miércoles, 30 de septiembre de 2020

QUÉ RESPONDER CUANDO TE PIDEN "DEMOSTRAR QUE DIOS NO EXISTE"

Daniel Galarza Santiago

Pasante de Filosofía, Universidad de Guadalajara y autor del blog El escéptico de Jalisco

Correo-e: esceptico-jalisco@hotmail.com


Si la ciencia vale, no existen dioses y, por contraposición, si existen dioses, entonces la ciencia fracasa." Mario Bunge.



Si eres de esas pocas personas en el mundo que se declara ateas o si, por el contrario, eres un evangelista que gusta de hacerla de troll en páginas dedicadas al ateismo, lo más seguro es que sabes de lo que hablo. Al menos una vez en tu vida has tenido la experiencia (o se la has aplicado a un pobre administrador ateo) de algún sujeto que te exige que demuestres la inexistencia de Dios. Después de todo, eres ateo y si eres ateo, es porque "tienes fe" en que Dios no existe.

Llevo poco más de una década escuchando este tipo de alegatos, y francamente admiro a esas personas que llevan dos, tres o más décadas contestando lo mismo, porque yo estoy bastante cansado. Ya hacía un rato que no tenía un intercambio con algún fanático, hasta hace unos días, cuando llegó un mensaje por el inbox de la página oficial de este blog en facebook. Y vaya que en serio no recordaba cuánta imprecisión podía encontrarse en un solo párrafo, y ya ni hablar de la frustración de darte cuenta que puedes pasar horas respondiendo, sin llegar a ninguna parte.

Con todo el enfado del mundo, los escépticos debemos recordar una cosa: estas personas que tanto nos frustran porque son inmunes al razonamiento lógico, son personas que al fin y al cabo están interesadas en una de las preguntas más importantes en la historia del pensamiento, la cuestión de Dios y sus muchas implicaciones en nuestra comprensión del mundo, de la sociedad, de la consciencia, de la moralidad y de nosotros mismos en general. Es posible que el analfabetismo científico, el pensamiento mágico y el pseudorracionalismo que se consume entre grupos de apología religiosa hayan moldeado los cerebros de estas personas de un modo en que toda pregunta que hagan debe ser respondida, necesariamente, con la respuesta que ellos dan por verdadera o si no, sencillamente no aceptarán nada que les puedas decir. Muchas veces, sin duda, termina siendo una pérdida de tiempo para ambas partes, pero hay una serie de razonamientos (así como formas de transmitirlos) que en ocasiones podrían dar resultados. Es importante que ambas partes valoren la tolerancia, la crítica y la honestidad intelectual, y al negar (implícita o explícitamente) cualquiera de estos valores, el intercambio terminará viciado, volviéndose un interminable intercambio de comentarios en los que cada vez se sube el tono y  aumentan los ataques personales con ofensas.

La vieja confiable: la carga de la prueba. 
Para empezar, si está dispuesto a participar en un debate con un teísta que no sabe hasta dónde llegará su honestidad intelectual, puede comenzar con la "vieja confiable" en teoría de la argumentación: podemos exigir claridad antes de la discusión, pidiendo que nuestro contrario nos diga exactamente qué entiende por Dios, y qué pruebas tiene de la existencia de tal entidad. Es muy probable que nuestro teísta llegará a afirmar algo como que "el ateísmo es una fe tanto como mi religión. Los ateos creen que Dios no existe, y para sostener esto necesitan tanta fe como yo para creer lo contrario." Siendo así, el teísta podrá reclamarnos entonces que nosotros demostremos primero que nuestra afirmación de fe "creo en la inexistencia de Dios" es verdadera.

Este es un interesante giro retórico, pero para sostener la honestidad intelectual debemos recordar cuál es el punto a debatir: la existencia de Dios. Después de todo, nuestro amigo teísta llegó a nosotros para decirnos que estamos en un error al considerarnos ateos, porque Dios existe, y por tanto es él quien debe demostrar. Hay algunos autores ateos que prefieren iniciar el debate mostrando otra vieja confiable: "no se pueden probar negativos". En el ateísmo esto depende. Cuando el ateo únicamente es una persona que no cree en Dios y/o no lo considera una creencia relevante para su vida diaria, puede decirse que es un ateo implícito, pues no asegura que Dios no existe, solo no creen que Dios exista. Esta opinión podría o no estar equivocada, asunto que solo podría resolverse demostrando la existencia de Dios. Por otra parte, el ateo podría ser alguien que sostenga que Dios no existe y no puede existir. Esta persona está haciendo una afirmación, pues sabe que Dios no existe, y tal "saber" puede ser puesto en duda: ¿cómo sabes que Dios no existe? Este tipo de ateísmo, conocido usualmente como explícito o positivo, puede ponerse a prueba, y recae en esta persona demostrar que su afirmación es verdadera (así sea verdadera solo aceptando un marco de referencia específico) si y solo si el debate es la sustentación de la inexistencia de Dios (o sea, si fue el ateo el que se fue a un grupo de apología a negar la existencia del todopoderoso).

El ateísmo explícito no suele ser muy popular entre los grupos de ateos, y ha sido rechazado por celebridades de la increencia, como Bertrand Russell o Richard Dawkins (aunque sostenido por otros, como Victor Stenger). El principal problema es que al invertir la carga de la prueba estamos dejando de lado la principal cuestión filosófica sobre Dios (¿existe Dios?) sustituyéndola por una de las posibles respuestas (Dios no existe). Y aunque es posible defenderlo (por ejemplo, el blogger Jack Astron hace un trabajo muy interesante en este sentido; mi ciber amigo Óscar Teixido también expone con claridad esta postura), es poco probable que nuestro teísta acepte tal defensa, ya que ésta usará como supuestos básicos la negación explícita de todo un conjunto de ideas y teorías que no fueron puestas a discusión desde un inicio (la existencia de lo sobrenatural o lo inmaterial, por citar la principal). Comenzar con esta clase de supuestos hará imposible el diálogo con alguien que evidentemente no los adopta, como es el caso de un creyente en entidades sobrenaturales, como un dios. Otro problema, es que esta negación explícita no puede demostrar la no existencia de una entidad si el marco de referencia  (con todo y sus supuestos) termina siendo limitado. Un verdadero creyente siempre encontrará un "hueco legal" en el razonamiento, escapando incluso del diálogo racional, terminando el debate exactamente donde comenzó (con dos posturas incompatibles y dos personas que piensan exactamente lo mismo que pensaban al inicio).

Si uno (sea teísta o ateo) quiere ahorrarse lo descrito en los tres párrafos anteriores (que se puede traducir en horas o incluso días de intercambios inútiles), entonces seamos explícitos en el tema que será debatido. Nuestro tema es si existe Dios, y si alguien afirma que en efecto existe, entonces lo mejor es avanzar en el debate a través de las pruebas que se ofrezcan para sostener su existencia.

Conjeturar y refutar: la falsación.
 Si hemos aceptado la carga de la prueba, precisando el tema de nuestro debate, hay una fórmula que podemos utilizar para que éste sea sustancial (o sea, que se avance en un intercambio donde realmente se remueva pensamiento y se aleguen argumentos con contenido). En filosofía de la ciencia es muy famosa la propuesta del epistemólogo Karl Popper de avanzar en el conocimiento a partir de hipótesis falsables o que puedan ser refutadas mediante ciertas condiciones, empezando por tener una hipótesis precisa que enuncia o conjetura algo del estilo "si se da u ocurre en el mundo, entonces demuestra y"; entonces, podemos investigar si ha ocurrido x, demostrando que es verdadero o falso. Para esto, debe poseer contenido empírico, es decir, que puede ser empíricamente contrastable. Esto solo puede ser garantizado si es posible postular alternativas a x, o sea, si es posible demostrar que no ocurrió. Tal vez esto nos suene demasiado abstracto: podemos tener la conjetura "los organismos biológicos tienen un diseño establecido inteligentemente, por lo que su complejidad es imposible de reducirse", conjetura que puede ser contrastada al averiguar si en efecto, no han ocurrido cambios naturales (como la evolución biológica). El hecho que pueda ser empíricamente contrastable, nos dice que la conjetura es falsable porque establece implícitamente las condiciones para refutarla: si encontramos al menos un caso en que tal conjetura (que engloba al conjunto de "los organismos biológicos") es falsa, entonces podemos concluir que ha sido empíricamente refutada. Y de hecho, no existe un solo organismo biológico complejamente irreductible, ya que todos cuentan con una historia evolutiva. Por tanto, esta conjetura ha quedado refutada empíricamente, y seguir usándola como demostración de esa inteligencia detrás del mundo natural termina siendo un acto intelectualmente deshonesto.

Aunque para Popper la falsación era una propiedad esencial de las hipótesis y teorías científicas, como hemos visto antes, tal vez no nos sirve para establecer si una teoría es científica o no realmente; pero los reclamos sobrenaturales no son teorías científicos, sino conjuntos de afirmaciones, muchas de éstas son casos particulares (conjeturas) que pueden ser examinadas a partir de la evidencia empírica que las respalda.  

Podemos encontrar conjeturas empíricamente refutables en varios de los argumentos en favor de la existencia de Dios, comenzando con el argumento del diseño defendido por la teología natural ( simplificado arriba y refutado, por lo menos, desde 1859 con la publicación de El origen de las especies, por Charles Darwin) y terminando por los reclamos de milagros (del presente y del pasado). La táctica de conjeturar y refutar ha sido muy fructífera sobre todo en el movimiento escéptico (donde ha sido ampliamente usada en otros temas), al contrarrestar reclamos paranormales y pseudocientíficos que, por su propia naturaleza, están epistémicamente aislados (es decir, no son parte de todo un sistema hipotético-deductivo, como lo son las teorías científicas más generales, que no pueden ser descartadas a partir de un experimento crucial o una refutación de un enunciado). La falsación tiene el problema de estar limitado solo a los argumentos a posteriori, o sea, aquellas conjeturas que se hacen sobre el mundo real y que pueden ser demostradas empíricamente, mientras que los argumentos más famosos de la existencia de Dios (como el argumento ontológico o el argumento cosmológico) son de tipo a priori, es decir, basta con analizar las premisas y la estructura lógica del argumento para determinar si su conclusión es verdadera, sin necesidad de someterlo a contrastación empírica. Para resumirlo: la falsación es la insignia del mantra "afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria". Sí, cuando la afirmación extraordinaria es una que se hace sobre algún evento o propiedad del mundo real, es posible ponerla a prueba.

¿Cuál Dios y por qué?
 Imaginemos ahora un caso distinto, de otro teísta que ha llegado a contactarnos, y que ya no queremos contestarle como hemos respondido a uno anterior. Aún debemos mantener la honestidad intelectual, y después de aceptar ambos que buscaremos debatir la existencia de Dios, ahora queremos someter a un pequeño reto de razonamiento a nuestro amigo teísta: usted defiende la existencia de un Dios particular (usualmente, el Dios cristiano) por una serie de razones, pero, ¿sabe que esas razones pueden ser aplicadas a otros dioses?

Los ejemplos favoritos de quienes hemos desarrollado nuestra increencia con los autores del nuevo ateísmo quizás comenzaremos a citarle dioses antiguos, como Zeus, Thor, Tláloc, Ra o Ahura Mazda; o tal vez le hablemos de Shiva o Vishnú, dioses en los que hoy creen en su existencia los fieles del hinduismo. Todos estos dioses, en algún momento presente o pasado, tuvieron (o tienen) creyentes fieles que seguro defendían su existencia y sostenían tantas pruebas de ello como nuestro amigo teísta sostiene para su dios particular. La comparativa con otros dioses en ocasiones puede no ser efectiva. Sí, con esto demostramos que nuestro teísta es tan ateo de tantos otros dioses menos de uno (y en ese sentido está más cerca de nuestra postura de lo que podría creer), pero es posible argumentar que los dioses antiguos eran representaciones simbólicas de aquellos fenómenos naturales (como la fertilidad, la lluvia o el sol) que en ese tiempo no podían ser explicados, mientras que él está defendiendo a un dios personal trascendente que no tiene correspondencia con alguna entidad o proceso del mundo natural (claro está, esto no es una respuesta adecuada para los hinduistas, quienes también consideran a sus dioses como entidades trascendentales). 

Muy bien, ¿y qué me dices del Monstruo de Espagueti Volador (Monesvol), que cuenta con su propia "teología"? Tal vez una parodia religiosa le pueda parecer vulgar o irreverente a nuestro amigo teísta, pero la pregunta es completamente válida si estamos estableciendo que el dios en el que cree es diferente de cualquier dios en el que la humanidad ha inventado. Si es incapaz de establecer de forma unívoca que su dios puede superar la defensa de la existencia de cualquier otro, nosotros tendremos la obligación de hacerle ver este punto para que acepte, tal vez no que su Dios no existe, pero sí que la apología que él promueve es incapaz de demostrar su existencia al igual que la apología de cualquier otro dios inventado.

El legado de Darwin o por qué Dios es sencillamente irrelevante.
 Ya lo comenté arriba con otras palabras (así como en esta reseña): la teoría de la evolución por selección natural es una enorme piedra en el camino de los teístas que, por más maromas intelectuales que se han llegado a realizar, jamás han podido rodear, mover o superar. La teoría evolutiva tal vez es la más llamativa en toda la ciencia que termina demostrando el triunfo del naturalismo sobre el sobrenaturalismo, del materialismo científico sobre el inmaterialismo, pero no es la única. Toda la historia de la ciencia es la historia de cómo el ser humano descartó nociones sobrenaturales por ser inútiles o irrelevantes para comprender el mundo en que vivimos, de cómo a través de la construcción de hipótesis, teorías y leyes naturales las distintas ciencias comenzaron a madurar como campos de investigación capaces de producir conocimientos públicamente contrastables.

Ya el biofilósofo John Dupré, en su bonito librito El legado de Darwin (2006), comenta que con la selección natural, Darwin demuestra que la evolución es un fenómeno natural posible (y no solo eso, sino que además ocurre en efecto), desterrando a las explicaciones sobrenaturalistas del campo. Resulta evidente que postular un mecanismo naturalista coherente en el que se prescinde de la intervención divina, y que brinda explicación al origen de la biodiversidad en la Tierra (donde nosotros estamos incluidos) es a todas luces un duro golpe a la idea de un Dios creador. Es así que el legado de Darwin consistió en ocasionar el declive total del teísmo y demostrar el triunfo del naturalismo para producir conocimientos y líneas de investigación científicas. Los argumentos a priori en favor de la existencia de Dios, como el argumento cosmológico, carecen de toda seriedad desde los tiempos en que David Hume demostró cuán vacíos resultan éstos, mientras que los argumentos a posteriori, como el argumento del diseño de la teología natural, terminan refutados por el hecho de que la evolución puede ser explicada y entendida en términos naturales, no sobrenaturales.

Es cierto que existen muchas propuestas, además de importantes instituciones religiosas (la Iglesia católica es tal vez la más importante), que aceptan la realidad de la evolución biológica junto con los demás procesos naturales que dan forma al mundo actual. Es cierto que existen científicos de enorme prestigio por sus valiosas contribuciones a las ciencias biológicas, pero que además son fervorosos creyentes. Y claro, existen no creyentes famosos (como Stephen Jay GouldFrancisco J. Ayala o Michael Ruse) que apoyan ideas que compatibilizan el naturalismo científico inherente a la biología evolutiva con la espiritualidad religiosa. Pero ninguno de ellos se atreve a cuestionar el hecho que las explicaciones naturalistas son suficientes para explicar la biodiversidad de nuestro planeta, el origen de nuestro sistema solar o la propia evolución de nuestra especie. Todas las variantes de un teísmo evolucionista continúan siendo formas del clásico y mal gastado argumento del Dios de los huecos, es decir, que consiste en seguir encontrando a Dios en las sombras de la ignorancia o de aquello que la explicaciones naturalistas (aún) no son capaces de explicar. 

Lo triste para los teístas, es que esas sombras son cada vez menores. Mientras que a inicios del siglo pasado aún era "aceptable" (así, entre comillas, porque ya en esos entonces era puesto en duda) que los apologistas se refugiaran en la ignorancia, alegando que la ciencia no podía explicar la emergencia de la mente, la consciencia, la cultura, o la moralidad, hoy sabemos que ninguno de estos fenómenos o procesos tienen nada que ver con la divinidad. Hacerle entender a nuestro hipotético amigo teísta que la ciencia ha avanzado desechando las entidades sobrenaturales es algo que pocas veces aceptará un firme creyente en Dios, pero tampoco será capaz de negar este hecho de la historia del pensamiento humano. 

Tal vez nuestro amigo notará que el naturalismo y el materialismo son supuestos inherentes a la ciencia moderna, así como el sobrenaturalismo es un supuesto que él da por verdadero a la hora de creer en Dios, y tal vez entonces apelará a una clase de relativismo filosófico en donde argumente que ninguno de los supuestos puede ser demostrado como verdad última, lo que es cierto. Pero la pregunta importante será cuál colección de supuestos ha ayudado que la humanidad pueda comprender lo que le rodea y a sí mismos: ¿los supuestos sobrenaturalistas, que sumieron por milenios las explicaciones de todo a "Dios lo hizo", o los supuestos naturalistas y materialistas, que han logrado generar un abanico de disciplinas científicas capaces de ayudarnos a comprender aquello que hace siglos todos hubieran querido saber?

La navaja de Hitchens
. Si ya ha intentado todas las alternativas hasta ahora expuestas, y no ha logrado avanzar en el debate, teniendo a su amigo teísta todavía reclamando que le demuestre la inexistencia de Dios, tal vez ya no valga la pena continuar con el intercambio. Si aún quiere seguir, y se ha sostenido hasta el momento la honestidad intelectual y la cordura (por lo menos de su parte), tal vez lo mejor será volver al inicio, aunque explicado de otro modo. Volvemos a la carga de la prueba, pero esta vez usando una máxima conocida como la navaja de Hitchens: "No olvidemos las elementales reglas de la lógica, según las cuales, explicaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias y lo que puede ser afirmado sin pruebas, puede ser rechazado sin pruebas." Para sintetizarlo, es usual encontrar solo la parte en que nos dice que "lo que puede ser afirmado sin pruebas, puede ser rechazado sin pruebas."

Este rasero argumentativo, popularizado por el escritor Christopher Hitchens en su célebre obra Dios no es bueno (2007), es una versión inglesa de la frase latina Quod gratis asseritur, negatur gratis. Para Hitchens (y para cualquier otro que dialogue en base a la honestidad intelectual), este principio obliga a presentar pruebas si queremos sostener una afirmación. Si no se tienen pruebas, la afirmación puede ser ignorada o rechazada. Sin embargo, algunos han llegado a sugerir que al invocar la navaja de Hitchens en un debate se comete la falacia a silentio o argumento desde el silencio, en la que: por el hecho de que la parte opositora en un debate, ignora la existencia de pruebas para sostener la afirmación a la que se opone, se niega la mencionada afirmación (la Wikipedia en español presenta algunos ejemplos didácticos de este tipo de razonamiento falaz).

La realidad es que la navaja de Hitchens (y la carga de la prueba en general) no nos dice que la afirmación que no presenta pruebas para sostenerse debe ser negada, sino que es desechada por ser irrelevante. No es que la afirmación no pueda ser cierta, sino que no hay razones para pensar lo sea. El hecho que no existan evidencias para demostrar la existencia de dioses, hadas, duendes, unicornios y platillos voladores, no necesariamente niegan la existencia de dioses, hadas, duendes y platillos voladores, sino que el no tener razones para creer en alguna de esas cosas es una buena razón suficiente para no creer en nada de eso, hasta que se presenten evidencias de peso que demuestren la existencia de esta clase de entidades y/o fenómenos. Si el teísta continúa negándose a aceptar su responsabilidad de mostrar esas pruebas a favor de su postura, por la propia navaja de Hitchens puede declararse terminado el debate.

Si nada funciona... ¡describe la teoría de la relatividad! Y bueno, si usted quiere llegar a un acuerdo medio troll y terminar con estilo el debate, puede aceptar junto con el amigo teísta que Dios no puede ser conocido por medio de razonamientos y evidencias, porque éste se encuentra muy ocupado odiando a Albert Einstein:

SI TE INTERESA ESTE TEMA

* "Proving Non-Existence", artículo del portal Logically Fallacious.

* El Blog de un ateo renacido, escrito por Jack Astron, posee varias entradas enfocadas en demostrar que Dios no existe:

(Publicado originalmente en el blog El escéptico de Jalisco el 29 de noviembre de 2020). 










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