lunes, 13 de abril de 2020

EL MITO DE LA RESURRECCIÓN Y LA RAZÓN DE SU VIGENCIA

Omar Hermoza Delgado, Artista plástico y autor independiente.
Correo-e: omardelgadopinturas@gmail.com

"Noli me tangere" de Duccio da Buoninsegna,
1308-1311. 

El profundo sentir de esperanza en muchas personas acerca de la resurrección, no tiene sólo dos mil años aproximadamente; veremos que proviene de un arraigo mucho más profundo y antiguo.
No voy a argumentar sobre su inviabilidad desde un punto de vista biológico, ni que las contradictorias versiones del relato en los evangelios podrían en modo alguno ser tomadas como históricas; procuraré mostrar un breve panorama de antecedentes que permiten comprender que la creencia en la resurrección del Cristo no es algo inédito ni extraordinario.
El creyente actual no considera que al aceptar la resurrección como hecho real, concibiendo el suceso como “sobrenatural”, la consecuencia lógica y sin prejuicios debería llevarle a validar otras resurrecciones aceptadas en otras culturas; sin tildarlas de simples mitos mientras la suya es la única verdadera; tal postura que exige respeto para sí mientras no lo demuestra para otros, es caprichosa e inaceptable: un mito no puede pretender desmitificar otros mitos.
En la atmósfera de los primeros cristianos, quienes eran paganos conversos -sin llegar a judaizar- al culto al Mesías crucificado tras las prédicas del judío Pablo de Tarso, flotaba con gran arraigo un anterior anhelo que facilitaba su conversión -así como hoy se puede observar la gran facilidad con que muchas personas sencillas caen seducidas por la prédica de alguna secta o religión, llenando toda iglesia nueva que se construya, encontrando la razón en sus profundas necesidades- de forma que no era el único factor, la contundencia de la propaganda de Pablo. Con respecto al primer documento que la tradición cristiana considera escrito, la carta a los Tesalonicenses (redactada entre el 50/52) en la que Pablo trata de tranquilizar a unos gentiles recientemente conversos y agobiados porque ya algunos de ellos habían muerto sin que puedan presenciar “el triunfal retorno del Mesías”, Eugenio Gómez Segura (licenciado en filología Univ. P. De La Rioja ) explica brevemente: “...unos griegos acostumbrados a escuchar relatos sobre resucitados y ansiosos como muchos otros, de mejorar su espiritualidad y encontrar una solución que conllevara una suerte de justicia a la ineludible amenaza del último límite, requerían noticias claras a su predicador al respecto de la vida post mortem...”
Estaba muy arraigada por ejemplo la historia de la resurrección de Alcestis, quien por haber dado la vida por su esposo, fue recompensada regresando del Hades, para maravilla de los griegos. O la de Glauco, el hijo de Minos, al que fue a ver en su tumba Poliido el famoso adivino, quien frotó el cuerpo con hierbas secretas para traerlo de regreso. O las muchas milagrosas resurrecciones que llevó a cabo Asclepio (en Roma Esculapio), hijo de una mortal y del Dios Apolo, quien la embarazó bajo la forma de un cisne. Aunque este gran médico Salvador fue muerto por Zeus, ya que el Dios consideraba que la diferencia entre los Dioses y los hombres radica en la inmortalidad y no debe verse amenazada. O mejor, las antiquísimas celebraciones anuales de la resurrección del pastor Adonis, con una primera jornada en la que se celebraba su reunión con Afrodita en el Hades, el segundo día era de luto por la muerte del buen pastor y el tercero se celebraba su gloriosa resurrección. Una celebración muy anterior al cristianismo; la versión mencionada es sólo la forma que llegó hasta los griegos, pero tuvo variantes a lo largo de dos mil años. En la Torá o Antiguo Testamento cristiano, la misma divinidad aparece bajo el nombre de Tamuz. Sin mencionar los caracteres como Salvador de almas, Redentor y resucitado, de otra figura: Orpheos Bakkikós o Dioniso.
Otra cosa importante a tener en cuenta, para comprender la asimilación de la creencia cristiana de que la resurrección se dio al tercer día, es que no sólo estaba en el imaginario griego: sino que los judíos, en el exilio en Babilonia, ya habían asimilado no sólo el monoteísmo de Zoroastro para luego aplicarlo al que hasta ese momento era la principal divinidad en su panteón anteriormente politeísta; sino también: "la creencia en la resurrección futura de los muertos, tal como Zoroastro la había definido. Y según esa tradición, el alma no abandonaba definitivamente el cadáver hasta tres días después de la muerte aparente. Por cierto que esa doctrina la asimiló el islamismo popular. Según el Talmud de Jerusalén, «el alma permanece tres días junto al cadáver, intentando entrar de nuevo en él. Y no se aleja definitivamente hasta que el aspecto del cuerpo empieza a modificarse» pues, la descomposición en sus inicios es lo que arroja definitivamente al alma lejos de su envoltura primitiva" (Robert Ambelain).
Así, los mitos se asimilan unos sobre otros, las historias orales se transmiten haciéndose pintorescas, los personajes reales son idealizados, transformados y divinizados, las apoteosis (reuniones con la Divinidad tras la partida de los césares) son también asimiladas y aplicadas a otros personajes como Jesús; las historias se convierten en arquetipos de gran vitalidad y vigencia porque las necesidades humanas son siempre las mismas; en su esencia, esos anhelos no tienen mayores variantes en el tiempo: sólo se olvidan sus anteriores formas de expresión.







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