrópico, al apelar a la realidad física, es científico? La introducción de una variable filosófico- religiosa como es el principio teleológico aleja al principio antrópico de toda explicación científica.

Frente a la introducción de la proposición siguiente:  “Todos los valores de las fuerzas del universo han sido ajustados con el propósito de que puedan albergar la vida humana y que ello ha sido hecho por Dios”, se podría argumentar que dicha proposición no puede ser verificada y que, por tanto, no pertenece al campo de la ciencia (Rees, 2000) . A partir de ahí podríamos plantear que ello no demuestra la existencia de Dios, al menos si de demostraciones científicas se trata.

Sin embargo, frente a dicha objeción hacia el principio antrópico algunos de sus defensores, como es el caso del sacerdote y astrofísico Manuel Carreira (2011), sostuvieron que la ciencia está formada no solo por proposiciones demostradas, sino también por axiomas, es decir por proposiciones carentes de demostración, pero que se asumen como válidas dado que son consistentes con aquellas proposiciones verificadas que posee la ciencia.  Un ejemplo de ello podría ser el axioma de Euclides, base de la geometría euclideana; "por dos puntos distintos pasa una única línea recta”. En este caso, entonces, la objeción basada en que la proposición teleológica no puede ser verificada no parece tener mayor fundamento.

Sin embargo, cuando analizamos la estructura de la geometría euclideana, por ejemplo, la relación entre el axioma “por dos puntos distintos pasa una sola recta” y todos los demás axiomas y sus teoremas nos percatamos que existe un ligamen entre ellos; es decir, que, aunque el teorema mencionado no es demostrable si podemos apreciar lo consistente que es con respecto a la estructura conformada por los demás axiomas de la geometría y sus teoremas. Diremos, entonces, que a través de la resolución de problemas geométricos verificamos, al menos de forma indirecta, aunque no demostremos, el axioma en cuestión, de ahí la confianza en su validez.

En el caso particular de la proposición: “Todos los valores de las fuerzas del universo han sido ajustados con el propósito de que puedan albergar la vida humana y que ello ha sido hecho por Dios”, la situación es bastante distinta. Primero, aceptando que todos los valores han sido ajustados con el propósito de que el universo pueda albergar a la vida humana se abre un abanico de posibilidades: 1. Que ello responda a alguna ley de la física que se conecta con la biología que aún no conocemos. 2. Que haya sido hecho por un ser inteligente no humano, pero que no es Dios. 3. Que haya sido realizado por varios Dioses. 4. Que haya sido hecho por un Dios no cristiano. 5. Que haya sido hecho por el Dios cristiano. La pregunta es: ¿Por qué pensar que necesariamente fue realizado por el Dios cristiano?

Además de ello tenemos otra objeción: La idea de que los valores de las fuerzas del universo tienen que haber tenido el propósito necesario de que universo albergue a la vida humana, porque no podemos admitir que ello sea producto del azar no tiene mayor sustento. Ello se puede apreciar con un sencillo ejemplo.

Si se produjera el deslizamiento de una roca desde una montaña, que impacta en el techo de un automóvil, que transitaba inusualmente por ahí, y que al caer sobre el techo del auto mata a dos de los pasajeros, pero uno de ellos sale ileso, ¿ello demostraría que los valores físicos de caída, de impacto y del ángulo con el que la roca impacto en el techo del automóvil fue porque existía un principio teleológico, porque hubo algo a alguien que hizo los ajustes para que fuese exactamente como ocurrió, es decir, que decidió quienes debían morir y quien no?

Integrar en un solo planteamiento dicha creencia y los valores físicos y objetivos de la caída de la roca no es consistente. La razón de ello es que no hay forma de verificar ni de apoyar indirectamente la proposición del fin teleológico a partir de los valores físicos reales y objetivos de la caída de la roca.

Ello es muy distinto que el caso de la geometría, donde asumir la validez del axioma “por dos puntos pasa una recta y solo una” es condición para que toda la geometría, sus relaciones y valores funcione. Es decir, cuando se demuestra un teorema, indirectamente se apoya al axioma.

La proposición teleológica del principio antrópico nada tiene que ver con los valores que adoptan las fuerzas fundamentales del universo. Por tanto, no cumple ningún papel en la comprensión del universo desde la física. Resulta así tan arbitraria como introducir un fin a la caída de la roca sobre el techo del auto.

Conclusión

La introducción de la proposición teleológica como respuesta a la pregunta de por qué existe vida en lugar de no vida en el universo, para explicar el hecho de que los valores de las fuerzas fundamentales del universo hacen posible la existencia de la vida, y en particular de la vida humana, no tiene relación con la existencia de dichos valores ni con las leyes fundamentales.

La proposición teleológica no es necesaria para comprender cómo actúan las fuerzas fundamentales y, por lo tanto, no actúa como lo hacen los axiomas matemáticos en relación con los teoremas, a los cuales sirven de base. Por tanto, la proposición teleológica ha sido introducida de manera no solo innecesaria sino también arbitraria, careciendo de todo fundamento científico y de toda posibilidad de verificación tanto a nivel fáctico como teórico.

Independientemente de que Dios pueda existir o no, el principio antrópico no aporta nada a la comprensión o al esclarecimiento sobre la existencia de Dios, y, por lo tanto, no es más que una postura religiosa y, en todo caso, filosófica, que nada tiene que ver con la ciencia. En la medida en que se pretenda demostrar la existencia de Dios a través de la interpretación que el principio antrópico hace de los valores de las fuerzas fundamentales del universo, se incurre en un discurso pseudocientífico.

Fuentes de información

Beltrán, O. H. (2020). Teología y ciencia en la obra de Santo Tomás de Aquino. Teología46(99), 281–300. Recuperado a partir de https://erevistas.uca.edu.ar/index.php/TEO/article/view/2871

Carreira, M. (2011). El universo: Ciencia y religión. Universidad Pontificia Comillas.

Carreira, M. (2024). Ciencia y fe [Conferencia]. Archive.org. 

https://archive.org/details/manuelcarreira/Dr+Manuel+Carreira+-+2024+-+Conferencia+Ciencia+y+Fe.mp3

Loayza Herrera, D. (2013, abril 6). La ciencia demuestra la existencia de Dios. La página de Daniel Loayza Herrera.

https://lapaginadedanielloayzaherrera.blogspot.com/2013/04/la-ciencia-demuestra-la-existencia-de_6.html

Pérez, E. (2018). El principio antrópico, último bastión del antropocentrismo. Revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía, (55). https://revista.iaa.csic.es/content/el-principio-antr%C3%B3pico-%C3%BAltimo-basti%C3%B3n-del-antropocentrismo

Rees, M. J. (2000). Just Six Numbers: The Deep Forces That Shape the Universe. Basic Books.

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