Manuel A. Paz y Miño Conde, Lic. en Filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú), Mag. en Humanidades, mención en Ética Aplicada, por la Universidad Linköping (Suecia), y docente universitario.
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Introducción
En las primeras sociedades humanas para tratar de evitar el abuso y el daño por parte de unos contra otros, sus integrantes más sabios y poderosos se percataron de la necesidad de plantear reglas que permitieran una mejor interacción entre sus integrantes.
Así, los líderes de esas culturas primigenias establecieron normas de conducta para controlar mejor a sus subordinados, y mantener su poder y privilegios, así como para la convivencia entre apelando a lo sobrenatural.
Para un mejor cumplimiento, respeto y obediencia hacia tales normas, éstas eran enseñadas y consideradas con bases religiosas, esto es, como reveladas, supuestamente, por una voluntad divina que quería que sus fieles se comportasen según su voluntad.
Moral religiosa
Los mandatos o preceptos morales que enseñan las religiones al estar basados en la fe en la divinidad, tienden a ser absolutistas, autoritarios e intolerantes. Son absolutistas pues deben cumplirse siempre, no importando las circunstancias de tiempo y espacio, y, por lo tanto, deben cumplirse sin excepciones. Son autoritarios porque son ordenados y protegidos por la máxima autoridad tanto terrenal como divina. Y así al ser normas absolutistas y autoritarias son intolerantes al amenazar con castigos, en esta vida o la otra, a sus infractores.
Los mandamientos religiosos al fundamentarse en un premio o castigo divino tienden a valorar más el destino futuro, sea en presencia de Dios o sufriendo su castigo, que su existencia terrenal, sus placeres y deseos. Pero eso tiene sus inconvenientes: tales normas divinas crean en sus transgresores constantes conflictos morales, sentimientos de culpabilidad así como críticas y censura social.
La realidad es que por más piadosa que sea una sociedad siempre habrá quienes trasgredan tanto las normas religiosas como laicas, gente que no esté pensando que dios o los dioses los están vigilando en todo momento o que simplemente cuestionan que en verdad les vigilan.
Además, no todas las sociedades tienen las mismas creencias religiosas y doctrinas ni adoran a un mismo dios, y por lo tanto, sus mandamientos y ritos pueden variar.
Moral arreligiosa
En nuestra época contemporánea e interconectada, en extremo secularizada y materialista, los así llamados mandamientos divinos ya no pueden guiarnos ante los diversos y novedosos dilemas que se presentan en la actualidad. Dilemas sobre asuntos sociales, educativos, políticos y hasta ecológicos.
La guerra, por ejemplo, donde se mata legalmente a otros, se ha llevado a cabo a través de los siglos incluso en nombre de Dios, la Patria, la Democracia, la Libertad, la Justicia, etc. De manera semejante, la pena de muerte se ha aplicado especialmente a asesinos y particularmente a traidores de la patria, narcotraficantes y hasta infieles.
Luego, si planteamos un código de ética sin fundamento en alguna supuesta voluntad divina nos quedaría simplemente observar como se lo ha fundamentado, a través de la historia de la ética filosófica, con bases terrenales diversas: la sabiduría popular, el autodominio, la resignación, el placer, el deber individual, la fuerza de la costumbre social, lo mejor y lo útil para la mayoría, la consecuencia de nuestra acción, etc.
Querer hacer versus deber hacer
Las normas de una ética religiosa y las de una filosófica pueden caer en saco roto ante la prevalencia de las emociones y las pasiones egoístas de la gente que las quebranta con o sin remordimientos. Y precisamente en esto radica la principal debilidad de cualquier ética. Una cosa es lo que debemos hacer y otra lo que hacemos.
Dicho todo lo anterior, en lo que sí coinciden plenamente tanto la ética religiosa como la filosófica es en la regla de oro: “Trata a los demás como quieras que te traten los demás” y en la de plata: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.
Sin embargo, esas reglas son muy generales y, en ciertos casos, llevarían a un mal accionar. Por ejemplo, a un sadomasoquista, basado en la regla dorada, le gustaría relacionarse con los demás en base al dominio y la sumisión o en desear sufrir o hacer sufrir a los demás, o fundamentado en la regla plateada, rechazaría el buen trato, la consideración y el respeto, y ser feliz sanamente para sí mismo y los demás.
Para casos particulares, muy delicados y complejos, se requiere, por un lado, realizar una profunda reflexión personal para que uno mismo escoja la mejor elección; y, por otro lado, una persona puede buscar consejo en otros más sabios que él o ella.
Tanto para la reflexión personal como para sabio consejo se requiere el uso de la razón y no seguir reglas generales establecidas previamente. Esa sería la marca diferenciadora de una ética sin religión. Por el contrario, obviamente, una ética religiosa se basa sobre todo en la fe, y así en ser aceptada, obedecida y sin cuestionada.
Moral arreligiosa variada
Hemos visto que tienden a ser absolutistas, autoritarios e intolerantes los preceptos o normas religiosos, y, por tanto, los de una moral sin religión tenderían a ser lo contrario: relativos, laxos, liberales.
Una moral sin religión simplemente no tomaría en cuenta para nada la creencia en la divinidad y/o en alguna conciencia post-mortem para plantear normas de conducta.
Así no habría una moral arreligiosa única pues hay no creyentes a favor y en contra del aborto, la eutanasia, el matrimonio monogámico vitalicio, el exclusivismo sexual, los derechos de los animales, el veganismo, el capitalismo, el anarquismo, el socialismo, la pena de muerte, la legalización de las drogas recreativas, la prostitución, la piratería, la crítica a las creencias religiosas, la separación Estado-Iglesia, etc.
Incluso el relativismo moral podría justificar el egoísmo, la explotación del prójimo, la tortura y otras violaciones de los derechos humanos como medios que justificarían la prevención de delitos.
Y del relativismo no dista mucho el nihilismo moral según el cual no hay valores o los imperantes ya son caducos.
Educación moral
Evidentemente la educación moral empieza en casa con la guía y el ejemplo de los padres, familiares o personas a cargo de los niños.
Si la educación moral se basa en la creencia tradicional o cultural en un dios, como el de las religiones abrahámicas, se apoyará, como ya hemos indicado, en el premio o castigo. De esa forma, hay padres que amenazan a sus hijos cuando son desobedientes, con el castigo de Dios o les ofrecen bendiciones divinas si son obedientes.
Además hay la creencia de que si los hijos estudian en escuelas confesionales les enseñarán a practicar valores. Sin embargo, la realidad demuestra que por más creencias religiosas que se les inculque a los niños, no todos las aceptarán como verdaderas en algún momento de sus vidas y se alejarán de la fe, o no todos practicarán lo aprendido a pesar de haber mantenido su fidelidad a la religión que se les enseñó desde muy temprano.
Lo que es peor podrán ser conscientes de sus maldades y mantendrán la mágica esperanza, en el caso de ciertas interpretaciones católicas y evangélicas, de que serán perdonados, siempre y cuando muestren arrepentimiento hasta antes de morir, incluso aunque cometan asesinatos. O aún justificarán sus abusos y homicidios al hacerlos en nombre de su religión o dios.
Pero si la educación moral, tanto de la casa como de la escuela, no se basa en ninguna creencia religiosa, se podrá fundamentar, como ya hemos dicho, en bases tan humanas como el sentido común, la razón, el placer, la resignación, la utilidad, el deber, etc. Por ejemplo, ¿por qué o cuándo debemos decir la verdad? ¿Para que los demás confíen en nosotros y no nos censuren en caso contrario? ¿Siempre o solo cuando no se perjudica a nadie con ella?
Moral social
Además, como nos muestra la historia, diversas prácticas culturales consideradas aceptables o no, buenas o malas y así legalmente aceptadas o penalizadas en un tiempo y lugar, son todo lo contrario en otros. Recordemos sino los matrimonios acordados, ya desde la niñez por los padres de los futuros esposos en sociedades patriarcales tradicionales, uniones que ya no se practican en las sociedades occidentalizadas modernas, o los actuales matrimonios homosexuales aceptados y legalmente establecidos alrededor del mundo que hubieran sido considerados inmorales, aberrantes y hasta delincuenciales en otras épocas pero que aún se los considera así en algunos países islámicos fundamentalistas.
Así que en la realidad, la moral imperante en determinada sociedad será considerada la correcta y a partir de ella se podrá usar como guía general de conducta para evitar la censura y el rechazo o ganar la aceptación y la abalanza de los demás respectivamente. Pero a pesar de la moral imperante, con bases religiosas, en una sociedad, existente en determinado lugar y tiempo, ésta podría evolucionar y cambiar, dándose la disminución lenta pero continua de sus acendradas creencias y prácticas religiosas, lo que producirá, por ende, un aumento de la increencia.
Con todo, los no creyentes de tal sociedad no podrán evitar que se les haya enseñado en su infancia normas morales con bases religiosas y, así, los ateos y los agnósticos, podrán descubrir y ser conscientes de que las practican a pesar de no creer en la religión imperante de la sociedad de la que forman parte. Eso podría explicar que no solo haya incrédulos antirreligiosos sino también hasta muy respetuosos de las creencias de los demás.
(Publicado simultáneamente en Pensar, revista iberoamericana para la ciencia y la razón: https://pensar.org/2022/12/etica-con-o-sin-religion/)
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