martes, 6 de julio de 2021

VÍNCULOS ENTRE LA RELIGIÓN Y LA POLÍTICA

Manuel A. Paz y Miño, Mag. en Ética Aplicada, Universidad de Linköping

El papa Francisco es el Sumo pontífice de la Iglesia católica y el Jefe de Estado del Vaticano/ Foto EFE

La religión y sus funciones

La religión, entendida como un conjunto de creencias en lo sobrenatural, lo divino y algún tipo de conciencia o existencia humana después de la muerte, tiene sin duda diversas funciones: ontológica y antropológica: da a sus seguidores una visión de la realidad, la naturaleza y nosotros mismos; axiológica y ética: les proporciona determinados valores y una moral de comportamiento para este mundo (y así ganar y no perder el otro, si se cree en él); psicológica: les otorga consuelo, resignación y fortaleza ante los avatares de la vida, el dolor, la injusticia y la muerte; social y económica: les permite tener lazos fraternos y de cooperación mutua entre ellos; y claro está, histórica y política: tiene una manera sobrenaturalista de interpretar los sucesos del pasado, y de justificar las relaciones de poder y sometimiento de unos miembros sobre otros de las sociedades donde se desarrollan y predominan.

Como consecuencia, dicho en términos de los creyentes de cualesquier religión: “Las cosas buenas o malas suceden por voluntad de Dios (o los dioses)”, “Dios sabe lo que hace”, o “Solo Dios sabe por qué suceden así las cosas”. Y, por lo tanto, no se pueden cambiar, solo aceptar y resignarse. De esa manera, por ejemplo, no hay desastres naturales ni tampoco tragedias sociales así como reyes o presidentes sin que la Divinidad lo permita en su inescrutable y misteriosa voluntad.

La política y los tipos de gobierno

La política es el arte de gobernar, administrar o dirigir una sociedad en la búsqueda ideal del bien común que, en la práctica, no pocas veces, no lo persigue, todo lo contrario, ha procurado el bienestar de un grupo privilegiado de la sociedad en desmedro de su mayoría.

A través de la historia, han aparecido distintas formas de gobernar y dirigir una sociedad.

En las sociedades más simples, arcaicas, primarias o primitivas, se imponían sobre los demás quienes tenían mayor poder, sea físico y/o cognitivo. El más fuerte lo era si recibía, a su vez, el apoyo de los más poderosos en fuerza y riqueza de su sociedad. Sí conocían las regularidades que ocurrían en la naturaleza, como el cambio de estaciones o la ocurrencia de eclipses, tenían ventaja sobre los demás, desconocedores de la periodicidad de tales fenómenos.

Esos gobernantes brujos o sabios, al ser considerados especiales y superiores al resto debido a la creencia que fueron elegidos por la gracia divina, y/o que poseían un conocimiento supuestamente único o la fuerza para tener el poder político sobre su sociedad, podían heredarlo a sus descendientes. Nace así la monarquía.

Pero en la modernidad, la creencia de que haya hombres que sean superiores a otros, fue puesta en duda y perseguida con relativo éxito. Y en la presente época contemporánea, la monarquía es solo un rezago del pasado, un símbolo de unidad nacional y un adorno caro para sus súbditos sin mayor poder salvo el mediático.

La democracia actual, heredera de la Grecia antigua, aunque es considerada el sistema político menos imperfecto en comparación a otros, en sus versiones corrompidas favorece la elección de quienes poseen gran poder económico (o son apoyados por los que lo tienen) para pagar su propaganda así como noticias y encuestas en los medios convencionales y digitales que les favorezcan.

Por otro lado, por su duración los gobiernos pueden ser: vitalicios, hasta la muerte de los gobernantes, designados por la creencia, la costumbre y la herencia (monarcas), o impuestos por medio del uso del conocimiento, la riqueza y/o la fuerza (dictadores civiles y militares); y temporales, solo por unos años (presidentes, primeros ministros), elegidos democráticamente por los ciudadanos (solo hombres libres, u hombres y mujeres libres, de cierta raza o sin distinción) o una élite legislativa, burocrática o plutocrática.

En nombre de Dios

Alguien peculiar, como un místico o líder religioso, por un lado, o simplemente una persona común y corriente pero muy ambiciosa, por el otro, podría  querer y obtener poder o dominio político sobre los demás al creerse sinceramente o afirmar malévolamente, respectivamente, ser representante o mediador de Dios y las seres humanos, o en todo caso, el escogido, el enviado, el profeta e incluso el hijo de la Divinidad. 

Recordemos que en el pasado los faraones egipcios y los incas eran creídos, por sus súbditos, so pena de muerte, hijos del dios sol Ra o Inti, respectivamente y, así, considerados y tratados como sus máximos líderes tanto políticos como religiosos, resultando a su vez en regímenes teocráticos. Y en el presente tenemos los casos de Ciudad del Vaticano, cuyo Jefe de Estado es al mismo tiempo el Papa, la cabeza suprema de la Iglesia católica, o el de Irán, cuyo Jefe Supremo es el Ayatolá o el líder religioso chiita, una facción islámica.

En las monarquías antiguas y modernas europeas la elección y la sucesión del rey era por simple descendencia y consanguinidad, con justificación religiosa (bíblica) de por medio: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; ...” (Romanos 13: 1-2). Cosa semejante sucedió con la justificación de la esclavitud: “Esclavos, obedezcan a sus amos terrenales con profundo respeto y temor. Sírvanlos con sinceridad, tal como servirían a Cristo.  Traten de agradarlos todo el tiempo, no solo cuando ellos los observan. Como esclavos de Cristo, hagan la voluntad de Dios con todo el corazón. Trabajen con entusiasmo, como si lo hicieran para el Señor y no para la gente. Recuerden que el Señor recompensará a cada uno de nosotros por el bien que hagamos, seamos esclavos o libres” (Efesios 6:5-8).

Por supuesto, detrás de las acusaciones, persecuciones, invasiones, guerras y muertes de los considerados herejes y paganos por la Iglesia católica, los choques sangrientos entre ésta y los protestantes, los católicos y los musulmanes o entre estos y los hindúes, ha habido tanto grandes intereses económicos como políticos. 

No obstante, el decaimiento de las monarquías absolutas y el resurgimiento de la democracia en la Europa moderna y secularizada como la forma predominante de sucesión y adquisición del poder político, donde muchas veces interviene el poder económico y mediático, aún se apela a la religión cuando: los candidatos a un cargo político o las autoridades ya elegidas buscan captar las simpatías de la población creyente mayoritaria de un país con el fin de obtener sus votos o aprobación ciudadana, respectivamente, dando discursos con argumentos fideístas (por ejemplo, atacando y prometiendo no legalizar la libre práctica del aborto, la eutanasia y la unión civil homosexual al considerarlos graves pecados), participando en servicios religiosos (como misas o procesiones, a pesar de no ser creyentes) o acompañados de miembros del clero (para inaugurar y bendecir un local estatal); las autoridades elegidas en las ánforas o designadas por una superior, prestan juramento al cargo clamando a Dios y poniendo su mano sobre un libro sagrado (como la Biblia); y los gobernantes de jure o de facto piden iluminación o piedad divina en sus discursos para la búsqueda de soluciones a graves crisis nacionales (por ejemplo, una hiperinflación económica, un estado de guerra o de emergencia nacional por la pandemia de la covid-19) o justificando un golpe de Estado (como el reciente de Bolivia contra el presidente Evo Morales).

Separación del poder terrenal y el divino

Para evitar justamente los conflictos entre las religiones así como la manipulación ciudadana usando la religión y la injerencia de ésta en el gobierno, surgen en la modernidad como una necesidad imperiosa las ideas de tolerancia religiosa y de separación de Estado e Iglesia. 

Gracias a la tolerancia religiosa, se respeta el derecho de creer y tener la religión que uno quiera, la libertad religiosa, así como el derecho a cuestionar las religiones y no creer en ninguna, el libre pensamiento.

Y gracias a la separación de Estado e Iglesia:

-se protege la libertad de creencia, pensamiento y conciencia;

-los legisladores y gobernantes deben argumentar públicamente en base a una razón laica, secular, mundana o no religiosa, las decisiones y las políticas públicas a tomar con respecto especialmente a la educación y la salud de la población; 

-el Estado no debe dar preferencia a ninguna fe, debe tratar a todas por igual así que no debe financiar ni propagandizar a ninguna por medio de cursos que enseñen los dogmas de alguna religión en las escuelas públicas; y

-la creencia religiosa debe permanecer en el ámbito privado, personal y familiar.

La separación del gobierno de las religiones que producirá un Estado laico o secular, no significa que éste sea uno antirreligioso y autoritario y, por lo tanto, perseguirá a los creyentes o cerrará o quemará iglesias, sino porque es una imperiosa necesidad real: no todos los ciudadanos y sus familias profesan la misma fe: además de católico-romanos, hay evangélicos (de múltiples denominaciones), creyentes no cristianos (musulmanes, hinduistas, budistas, etc.), agnósticos y ateos, al menos en nuestra región latinoamericana.

En un término medio, hay Estados que supuestamente son  laicos pero en la práctica son para o semi confesionales, esto es, financian alguna fe, permiten que ésta adoctrine con sus dogmas a los niños y adolescentes que estudian en las escuelas estatales, y promulgan leyes y normas, en base a dogmas religiosos, que restringen la libertad sexual, de pensamiento, expresión, conciencia, creencia, etc. de los ciudadanos.

En el otro extremo, cuando el Estado es autoritario y abiertamente confesional, aparecen los abusos del poder con justificación religiosa pretendiendo representar la voluntad divina como los casos, en el pasado y el presente, de persecución religiosa contra minorías creyentes y/o no creyentes, las torturas y quemas de herejes por el Tribunal colonial de la Santa Inquisición o las guerras religiosas modernas entre católicos y protestantes, o contemporáneas entre hindúes y musulmanes, etc.

¿De qué depende que un país tenga un Estado separado o aliado a alguna religión? En gran parte debido a las circunstancias de su historia pasada y reciente. Por ejemplo, una nación sudamericana dominada y colonizada durante tres siglos, y luego independizada de la metrópoli pero heredera de su cultura hispana y religión católica, y con una existencia republicana de dos centurias pero ideologizada por esa sola religión, difícilmente logrará zafarse de ésta salvo que sus gobernantes y su ciudadanía mayoritaria internalicen de la necesidad de un real Estado moderno, democrático y laico. Para esto último son necesarias la propagación del pensamiento crítico y una educación tanto humanista como científica. Y ambas, en las presentes circunstancias de la globalización de la información y el conocimiento son cada vez más posibles de alcanzar, pero también lo son el fanatismo intolerante, la superstición y la pseudociencia.

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